El misterio Manaos: buenos números en la crisis y el modelo Arcor

El misterio Manaos: buenos números en la crisis y el modelo Arcor

Orlando Canido, cabeza de la familia que maneja el negocio de bebidas, mantiene un vínculo con Luis Pagani. Hoy, el 80% de la fructuosa que vende Arcor la compra la fábrica de gaseosas.

La recesión es un buen negocio para algunos productores de bienes, como aquellos que fabrican alimentos y bebidas de segundas y terceras marcas. Esos productos, en zonas de poder adquisitivo medio o medio bajo, son los reyes de la canasta básica. “A nosotros nos va bien”, explica Orlando Canido, el misterioso dueño de la fábrica de bebidas Manaos.

La planta productora es un hormiguero de botellas de plástico (salen de las máquinas 1.800.000 unidades diarias) y cerca de 270 empleados que cargan camiones para salir a la distribución. Semanas atrás, fue el propio presidente Mauricio Macri quien inauguró una nueva máquina etiquetadora. Se entusiasmó el jefe de Estado con el eslogan de los spots publicitarios. Tanto, que lo parafraseó.

Hubo allí un acto secundario del que participó Verónica Magario, la intendenta matancera que no salió en la foto con Macri y la gobernadora bonaerense,María Eugenia Vidal. Apoyados en las paredes de la fábrica, persisten los banners que se usaron para ese evento. Los dueños, más allá de las polémicas, gambetean definiciones políticas y confiesan que levantaron los galpones sin un peso de crédito estatal. Creer o reventar.

Virrey del Pino, donde se ubica desde 2004 la instalación, es una de las zonas más carenciadas de La Matanza, el corazón del Manaos y el pago chico de los Canido, que se hicieron fuertes allí 45 años atrás, cuando se iniciaron en el negocio de la distribución de cerveza Bieckert y vino Crespi. De allí en adelante, la eficiencia para descargar en lugares complejos del hoy mega empresario lo transformó en una especie de mito silencioso en el metier. Y empezó a ganar más áreas en territorio bonaerense. Salteando detalles de su carrera, el avance en la profesión lo llevó a asociarse con la embotelladoraSirsa, que producía en aquel entonces las gaseosas Sao y Beach.

“En los años de la crisis de 2001, la gente creía que Sao era una bebida brasileña, que era importada”, contó Canido junto a su ladero y mano derecha operativa, su sobrino Walter, el que acompañó a la comitiva del Gobierno.

Cuando Canido se decidió a producir en fábrica propia, fueron a registrar una marca para salir a vender rápido. En el registro les dijeron que iban a tardar tres o cuatro meses. Pero les ofrecieron el trámite rápido de elegir una marca que ya estuviera registrada pero sin uso. Buscaron una que se asemejara a la idea “brasileña” de Sao. Pagaron 5.000 pesos y se quedaron con Manaos.

PAGANI BOY. El cerco de los barrios bajos al público masivo lo saltaron el año pasado. Contrataron a figuras del espectáculo y el deporte para promocionar su gaseosa, que hoy elabora un saborista que garantiza el estándar del paladar argentino, acostumbrado al gusto de Coca Cola y Pepsi. “Vamos paso a paso; a mí ofrecieron hacer vino y hasta bebida energizante, pero les dije que no”. Orlando Canido es campechano, como su sobrino, pero no parece ser una pose. Parte de su secreto se ve al recorrer la planta. El otro aún vive en los medios, sobre todo del interior. El año pasado, el movimiento campesino de Santiago del Estero (MOCASE) lo denunció por usurpación de tierras, en una causa de la que pocos hablan.

“Tenemos que seguir el modelo de Arcor, que empezó fabricando caramelos y ahora es el principal vendedor de todo el mundo”, dice y cada dos palabras nombra a Luis Pagani. “Es que estuvo sentado acá, Luis”, explica y sigue: “Vino, me visitó, yo no lo podía creer, me había seguido toda la carrera, me daba datos de mi negocio, sabía más que yo”. Hoy los une una relación comercial. Casi el 70% de lo que produce la planta de fructuosa de Arcor (Arroyito y Lules) lo compra Refres Now, la firma detrás de Manaos.

“Me dijo algo muy lindo: me contó que lo mío era importante porque lo había construido de cero y que él (Pagani) había heredado la fábrica que crearon sus abuelos”, apunta. A sus espaldas hay un gigantografía de un mapa de Argentina, muy rudimentario. La oficina en sí misma parece demodé si se la compara con los “fierros” nuevos de la planta, que relucen, sin eufemismos. El mapa tiene tachas de colores en cada zona. Reflejan la estrategia de distribución: muy fuerte en el Conurbano y la Mesopotamia y con problemas para entrar en Córdoba y Santa Fe, el impenetrable de las marcas de gaseosa regionales Secco y Pritty, respectivamente.

Esa disposición con tachas es el eje del negocio: un recorrido de distribución propia, que tiene escasa o nula penetración en las grandes cadenas de supermercados, que para captar demanda alternativa comercializan sus propias gaseosas y aguas.

Este último es otro de los negocios de Manaos, las aguas Placer y las sodas y aguas minerales, que se obtienen directamente de una pinchadura al Acuífero Puelche, que pasa por La Matanza. “Sólo la filtramos, pero el agua no tiene ningún tratamiento ni purificación”, se jactan en la fábrica.

“No somos industriales, somos emprendedores”, asegura Walter Canido, mientras camina por las instalaciones. Cultor de la meritocracia, cuenta que desde los 18 años viene emprendiendo negocios con amigos. El que más menciona es la venta de sándwiches en una peregrinación a la Virgen de Luján.

Todas las máquinas que se observan son europeas y los propietarios reconocen que durante el kirchnerismo tuvieron algunos problemas para importarlas. Pero no juegan a la política. Y mencionan, cada vez que pueden, la intención de crear un sello argentino. De allí el deseo de Canido de convocar a Martín Palermo y Enzo Francescoli para sus publicidades. Hincha de Boca, el empresario cuenta que firmaron contrato con Gabriela Sabatini, pero que el día de la filmación no pudo participar.

El mito Manaos tiene, además, paradojas: el año pasado los premiaron por el mejor comercial, que no se filmó en el Conurbano sino en una de las propiedades del polista Adolfito Cambiasso.

Comentá la nota