Margaret Thatcher: obstinada, temeraria y con mano de hierro

Margaret Thatcher: obstinada, temeraria y con mano de hierro
Por Graciela Iglesias |

LONDRES.- A pocas personas en la historia se le reconocen dos fechas de nacimiento. Una de ellas es Isabel II, que, como todos los monarcas británicos desde la era victoriana, festeja tanto su cumpleaños biológico (el 21 de abril) como el del trono (el tercer sábado de junio).

Pero el ejemplo más acabado de "doble encarnación" es el de la primera, y por el momento única, mujer en ganar tres elecciones generales consecutivas y servir como primera ministra británica durante más de once años (1979-90). La marcadora de tal récord fue la baronesa Margaret Thatcher, que murió ayer a los 87 años.

Margaret Hilda Roberts nació el 13 de octubre de 1925. No en un departamento real, pero en una habitación sobre el almacén que sus padres, Alfred y Beatrice Roberts, acababan de comprar en la pequeña ciudad de Grantham, todo a fuerza de trabajo guiado por una imperturbable fe metodista. Junto con su hermana cuatro años menor, Muriel, recibió en ese hogar una educación de corte puritano que le ganaría pocas amigas en la escuela para niñas de Kesteven & Grantham. Favorecida por la creciente movilidad social que caracterizó a la Gran Bretaña de mediados del siglo XX, a Margaret sólo le hizo falta talento académico para ver abiertas las puertas de Somerville College, en Oxford. Un lugar que le cambiaría la vida.

En esos claustros, la tímida rubia estudiante de química inventó una fórmula para agregarles aire a los helados que doblaría más tarde los ingresos de la firma de cremas J. Lyons. Al mismo tiempo, la joven hacía sus primeros garabatos en el arte de tejer redes políticas entablando relación con otro tipo de "crema", la de la sociedad británica. En 1943, con la mayoría del alumnado varón enrolado en la guerra, fue elegida presidente de la Asociación Estudiantil Conservadora de Oxford.

Esa victoria fue pronto mitigada por la avalancha electoral del laborismo en los comicios de 1945. La popular instalación del régimen del Estado de Bienestar, que ella se encargaría más tarde en demoler, la hizo protagonista de duras derrotas electorales en 1950 y 1951. Entre esos aleccionadores fracasos y su eventual triunfo en 1959 como representante del afluente barrio de Finchley, en el norte de Londres, terminó sus estudios nocturnos de abogada, contrajo nupcias con un divorciado y adinerado industrial del petróleo, Dennis Thatcher (1951), y dio a luz a los mellizos Mark y Carol (1953).

Al cabo de dos años en Westminster, la emprendedora parlamentaria consiguió un pequeño cargo gubernamental como secretaria de Pensiones en la administración de Harold MacMillan. Durante el período 1964-70, con su partido otra vez en la oposición, sirvió continuamente como ministra en la sombra. Tan pronto los tories volvieron al poder, liderados en 1970 por Edward Heath, fue nombrada ministra de Educación. Su primera medida fue poner fin a la práctica de dar una taza de leche gratuita diaria a todos los chicos de la escuela primaria. Esto le ganó el apodo de Thatcher-Milk-Snatcher (Thatcher ladrona de leche).

La "mujer más odiada de Inglaterra", según los diarios, pronto borraría esa mancha de su imagen pública. La administración de Heath dejó en 1974 un legado de inflación y conflicto industrial. Thatcher, que había criticado sus políticas de fijación de precios en conciliación con sindicatos, le hizo frente en la interna de 1975. Para sorpresa general, incluida la propia, lo derrotó. Así se convirtió en la primera mujer en dirigir un partido político occidental y en servir como líder de la oposición en la Cámara de los Comunes.

En medio de la crisis del petróleo y el colapso en el valor de la divisa, el gobierno laborista se vio obligado a negociar un préstamo del FMI que le imponía fuertes restricciones en el gasto público. El rechazo de los sindicatos se expresó a través de interminables huelgas y constantes interrupciones de clases durante el invierno de 1978-79. La opinión pública clamaba por orden y mano dura. Los conservadores ganaron las elecciones generales del 4 de mayo de 1979 con una mayoría de 43 asientos. Al día siguiente, Margaret Thatcher se convirtió en primera ministra de Gran Bretaña.

Su plan de gobierno consistió en remover los cimientos del Estado de Bienestar que había sido construido para garantizar techo, salud, educación y empleo a un país arrasado por la Segunda Guerra, pero que, cuatro décadas más tarde, había caído presa del desgano y la ineficiencia. La promesa oficial era "liberar el potencial individual" de los británicos de las garras de un Estado castrador. Las frases "reducción de la inflación" y "privatización" se convirtieron en los imperativos del momento.

Entre 1979 y 1981, sin embargo, la actividad económica se redujo en un 15% y el desempleo alcanzó los tres millones de personas. A contrapelo de la ortodoxia conservadora de proveer alivio fiscal, el presupuesto de la primavera de 1981 había aumentado los impuestos durante lo más profundo de la recesión. La carrera política de Thatcher parecía tener los días contados.

Todo cambiaría el 2 de abril de 1982. La junta militar argentina puso en marcha una operación de recuperación de las islas Malvinas. Thatcher no sabía siquiera dónde se encontraban las islas, al punto de quedar anonadada cuando el jefe de la armada le aclaró que el envío de la flota no iba a tomar tres días, como ella creía, sino tres semanas. Fue entonces cuando nació la "dama de hierro". Atrás quedó la mujer que había ingresado en Downing Street con la frase conciliatoria de San Francisco de Asís: "Déjanos poner armonía allí donde hay discordia". La intransigencia sería ahora su herramienta política preferida.

Toda propuesta de paz traída por el Foreign Office o advertencia de debilidad presentada por el Ministerio de Defensa fueron descartadas. "¿Derrota? Esa posibilidad no existe", advirtió a su gabinete. En un mundo sumido en la mentalidad de la Guerra Fría, supo construir una alianza ideológica con Ronald Reagan y otra estratégica con François Mitterrand (al frente de un país con similar pasado colonial) de modo de arrancar la victoria de las garras de un fracaso bélico en junio de 1982.

La proeza despertó el orgullo de una nación que había visto su imperio evaporarse en apenas medio siglo. Cuando llegaron las elecciones de junio de 1983, Thatcher fue reelegida con una mayoría parlamentaria más que triplicada. "Hemos derrotado a los enemigos externos. Ahora es cuestión de eliminar a los internos", sentenció. Primeros en la lista fueron los sindicatos acostumbrados durante administraciones laboristas a compartir la dirección del país. Los gremios mineros, que Thatcher creía comunistas, resistieron su política de recortes que incluían el cierre de las minas. Una violenta huelga de más de un año (1984-85) sólo sirvió para convencer a los británicos de la necesidad de mitigar ciertos derechos laborales.

En octubre de 1984, el Ejército Republicano Irlandés (IRA) intentó asesinarla con una bomba en el hotel donde paraba, junto con varios miembros de su gabinete, durante la conferencia anual del Partido Conservador en Brighton. Cuatro personas murieron. Thatcher salió ilesa. Ella se había ganado el odio del IRA al negarse a aceptar sus demandas durante las huelgas de hambre de 1980-81. En 1985, en cambio, la primera ministra suscribió con Dublin el Acuerdo Anglo-irlandés que estableció las bases para la cooperación entre los dos países en materia de seguridad.

Mathew Parris, columnista de The Times y entonces parlamentario tory, está persuadido de que el triunfo en Malvinas tuvo un profundo efecto en su personalidad. "El éxito la tornó temeraria. Todo le parecía posible. Empezó a tener una peligrosa tendencia a creer tener siempre la más absoluta razón." En sus dos últimos mandatos, la "dama de hierro" aceleró la política de vender bienes del Estado (la aerolínea British Airways, British Gas, las firmas de electricidad y de teléfonos, entre otras), que en conjunto representaban más del 20% de la actividad económica nacional.

La venta de activos estatales se ofreció por primera vez en condiciones generosas a pequeños inversores, por cuanto Thatcher quería que el público invirtiera en la Bolsa, comprara sus hogares (especialmente a aquellos que pagaban un magro alquiler al Estado) y empezaran a adquirir jubilaciones privadas. El lema por seguir era el avance material individual. "¿Sociedad? Tal cosa no existe", se le escuchó decir.

Con la economía revitalizada y el consumo duplicado por el exceso de crédito, la "dama de hierro" renovó por tercera vez su mandato en junio de 1987. Thatcher jugó entonces un papel crucial en el desmantelamiento de la Unión Soviética. Fue ella quien, adelantándose en tres años a Ronald Reagan, invitó a Mikhail Gorbachov a Londres por reconocerlo como a un "hombre con el que se puede negociar". Fue ella también quien convenció a Mitterrand de apoyar al canciller alemán Helmut Kohl en su esfuerzo por reunificar a Alemania tras la caída del Muro de Berlín.

Durante los años en la oposición, Thatcher había hecho campaña a favor del ingreso de Gran Bretaña en la Unión Europea. Con un discurso en Brujas, en 1988, la mujer que decía "no" a todo (a veces con carterazos, de acuerdo con sus colegas) empezó el proceso por el cual el Partido Conservador, antes proeuropeo, se transformó en euroescéptico. Mercado común, sí; integración, no. El cambio provocó una crisis que, sumada a las marchas callejeras en contra de un impuesto municipal resultaron en un "golpe" partidario. Thatcher se vio obligada a abandonar Downing Street, lágrimas en el rostro, el 28 de noviembre de 1990.

Lejos de entrar en discreto retiro, como era habitual para los ex mandatarios británicos, recorrió el mundo dando conferencias, cobrando altísimas cifras, con lo cual creó lo que ahora se conoce como el "tour dorado de los ex". En 1993 publicó el primero de sus dos tomos de memorias, con gran éxito. La reina, con quien se había enfrentado en más de una ocasión por competir por la gran escena internacional, le dio el título de baronesa, lo que le garantizó así un asiento en la Cámara de los Lores. Desde allí contribuyó a la liberación de su viejo amigo Augusto Pinochet, arrestado en Londres tras ser acusado de crímenes contra la humanidad.

Meses después de perder a su leal marido y haciendo frente a una debilitante enfermedad física y mental, tuvo que echar mano a su reputación para salvar de la cárcel a su hijo Mark, arrestado en agosto de 2004 bajo sospecha de tramar un golpe de Estado en Guinea Ecuatorial.

Los británicos extrañarán unánimemente a esta aguileña figura de impecable tailler y collar de perlas que durante dos décadas monopolizó el paisaje político europeo. Para la mayoría, fue más "un mal necesario" que una bendición. Si a Tony Blair y a David Cameron se los calificó alguna vez de "hijos de Thatcher", es bueno saber que la frase nunca ha sido un piropo.

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