Entre el velorio y la fiesta

Entre el velorio y la fiesta

Macri recibió una buena noticia en el día de la huelga. La caída de su imagen se detuvo en Buenos Aires. Incluso repuntó un poquito. 

El gobierno de Mauricio Macri no naufraga pese a este largo tiempo de tormentas. Al contrario, entre infinidad de desafíos que debe afrontar, ha conseguido darle estabilidad a la embarcación de su poder. Veamos dos casos, entre varios: durante el día de huelga nacional liderada por la CGT –usufructuada también por la CTA y la izquierda—pareció moverse en la escena pública con mayor comodidad que los propios dirigentes sindicales. El futuro (octubre) dirá la proporción de costos que habrá pagado cada bando. Con una mirada idéntica podría calibrarse la pulseada de María Eugenia Vidal en Buenos Aires con los docentes. Después de un mes de pleito el frente gremial exhibe rajaduras.

El macrismo cuenta para encarar este trance bravo con una virtud propia y dos estimulantes externos y circunstanciales. Opera con homogeneidad y cierta convicción sin cerrar nunca las puertas del diálogo. La masiva movilización social del primer sábado de abril ayudó a consolidar un espíritu político que venía flaqueando luego de la avalancha de marchas callejeras en su contra. Tanto, que la idea de aquella movilización había provocado diferencias en Cambiemos, la alianza oficialista. Otra brisa fresca colabora: según dos encuestas (Aresco y Jaime Durán Barba) la caída de imagen del Presidente en Buenos Aires se habría detenido. Incluso podría detectarse una recuperación de entre 3 y 4 puntos.

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Por fortuna, quizás por primera vez en muchos años, un oficialismo retado por una huelga no se tentó con entrar en el vano debate acerca de su dimensión. Sólo Marcos Peña, el jefe de Gabinete, orilló ese ítem. Quedó instalada la voz sindical que la etiquetó de contundente. La calle constituye una forma clásica de pulsar la temperatura social y política. Pero quizás sea un error utilizar con rigidez tales patrones de análisis en épocas de excepcionalidad. En este recorrido anda la política argentina. Gobierna un partido sin tradición y con minorías en ambas Cámaras. Que se vio sofocado desde el inicio del año por manifestaciones opositoras de protesta. Concibió una réplica con mecanismos no convencionales. A lo mejor habría llegado la hora de repensar el vínculo entre la ocupación de la calle y el contenido de las urnas.

 

Esa no es una tarea que competa ahora al sindicalismo. A la CGT le aguarda también un horizonte neblinoso. En principio, preservar una unidad que quedó flameando después de la marcha con final escandaloso del 7 de marzo. Hay cerca de 60 gremios que impugnaron en su momento la designación de Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña como conducción de la central obrera. Algunos, como SMATA, se alinean con Oscar Viviani, jefe de los taxistas, dentro del Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA). Otros, como SADOP y curtidores, responden al titular de los bancarios, Sergio Palazzo. Conforman la Corriente Federal que suele identificarse en público con el cántico “vamos a volver”. El DNI kirchnerista. El más severo dentro de la CGT es Pablo Moyano, hijo de Hugo, el líder camionero, que promueve un timón personalizado. Si fuera él mismo, mejor.

Otro dilema para la CGT es la perseverancia de la CTA (Confederación de Trabajadores de la Argentina) que ha engordado su estructura y visibilidad con la asociación del kirchnerismo y de la izquierda dura. Daer y Pablo Moyano asomaron visiblemente molestos por tener que explicar la existencia de piquetes el jueves de la huelga. La CGT no los promovió pero se instalaron en la escena. Por momentos, empañaron la consideración de la medida de fuerza. Micheli y Hugo Yasky también se quitaron el fardo y adjudicaron la responsabilidad a la izquierda. Aunque aprovecharon el incordio para hablar sobre una supuesta “salvaje represión”, mediante la cual fueron liberados un par de accesos a la Ciudad.

Curiosamente de aquella “salvaje represión” los cuatro heridos fueron gendarmes. La izquierda dijo que también los tuvo. El Gobierno, en ese terreno, mostró algo más de decisión que en otras oportunidades. Tal vez olfateó que algo de esa demanda había sobrevolado durante la inorgánica movilización de respaldo recibida el sábado. Hasta Patricia Bullrich pareció descolocada por una interpelación de Macri: “¿Por qué dejan un solo carril para que circulen los autos?”, expresó sobre el piquete en la Panamericana. En otros casos, las previsiones oficiales fueron burladas por la sagacidad política. El ingreso al Puente Pueyrredón desde la provincia fue bloqueado al inicio por cooperativistas que responderían a Jorge Ferraresi. El intendente de Avellaneda cerró el municipio para adherir a la huelga.

Los cegetistas temen también sobre lo que vendrá. La convocatoria del Gobierno a otra ronda de diálogo. Su negativa podría dejarlos descolocados ante la opinión pública que ya lo considera poco. Las exigencias que plantean tampoco tendrían puerto factible: ¿Exigir al Gobierno un cambio de política económica?. Macri dijo la misma semana del paro que no existe un plan B. El Presidente viene firmando acuerdos sectoriales con petroleros, la UOCRA y SMATA. Insistirá en esa línea.

Uno de los desafíos cegetistas posee clave electoral. La central obrera sigue aguardando ordenamientos en el peronismo. En esa geografía está dispuesta a apostar en octubre. Pero el abanico no se pliega. Florencio Randazzo y Daniel Scioli se muestran con la voluntad de candidatos. Pero la figura de Cristina Fernández condiciona todo. Su presencia por las redes polariza. Y acapara el teatro por indeseadas razones: recibió el tercer procesamiento, el segundo de Claudio Bonadío, ahora por la causa de Los Sauces. Asociación ilícita tipificó el juez a raíz de aquella empresa que se dedicaba a emprendimientos inmobiliarios. Lavado de dinero, presume. El peronismo se acurruca en el silencio.

El gremialismo tampoco deja de reparar en Buenos Aires. Allí agoniza una medida de fuerza docente que lleva más de un mes. Las novedades no son alentadoras para el frente sindical. Salvo el fallo de la jueza matancera Dora Eva Temis –apelado y recusada por el Gobierno— que ordenó el llamado a una paritaria nacional. El acatamiento está por debajo del 30%, un guarismo humillante para Rodolfo Baradel, titular de SUTEBA. Pero molesto todavía para Vidal. La gobernadora se llevó una sorpresa en un timbreo repentino en La Matanza, luego de un acto oficial. Una madre le confesó que su hijo había ido la semana pasada por primera vez a la escuela. Varios de los días sin huelga el establecimiento prescindió de los alumnos aduciendo la existencia de presuntas asambleas docentes. Se acaba de abrir un sumario.

En aquel distrito, que conduce la intendente K Verónica Magario, se libra una guerra sorda cuya meta es octubre. La Matanza sostiene, en gran medida, el índice de ausentismo docente provincial. Pero las trampas se multiplican en todos los planos. Está en construcción allí una extensión del Metrobús que debería quedar habilitado en un par de meses. Se trata de una obra que impulsa el gobierno nacional. Con recurrencia aparecen afiches con la inscripción “Magario-Metrobus”.

Baradel se percató la semana pasada cómo perdió también a su principal aliado en la puja contra Vidal. La Federación de Educadores Bonaerenses (FEB) decidió no continuar con los paros como herramienta de protesta. Buscarán variantes. Se trata del segundo gremio provincial en importancia. Otros dos sindicatos (UDA y UDOCBA) encargaron una encuesta para conocer la opinión de los docentes bonaerenses sobre el conflicto. Baradel presionó todo lo que pudo para que los resultados no se difundieran. La UDA no le hizo caso: 7 de cada 10 maestros votaron por no continuar con los paros.

El goteo de popularidad de Vidal a raíz del pleito también se habría coagulado. Igual que Macri, empieza a insinuar un leve repunte. Por ese motivo la gobernadora pareciera dispuesta a terminar por asfixiar a Baradel. Recibió un explícito respaldo presidencial. También le insufla ánimo Elisa Carrió.

La diputada de Cambiemos está convencida que del desemboque que tenga el conflicto docente dependerá en buena proporción la suerte electoral de octubre en Buenos Aires. ¿Sería esa preocupación una pista sobre el lugar de su candidatura?. La pregunta no tiene aún una respuesta. Le quedan a Carrió 17 días para cumplir con su empadronamiento en la provincia. El mínimo de residencia (un año) lo tiene garantizado por su mudanza a Exaltación de la Cruz. Sería indecoroso que siendo postulante bonaerense se vea forzada a votar en la Ciudad.

Según aquellas mismas encuestas del PRO, Carrió es la dirigente que mejor marca registra por sí misma en Buenos Aires para el oficialismo. Pero una muestra de laboratorio exhibe otro matiz. Cualquier otro candidato, siempre del brazo de Vidal, alcanzaría guarismos similares. Y hasta algún puntito más.

Ese manojo de conjeturas político-electorales deberá contar también con el soporte de alguna mejora económica tangible. Macri derrochó optimismo al hablar en el Foro Económico Mundial para América Latina. Vaticinó dos décadas de crecimiento en la Argentina. Dijo que está más claro hacia dónde va nuestro país que el mundo. Arengó que es este el momento indicado para los inversores.

Tal invocación la formuló el Presidente el mismo día de la huelga cegetista. En medio de piquetes, policías y dirigentes sindicales que claman por los miles de desocupados y la recesión. Una postal inconfundible: la del país que oscila siempre entre el velorio y la fiesta.

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