Hacinamiento, falta de agua corriente y cada vez menos control: la villa en cuarentena

Hacinamiento, falta de agua corriente y cada vez menos control: la villa en cuarentena

Según el Indec, hay cinco millones de familias que viven en casas aglomeradas. Las estrategias en los barrios populares para reactivar la economía en tiempos de coronavirus.

Niños jugando en las calles, colas en comedores y algunos pocos negocios abiertos. Ese es el panorama que observa Silvina Olivera desde su ventana, en el barrio Padre Carlos Mugica (mejor conocido como villa 31). Pensar la cuarentena en los asentamientos populares deja un interrogante central: cómo se puede vivir el aislamiento social en lugares totalmente hacinados.

El 20 de marzo del 2020 sigue marcado a fuego. Ese día, mediante un mensaje grabado, Alberto Fernández anunció la cuarentena obligatoria en todo el país: salvo para hacer compras, buscar comida o para cumplir con los trabajos exceptuados por ley, el resto de los argentinos debe quedarse en su casa.

Pero, para alrededor del 5% de la población, el aislamiento social es un poco más complejo: ese porcentaje (más de dos millones de personas) vive en condición de hacinamiento, es decir, que cuatro o más personas comparten una mínima habitación.

El hacinamiento “leve”, tal cual lo califica el Indec, alcanza al 20% de la población. En números ronda los 10 millones de argentinos. Y queda agregar a las personas en situación de calle: según la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) unas 7.251 personas viven en las calles de CABA. En todo ese universo, la propagación del virus es mucho más riesgosa.

“El lema tiene que ser sencillo: quedate en tu casa, quedate en tu barrio”, explica Gustavo Carrara, el obispo villero que coordina la acción de la iglesia en las zonas más vulnerables. “Es lo que se puede hacer porque, si bien la gente respeta la cuarentena, las casas a veces son pequeñas y las familias suelen ser numerosas. En los barrios populares, la mayoría de los habitantes son niños y adolescentes y, por ejemplo, las clases están suspendidas”, agregó en la última entrevista al Destape Radio.

A su vez, entre las recomendaciones del Ministerio de Salud para evitar el contagio se insiste con el lavado de manos para evitar la transmisión del virus COVID-19. Una simple estadística contrapone esa recomendación: según cifras oficiales,  el 10% de los hogares de Argentina no tiene acceso a la red de agua corriente.

Distanciamiento ¿social o comunitario?

“Nacimos en un barrio privado”, suele recordar Diego Maradona, acerca de su infancia en Fiorito, la ciudad bonaerense que bordea al Riachuelo. “Privado de luz, de agua y de dinero”, agrega el ex futbolista. Hoy, a 60 años del nacimiento del “10”, el barrio bonaerense conserva similares características. O al menos así lo viven sus vecinos. “Se hace complicado pasar los días, más ahora que llegó el frío”, responde Mónica, por audio de WhatsApp, integrante de una cooperativa que trabaja en Fiorito hace varios años.

La cuarentena, pese a algunas estigmatizaciones mediáticas, se suele respetar en los barrios populares de la Ciudad y el conurbano. Es que si bien hay casos sospechados, el coronavirus aún parece no haberse instalado en las villas y tanto los vecinos como el Gobierno tratan de cuidar la entrada y salida de personas. “Los controles policiales fueron bastante estrictos durante las primeras semanas”, comentó Oliveira, vecina de la 31. “Pero en la última semana, se fue flexibilizando un poco más y eso es muy peligroso“, alertó.

Pero la policía tampoco es garantía de confianza, según los propios vecinos (y explicitado en el relevamiento de la revista Crisis). En las redes sociales circularon varios videos en las fuerzas de seguridad reprimían ante cualquier quiebre de la cuarentena. Por caso, la Comisión Provincial por la Memoria documentó de manera fehaciente en una nota enviada al Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires el 20 de marzo, 15 casos de violencia y autoritarismo cometidos por la policía bonaerense en distintas zonas del conurbano

Comedores

Los gobiernos -tanto provinciales, municipales y de Nación- no cesan los esfuerzos en garantizar la comida para los barrios. Incluso, el Ejército se edifica como una rueda de auxilio importante para que la comida llegue a los barrios.

Pero para esta misión sí se necesitan intermediarios. Organizaciones sociales, cooperativas, iglesias y comedores trabajan codo a codo para brindar un plato de comida. En el comedor Margarita Barrientos, uno de los más populosos en la Ciudad, las cocineras ofrecen las cuatro comidas en plena pandemia.

“Lo hacemos con los mayores cuidados posibles. Cada uno se trae un tupper y se hace una fila respetando la distancia”, explica Miriam a El Canciller. El comedor -que funciona en el barrio del sur de la Ciudad desde 1996- es conocido, entre otras cosas, por la vinculación de Barrientos con el ex presidente Mauricio Macri, quien pasó vísperas de Navidad en Los Piletones.

Más allá de la ligazón (o no) política, este punto neurálgico del barrio no cerró sus puertas, sino todo lo contrario: de un universo de casi 2.600 familias que asisten todos los días al comedor, el número aumentó exponencialmente durante la cuarentena. “Está todo parado, mucha gente que trabaja en changas, que se ganaba el mango día a día, ahora no lo puede hacer”, completó.

Género

Una de las problemáticas detectadas por el Ministerio de la Mujer, Género y Disidencias es el aumento de los casos de violencia machista en pleno aislamiento social. Por eso mismo se reforzó la línea de atención 144 y se agregaron otras vías de comunicación.

Nacho Levy, de la Garganta Poderosa, cuenta -mediante Facebook- cómo es la organización en los barrios populares. “Todas las Casas de las Mujeres y las Disidencias que componen el Frente de Géneros, están desdoblando sus brazos cotidianamente en cada órbita local, mientras acompañan 327 casos a nivel nacional”, explicó.

“Todos nuestros barrios tienen ahora compañeras asignadas a monitorear las denuncias y las amenazas que sólo circulan en ámbitos de confianza. Porque la única esperanza es la comunidad al servicio de la sororidad, con guardias en casos particulares y con muchísimas vecinas trabajando desde sus hogares, para salvaguardar la vida de otras compañeras. Estas vidas villeras que ojalá valgan tanto como la de cualquier tipo, ahora que ‘todos jugamos en el mismo equipo'”, completó.

¿Y la economía?

La crisis económica por el coronavirus, se sabe, golpea aún más fuerte en los barrios populares. Es que allí el trabajo informal es moneda corriente: no hay garantía laboral ni contratos que se respeten pese al parate.

Y si bien los $10.000 que repartirá este mes el Gobierno entre las familias más necesitadas representan un “alivio”, según los vecinos, no son suficientes para garantizar, por ejemplo, el alquiler de las casas o ropa para las familias.

Las iniciativas para amainar la situación, por caso, no son pocas. En casi todos los barrios existen campañas de concientización para recaudar donaciones mientras que las cooperadoras textiles piensan en reabrir sus puertas para diseñar insumos médicos.

La semana pasada, el Movimiento Barrios de Pie comenzó una campaña de donaciones solidarias en todo el país para ayudar a las familias más humildes con alimentos y elementos de limpieza. “Hoy en día hay dos armas efectivas contra el coronavirus. La solidaridad de la gente y el fortalecimiento de la organización comunitaria”, comentó su coordinador nacional, Daniel Menéndez, además subsecretario de Políticas de Integración del Ministerio de Desarrollo Social.

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