Los cinco indicadores que obsesionan al oficialismo

Los cinco indicadores que obsesionan al oficialismo

Los números que asoman en el tablero de comando de la Casa Rosada no aportan motivos para relajarse, pero tampoco alcanzan a disparar las alarmas, a pesar de los errores propios de Fernández y de su gobierno; con esa información se conforman en el despacho presidencial.

El Gobierno procura reponerse de los raspones y moretones que le acaban de dejar sus tropiezos con las imágenes y las palabras en el Olivosgate. Ahora intenta no tropezar con los números. Por eso, los disecciona con bisturí de cirujano plástico para que luzcan lo mejor posible.

En la Casa Rosada, saben que el crédito es demasiado escaso, si no nulo, para nuevos errores. Aunque Alberto Fernández y su entorno se esfuercen a diario por convencerse de que el infeliz cumpleaños de la pareja presidencial no tendrá efecto electoral, siguen con minuciosidad varias mediciones.

Las encuestas electorales conviven sobre las mesas y en las pantallas de los celulares de los principales colaboradores de Fernández con otros cuatro marcadores: las mediciones de la imagen presidencial y del Gobierno; el índice de penetración en la sociedad del Olivosgate; las cifras de contagios del Covid tras la llegada de la variante delta a la Argentina versus el porcentaje de vacunados, y, finalmente, los indicadores económicos.

Con esos registros, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, trata de relanzar y “ordenar” la campaña para los 18 días que restan hasta las PASO, después del desorden provocado por el First Lady PhotoFest. Aunque la fecha que miran en la Casa Rosada, por relevancia y conveniencia, está puesta en la estación final del recorrido electoral, datado en el próximo 14 de noviembre. Faltan tres meses, se consuelan.

Los números que asoman en el tablero de comando de la Casa Rosada no aportan motivos para relajarse, pero tampoco alcanzan a disparar las alarmas, a pesar de los errores propios de Fernández y de su gobierno. Con esa información se conforman en el despacho presidencial.

En el plano electoral, el comando de campaña liderado por Cafiero toma como referencia, en estos días, las encuestas provistas por la empresa Trespuntozero, que le pronostican un triunfo nacional y, en particular, en la crucial provincia de Buenos Aires, aunque por márgenes sustancialmente inferiores a los de hace dos años. La brecha se acorta a la mitad. Prefieren mirar el vaso medio lleno.

En el territorio bonaerense, la lista oficialista logra en esos sondeos una ventaja de siete puntos por sobre la suma de los votos de las nóminas cambiemitas encabezadas por Diego Santilli y Facundo Manes.

La particularidad que arrojan esos trabajos, coincidente con otros que maneja la oposición, es que el Frente de Todos pesa más que la candidatura de la representante albertista Victoria Tolosa Paz. El 37% que dice que votará la lista oficialista se reduce entre 3 y 4 puntos cuando se pregunta por quién encabeza la boleta.

El caso inverso al del FdT se registra en la oposición en casi todas las encuestas. Los candidatos tienen una intención de voto que supera a la del espacio que comparten. Aunque reversionada después de las derrotas de 2019, la marca Juntos sigue sufriendo el daño reputacional de la gestión Macri. La gran duda para noviembre es si la suma de las partes seguirá empujando hacia arriba a esta coalición.

Frente a esos datos, el comando electoral oficialista decidió que los principales referentes de FdT sean las caras más visibles antes que los propios candidatos, así como privilegiarán las críticas al pasado de las gestiones nacional y bonaerense cambiemitas antes que apuntar a los postulantes opositores.

La marca va por encima de los candidatos y, particularmente, del Gobierno. Mutaciones obligadas de los sueños que el albertismo nonato albergaba en el cierre de listas. Como consuelo y reafirmación de su estrategia electoral, criticada por el cristicamporismo, les queda un singular argumento: “Fue un acierto habernos resistido a las presiones para que encabezara Santi [Cafiero]. Si hoy estuviera al frente de la lista, no podría despegarse del escándalo de las fotos y lo haría muy vulnerable”. Mejor no mostrarse, sería el titulo. Un argumento singular. Las diferencias siguen en pie. La fragilidad albertista, también.

No obstante, en la Casa Rosada se esfuerzan por relativizar el impacto de la fiesta clandestina en la residencia presidencial. Las mediciones sobre este tema que prefieren son las que refuerzan percepciones y una acotada casuística, como alguna recorrida de Fernández sin sobresaltos o insultos. Reducen el efecto negativo al segmento de quienes ya se habían alejado del oficialismo y, en términos geográficos, circunscriben la penetración al área metropolitana más reactiva al Gobierno. “Los que no nos van a votar se habían ido antes por enojo o desencanto”, dicen.

Buscan así contrarrestar las evidencias sobre los efectos del Olivosgate en la opinión pública que muestran otras encuestas, como la de Management & Fit y la de D’Alessio Irol-Berensztein, o trabajos de big data, como el realizado por el especialista Guillermo Vagni. Todos coinciden en mostrar un nivel de impacto masivo superior al de cualquier evento vinculado con la política en él último año y medio. El trabajo de Vagni muestra, por ejemplo, que las interacciones en las redes superaron a las que desató el vacunatorio vip. El tono negativo también registró aumentos considerables. Los escándalos no parecen ser redundantes, sino acumulativos.

Hasta ahora, las acciones de contención de daños no logran revertir el efecto nocivo inicial. La contraofensiva con la difusión de las imágenes de la inoportuna fiesta de cumpleaños de Lilita Carrió, más que exculpar o beneficiar al Presidente y al oficialismo, podría tener otro efecto adverso: afectar, aún más, a toda la dirigencia política de los principales partidos, a la que ya buena parte de la sociedad mira con desafección, cuando no con rechazo.

Eso podría servir de llamado de atención también para la oposición respecto de las consecuencias de sus actos y la forma en que los explica. Obviamente no hay simetría posible entre la fiesta en Olivos y la celebración en una residencia privada de una dirigente política sin cargos públicos, aun cuando asistieran gobernantes y legisladores en ejercicio. Aunque resulta cuestionable cuando se repara en que por esos días la mayoría de los argentinos debían acotar sus reuniones familiares para las fiestas de fin de año. La escala de responsabilidades no es igual para los representantes que para los representados.

Más allá de los tecnicismos y las discutibles interpretaciones legales esgrimidos en defensa de la fiesta en Exaltación de la Cruz, el comunicado de la Coalición Cívica culmina, además, con un párrafo inquietante. Allí dice que “se pone en conocimiento de estas circunstancias [que avalarían la legalidad del festejo] a todos los medios periodísticos a los fines de evitar incurrir en real malicia en futuras publicaciones”. Si ese “consejo” hubiera salido del Instituto Patria, es previsible imaginar lo que dirían la celebrada y sus seguidores. Por eso mismo, resulta tan extraña la necesidad de recordar la responsabilidad del periodismo. No todos los políticos son iguales, pero a veces facilitan asimilaciones inesperadas.

Covid, el gran ordenador

Es evidente que la pandemia sigue ordenando (o desordenando) la política. Aunque el Gobierno parezca haber decretado su fin y base su campaña proselitista en que “estamos saliendo” y volviendo a #Lavidaquequeremos. En el tablero presidencial siguen teniendo un lugar preponderante las cifras de contagios y de vacunación y las proyecciones sobre la diseminación de la supercontagiosa variante delta. El cotejo con los datos de lo ocurrido en el extranjero es permanente.

Entre los casos con los que buscan encontrar algo de tranquilidad eligen los de Francia y España, para contrastarlos. Esa comparación muestra que la Argentina tenía al momento de la llegada del primer caso de esa variante un porcentaje mayor de vacunados que esos países. Relativizan que la comparación se haga con el número de los que recibieron una sola dosis y no con los que cuentan con el esquema completo de vacunación. Ya se sabe que existen las verdades, las mentiras y las estadísticas.

En la aceleración casi desesperada del plan vacunatorio y el retraso en la expansión de la variante delta, gracias a las limitaciones a los ingresos desde el exterior, radica la apuesta al optimismo. Una nueva ola en medio del proceso electoral no sería una buena noticia, mucho menos con las imágenes de la violación de la cuarentena por parte del propio Presidente fijadas en la retina de los votantes.

Los indicadores económicos son el quinto elemento que desvela al oficialismo. Es prioritario para ellos poner en un segundo plano los datos de la inflación indómita, que ya casi todos los economistas prevén que a fin de año será casi 80% más alta que el 29% estimado en el presupuesto. También buscan desplazar de la atención pública la brecha cambiaria y bajar las expectativas de una mayor presión sobre el dólar. No es tarea fácil, pero la construcción del relato está en marcha.

La recolección de índices favorables para defender la gestión es una de las tareas encargadas al equipo económico en medio de la tempestad después de la primera reunión general de gabinete. Los ministros de las distintas áreas económicas llevaron al almuerzo que presidió Cafiero algunos datos para tratar de estimular los golpeados ánimos.

Entre otros elementos destacan que la actividad esté dejando atrás el impacto de la segunda ola del Covid y que haya crecido un 2,5% mensual en el bimestre y 10% por ciento interanual, o que el empleo industrial haya superado en 23.000 puestos el nivel de diciembre de 2019, cuando Macri dejó el poder. Como con la vacunación, el collage se construye con los recortes más favorables.

La creatividad narrativa con la que se presentan los indicadores será puesta a prueba por los votos. Esos números son menos susceptibles de maquillajes, aunque sobreabunden los maquilladores.

 

Por Claudio Jacquelin

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