Alberto y las paradojas del 1° de marzo: sus criticados del año pasado son sus aliados de ahora

Alberto y las paradojas del 1° de marzo: sus criticados del año pasado son sus aliados de ahora

El Presidente debe defender la firma del acuerdo con el FMI en su discurso ante el Congreso. Justo cuando la guerra de Ucrania complica las metas fiscales

Mientras prepara el discurso que pronunciará ante el Congreso el próximo martes, Alberto Fernández debe estar reflexionando sobre lo mucho que puede cambiar el panorama político del país de un año para otro.

Su mensaje del año pasado había tenido como eje central la acusación judicial a los funcionarios macristas que habían firmado el acuerdo "stand by" con el Fondo Monetario Internacional. Y ahora, en irónico contraste, deberá extremar esfuerzos para que los mismísimos diputados y senadores macristas lo ayuden a aprobar su propio acuerdo con el Fondo y que le aseguren los votos que posiblemente le termine retaceando el kirchnerismo.

La prudencia indica que difícilmente Alberto repita los argumentos de hace un año, cuando había asimilado la firma del endeudamiento de 2018 con los delitos de "administración fraudulenta" y "malversación de fondos". Además, propició la iniciativa por la cual todo acuerdo para tomar deuda debería ser ratificado por el Congreso, un hecho que ahora se le vuelve en "efecto boomerang".

Como está notando el Presidente, las prioridades políticas de un año a otro cambiaron notablemente.

En aquella ocasión, intentaba congraciarse con la propia base militante, que le reprochaba temas diversos: desde blandura en la relación con los empresarios, pasando por un exceso de vocación fiscalista que lo había llevado a un recorte prematuro de la ayuda por la emergencia covid y hasta situaciones de corrupción inadmisible en el escándalo del "vacunatorio VIP".

Y la respuesta de Alberto había sido contundente: lo del vacunatorio vip había sido "un error", pero no un delito. En cambio, la crisis heredada del macrismo sí era una materia judiciable.

El macrismo, un involuntario aliado 

Un año después, el Presidente se encuentra con que los argumentos que en 2021 le permitieron salir airoso de las críticas, ahora ya no le resultan funcionales.

Para empezar, no puede enemistarse con una oposición que ahora controla ambas cámaras y de la cual necesita para aprobar el acuerdo con el FMI, luego del "portazo" de Máximo Kirchner y los amagues de un retiro de apoyo de todo el bloque que responde a La Cámpora y fuerzas afines.

Además, el año pasado había logrado congraciarse con Cristina Kirchner mediante la promesa de una reforma del sistema judicial, el tema que más desvela a la vicepresidenta. Pero un año después, las promesas del Presidente no se cumplieron y, más allá de gestos como el haber atestiguado a su favor en la causa judicial "obra pública", no pudo avanzar con la determinación que Cristina le reclama.

Curiosamente, al atestiguar en defensa de Cristina, el principal argumento que planteó Alberto  fue que no se podía judicializar una decisión de política económica. Algo que suena contradictorio con el argumento que había planteado para presentar la querella contra los funcionarios macristas que firmaron el "stand by" con el FMI.

De manera que en este nuevo discurso se le hará difícil tanto la crítica a la herencia recibida del macrismo como el llamado a una reforma que termine con el "lawfare". En el primer caso, no le resulta conveniente a sus nuevas necesidades, y lo más probable es que mantenga el tono del 28 de enero cuando en cadena nacional anunció el preacuerdo con el FMI.

Ese día, y en un notorio contraste con su línea discursiva anterior, Alberto se resistió a la tentación de nombrar a Mauricio Macri y, casi en tono de tregua, afirmó: "La historia juzgará quien hizo qué. Quién creo un problema y quién lo resolvió. Los invito a mirar hacia adelante sin olvidar el pasado".

En cuanto al otro eje de su discurso del año pasado, también hay elementos que hacen que ya no tenga la misma validez. Ocurre que cualquier alusión que Alberto haga sobre la reforma judicial sonará a insuficiente para el kirchnerismo duro, que cree que el Gobierno retacea apoyo y que lo dejó solo en batallas como la del pedido de remoción de los ministros de la Corte Suprema.

El aplausómetro, con foco en Cristina y Máximo

Como suele ocurrir en todos los discursos de inauguración de las sesiones legislativas, gran parte de la lectura política no estará en el discurso propiamente dicho sino en las reacciones de los dirigentes presentes en el recinto.

En este caso, más que nunca, toda la atención estará puesta en la gestualidad de Cristina, una experta en enviar señales políticas aun sin emitir palabra. Su cara y el grado de entusiasmo de sus aplausos serán un tema político de alto interés, en un momento en el que sigue sin estar claro cuál es el nivel de apoyo interno que tendrá el presidente para un acuerdo con el FMI.

Lo mismo vale para el diputado Máximo Kirchner y la bancada que responde más directamente a la ex mandataria. Aunque en el oficialismo aseguren que no habrá una fisura interna y que los votos ya están asegurados, en los últimos días, se han acentuado las insinuaciones respecto de que los diputados cercanos a La Cámpora podrían abstenerse, ausentarse o hasta directamente votar en contra del acuerdo.

La revelación de que en el borrador que negocia Martín Guzmán había otros puntos que en su momento habían sido negados, como la posibilidad de reformas en el régimen jubilatorio y la condicionalidad para los aumentos salariales de los empleados estatales exacerbaron el malestar del kirchnerismo.

¿Qué hará Alberto, sabiendo que mientras él haga alusión al acuerdo las cámaras de televisión estarán enfocando a los diputados díscolos? Será un desafío a su habilidad retórica, dado que si sobreactúa su nivel de crítica puede irritar al macrismo, pero si se muestra excesivamente blando arriesga a gestos de disidencia en su propia bancada legislativa.

La guerra y su impacto sobre un tema híper sensible

Además, como si el FMI no fuera suficiente desafío a las cualidades de equilibrista de Alberto, se agrega el complicado contexto internacional por la guerra en Ucrania. Algo que deja al Presidente en una situación muy incómoda, primero porque está muy fresco el recuerdo de su reciente visita a Moscú, con una frase que los diplomáticos no dudan en calificar como una de las más desafortunadas en la historia de la política exterior.

"Tenemos que ver la manera que Argentina se convierta de algún modo en una puerta de entrada para América Latina para que Rusia ingrese en América Latina de un modo más decidido", dijo Alberto en el Kremlin, frente a Vladimir Putin, con pésimo "timing" diplomático.

Alberto deberá explicar el sentido de esa frase, pero además deberá hacerlo de una manera que no agrave la irritación del gobierno estadounidense. Un incómodo antecedente fue la queja de la embajada ucraniana en Buenos Aires, que reprochó a la cancillería no haber hecho una condena más explícita sobre la violencia del expansionismo ruso.

Pero la guerra no sólo será un tema incómodo por su costado diplomático, sino porque altera las premisas sobre las cuales se iniciaron las negociaciones con el FMI.

A esta altura, con la disparada de los precios de los combustibles, ya quedó en evidencia que será muy difícil cumplir con la promesa de achicar en 0,6% del PBI el monto de subsidios a la energía. Ya era un objetivo complicado antes de que se duplicara el precio del gas en el mercado internacional, dada la negativa del gobierno a subir más de un 20% las tarifas de servicios públicos.

De manera que el Presidente se verá obligado a transparentar la situación. O admite que no se logrará el recorte comprometido -lo cual pone en riesgo la propia firma del acuerdo- o reconoce que la suba tarifaria deberá ser de mayor magnitud, lo cual puede terminar de enemistarlo con el kirchnerismo.

Cristina Kirchner está convencida de que fue el tarifazo lo que le costó la derrota electoral a mauricio Macri en 2019, y será difícil que acepte con cara de poker que, a su lado, el Presidente explique que en aras de la estabilidad financiera habrá que tolerar un mayor esfuerzo en el pago de servicios públicos.

Los villanos, un recurso siempre a mano

Por suerte para el Presidente, siempre queda a mano un recurso retórico que rinde a nivel político, aun cuando tenga escasos efectos reales: la demonización del empresariado. Hay altas probabilidades de que otra vez, como ya ocurrió en el discurso del año pasado, sean señalados como responsables de la escalada inflacionaria.

Después de todo, en lo que respecta al público masivo que vive por fuera del microclima político, no hay tema más importante, como demuestran con elocuencia las encuestas de opinión pública. El 3,9% registrado en enero, con el agravante de que el rubro de alimentos se ubicó un punto por encima, es un dato elocuente respecto del lugar que la inflación ocupa en la agenda.

De manera que todo se presta para que el discurso presidencial repita las clásicas amenazas sobre intervenciones, multas y sanciones diversas. Queda como gran interrogante saber si finalmente Alberto decidirá en el Congreso darle impulso formal al controvertido proyecto para crear una empresa estatal de alimentos que cumpla el rol de ofrecer precios testigo ante la oferta de los "grupos concentrados".

Mientras tanto, una de las principales obsesiones del Gobierno es lograr el "desacople" entre los precios internos de alimentos y los commodities agrícolas, que se dispararon en el mercado global como consecuencia de la guerra.

Alberto se apuró en las últimas semanas para poder mostrar que se está haciendo algo al respecto. Es así como, en contra de la opinión de todos los empresarios involucrados, el gobierno, a través del secretario de comercio Roberto Feletti, puso en marcha el polémico fideicomiso que desviará recursos desde los exportadores de trigo y maíz hacia la industria fabricantes de alimentos.

Todas las gremiales empresariales involucradas ya adelantaron su escepticismo respecto de los resultados que tendrá esta iniciativa -por otra parte, ya aplicada en el pasado-. Creen que será poco efectiva para frenar los precios, pero que traerá consecuencias negativas al achicar los márgenes de rentabilidad de los productores. En definitiva, un desincentivo a la producción.

Para los empresarios, sería más lógico intentar un abaratamiento mediante un alivio en el IVA de los alimentos. Pero si hay una propuesta que el Gobierno no puede darse el lujo de escuchar siquiera es la de resignar un ingreso de impuestos, en plena negociación con el FMI.

En todo caso, lo cierto es que en ese tema Alberto tendrá un momento de alivio. Por más que el fideicomiso -como el año pasado ocurrió con el cierre a la exportación de carne- tenga pocas chances de éxito, se trata de un tema que siempre asegura aplausos en un discurso.

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