Derecho a morir

Por Enrique Pinti

Dicen las noticias, ilustradas con imágenes desgarradoras, que las crisis migratorias son en Europa las más terribles desde la segunda guerra mundial. Miles y miles de personas cargando a sus hijos, a veces recién nacidos y algunos bártulos, que muestran la enorme miseria material que azota a esos seres humanos corridos por las guerras provocadas por fanatismos religiosos, intereses geo-políticos y oscuras ambiciones económicas, son las víctimas notorias, palpables y visibles de estas catástrofes.

Lo terrible es el contraste entre las negociaciones de los estados, esos despachos alfombrados, esos trajes impecables con corbatas al tono, esos blazers rojos, verde nilo o beiges de ministras y reinas, esas sonrisas para la foto, esos andares veloces esquivando periodistas en busca del titular rimbombante que encabezará la primera plana de diarios y cables.

Es una obviedad pensar en esos espacios como oasis en medio del caos y no arreglaría nada que esas reuniones se realizaran en campamentos de guerra con el ruido de explosivos y bombardeos y con los estadistas vestidos en trajes de fajina, eso es claro, pero no deja de llamar la atención la inutilidad de esos supuestos debates donde nadie cede ni concede y donde solo se aplican parches y se destinan fondos mucho menos cuantiosos que los empleados para armamentos bélicos y maquinas de exterminio para construir refugios precarios y proceder al entierro de miles de infortunados que han perecido en alta mar dentro de botes, gomones y pateras endebles, inseguros y peligrosísimos que encima no han sido gratuitos sino que han sido pagados con el ahorro penoso y prolongado de las propias víctimas que a la ruina económica deben agregar la muerte en plena juventud y muchas veces el sacrificio de sus hijos que apenas habían comenzado a vivir.

Siempre hay una excusa territorial, religiosa, filosófica, racial o de cualquier otro tipo que provoca y fomenta el odioCompartilo

Nadie que se diga "ser humano" está de acuerdo con semejantes atrocidades, pero por más que múltiples organizaciones no gubernamentales e infinitas campañas de concientización social, más el apoyo de médicos sin fronteras y misioneros de todas las regiones habilitadas con arengas y bendiciones papales han trabajado y siguen trabajando, no pueden evitar que estas situaciones desaparezcan porque a la ceguera moral de los que provocan se suman intereses económicos que han sido desde el fondo de los siglos los hilos que mueven a las siniestras marionetas que rigen los destinos de la humanidad.

De nada valen los sufrimientos de generaciones y generaciones de todo color, raza, religión e ideas políticas; de nada valen los holocaustos y genocidios que una vez cometidos y desde los dos últimos siglos fotografiados, filmados y conservados en archivos visuales a nivel internacional son negados, relativizados cuando no justificados por sectores retrógrados que no hacen honor al título de "personas".

Y es por eso, entre otras muchas razones, que las atrocidades no cesan. Siempre hay una excusa territorial, religiosa, filosófica, racial o de cualquier otro tipo que provoca y fomenta el odio, la rivalidad fanática, la necesidad de exterminar lo que es diferente, distinto o peculiar. A veces, son prejuicios seudo morales que no son más que basura racista; otras, son patrioterismos que le hacen flaco favor al verdadero amor a una tierra de origen y otras veces, las peores, son la consecuencia de la banalidad, la ignorancia y la soberbia de creer que tal o cual raza, etnia o ideología implican superioridad y por lo tanto creerse integrantes de una casta superior con derecho a destruir, subyugar y castigar al resto de la humanidad que sólo puede servir como esclavos sin más derecho que el derecho a morir.

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