El botón "light" de un expresidente calórico

El botón

Por Daniel Vázquez Sallés.

El señor Trump, expresidente de los Estados Unidos, se fue del Despacho Oval y dejó un botón rojo sobre la mesa para que el nuevo presidente, el señor Biden, hiciera con él lo que quisiera. Por suerte, el señor Biden lo ha hecho retirar.

Cualquier botón rojo relacionado con la Casa Blanca nos lleva directamente a pensar en un cataclismo atómico. Ser presidente de los Estados Unidos no sólo te permite ser tratado como a un Dios, sino ejercer de Dios en un mundo necesitado de un progenitor que cultive con sus súbditos la táctica de motivación del palo y la zanahoria.

Los expertos dicen que esa táctica sólo funciona en burros.

El botón atómico que todo presidente norteamericano tiene en su poder una vez llega al Despacho Oval es simplemente simbólico. Lo que se llama botón es una maleta con un código secreto que solo conoce el presidente, razón por la cual, podríamos hablar más de maleta atómica que de botón rojo cuando asociamos al Dios de la Casa Blanca con un mundo amenazado por los isótopos fisibles.

El segundo botón de Trump, el de verdad, era un interruptor que el expresidente utilizaba para pedir Coca Cola Light a uno de sus siervos. Conocedores y sufridores de la pandémica ideología de Trump, es fácil imaginar que los encargados de saciar la sed presidencial eran afroamericanos o hispanos agradecidos de haber nacido.

No sé los gustos culinarios de Biden. Original de Scranton, Pensilvania, es probable que le agraden pasteles como el Pennsylvania Deutsch o el shoofly pie. Como toda la gastronomía norteamericana, la cocina de Pensilvania es hija de las sucesivas olas de migración.

Si visitamos Filadelfia, la capital, es un deber casi sagrado comer un filete con queso y tomar como tentempié un pretzel con mostaza parecido al que preparan en el estado de New Jersey. Unos alimentos de origen alemán que compiten con las empanadillas halupki o las salchichas kielbasa, cuyo origen se halla en Europa Oriental.

Pensilvania también es la tierra del Tomate Heinz y la sopa Campbell, pero a sus 78 años, a Biden, hombre criado en Scranton, se le ve sanote y se intuye que entre sus comidas diarias abundan productos típicos de su tierra como el trigo sarraceno, el maíz dulce, las verduras, las hortalizas y las frutas del huerto como las manzanas. Mens sana in corpore sano.

La Coca Cola y un norteamericano forman un matrimonio indisoluble y dudo que Biden, el primer norteamericano en la tierra, no tenga entre su bebidas predilectas una pócima light de fórmula secreta que tiene su origen en la zarzaparrilla.

El tema, el asunto de haber quitado el botón de la Coca Cola Light del Despacho Oval tiene más de simbólico, de quitar todo aquello que recuerde el paso de Trump por el poder, que de una toma de postura nutricional por parte de Biden.

Eso sí, si somos lo que comemos, los gustos culinarios de Trump recuerdan mucho al color de su pelo frito. El bueno de Donald devora cubos y cubos de Kentucky Fried Chicken, docenas y docenas de grasientas hamburguesas de McDonalds, y sacos y sacos de patatas fritas, recetas todas ella bañadas con Coca Cola Light para compensar las calorías y el azúcar. Un chiste. Dime qué comes y te diré quién eres.

A Biden y a Trump les une el ketchup de la marca Heinz, uno por ser de Pensilvania, el otro por ser un fanático del fast food. Por suerte, Biden y Trump ya no están conectados por un botón rojo colocado estratégicamente en la mesa del Despacho Oval que definía el estómago insaciable de un peligroso fanático que tenía, entre sus privilegios, el control de una maleta atómica.

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