Debate áspero con sabor a poco

Debate áspero con sabor a poco

Los candidatos se ciñeron demasiado a lo ya conocido, por lo que el dramatismo estuvo presente sólo en algunos cruces de chicanas e ironías, que le dieron un poco de "picante".

El primer debate que se produjo entre dos candidatos presidenciales argentinos terminó sin que ninguno hubiera sacado apreciables ventajas, aunque cada uno de los dos consiguió algo de lo que esperaba conseguir.

En la primera media hora se lo vio a Mauricio Macri algo más seguro y más aplomado, adoptando un tono “canchero” y más apto para la tribuna que es propio en él. Scioli, entretanto, se mostró más nervioso. En su rostro se notaba la tensión que lo embargaba, que hacía temer al espectador que estaba a punto de perder la paciencia.

De todos modos, también a Macri se lo veía nervioso, aunque disimulaba su estado con una semisonrisa que lo mismo en contadas ocasiones ocupó su rostro.

Durante todo el debate ambos contendientes asumieron su rol de adversarios y no dejaron de cruzarse chicanas, acusaciones y aún algunas ironías, varias de las cuales llegaron a destino, si se juzga por las expresiones de ambos cuando acusaban los golpes del otro.

Un primer defecto, común a ambos: monologaron más de lo que dialogaron, sordos a los argumentos del otro y, por añadidura, no contestaron ninguna pregunta.

Otro defecto: Macri habló del futuro -sus planes de gobierno-, del pasado -adjudicándole a Scioli los problemas que hay en el país-, pero en pocas ocasiones del presente, sin poner siquiera como ejemplo a su propia gestión, de la que ha hablado muchas veces en su campaña.

Scioli, por su parte, lució por momentos algo fatigado, hasta un poco agobiado, como si le pesara una invisible responsabilidad.

En la segunda media hora, el bonaerense comenzó a renacer y obligó a Macri a pasar a una actitud más defensiva. Aún así, Gustavo Marangoni, que salió en algún momento al hall central, les comunicó a los escasos periodistas presentes en ese lugar que “Scioli va como estaba previsto”.

Más tranquilo entonces, el gobernador bonaerense se concentró más en sus propuestas gubernamentales, un territorio en el que el jefe de Gobierno porteño se sintió más inseguro, afectado por su habitual falta de capacidad discursiva. Incluso, se lo vio enarbolando un discurso descontracturado y algo sobrador, aunque algo descomprometido, lo que le quita llegada a quienes no forman parte de su propio público. El candidato de Cambiemos se dirigió a ellos, en una actitud esperable de quien lidera las encuestas, por el momento.

Scioli, en este tramo, se ubicó en el rol de defensor de las familias argentinas y de los trabajadores, que son los sectores a los cuales busca llegar con su discurso y sus propuestas. Terminó definiendo que la opción será el 22 de noviembre: “FMI o la Argentina”, aludiendo a la crisis que en los últimos días de 2001 eyectó al gobierno de la Alianza y sumió al país en una crisis que le costó años superar. Esta poderosa imagen, que aún retrotrae a los argentinos a uno de los momentos más tristes de la historia reciente, es uno de los pilares de la estrategia del Frente para la Victoria, en la que van a basar muchos de sus ataques contra el candidato de Cambiemos.

En definitiva, el debate, tal como se dio, favoreció al que lidera en las encuestas, Mauricio Macri, ya que Daniel Scioli no logró derribarlo de su pedestal de manera contundente. Ganar de un solo puñetazo hubiera sido la única manera de que el debate lo favoreciera de manera clara. De todos modos, cierta actitud displiscente del jefe de Gobierno porteño podría ser contraproducente si, como se espera, Scioli va a intentar acumular adhesiones en las pequeñas cosas cotidianas y no por medio de un golpe espectacular.

El 22 de noviembre está tan cerca, de todas maneras, que todo es difícil. Cambiar o continuar son las opciones. El Pueblo tendrá la palabra.

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