Alberto se anima, Cristina busca

Alberto se anima, Cristina busca

Por: Roberto García. De repente, Alberto F descubrió la ventaja de oponerse a CFK. Rinde esa actitud, dentro y fuera de su gobierno. Este tardío gesto de independencia proviene de quien, al borde de la inmolación, debió apelar al señor de los “milagros imposibles” para revertir su propia suerte.

Como se sabe, ese santo inalcanzable es Judas, el apóstol de las traiciones y denarios. Casi de mal gusto el elegido, aunque le viene al dedillo esa invocación al peronismo que nunca cesa de pregonar “lealtades” como si fuera necesario recordarlas porque no se cumplen. 

El Presidente dinamitó la estatua de Cristina con su rebelión de los enanos: no la atiende, le bloqueó la suspensión de las PASO (prometió: “No promulgo la ley si logran la aprobación en el Congreso”), dialoga con los gobernadores, alimenta movimientos sociales y a un sector de la CGT contrarios a La Cámpora, mientras sueña con su reelección llevando a Scioli como dos en la fórmula 2023. O, en su defecto, que Scioli lo suceda como postulante y él se refugie en algún organismo internacional u ONG. Consejo de otro burócrata amigo de la casa: el chileno Ominami, acopiador de secretos personales. 

De ahí que hoy su gobierno no promueve la competencia por presidir ningún cargo en esos institutos del mundo, requiere ese propósito para sí mismo y el futuro. Demanda, por tanto, no aparecer salpicado por corrupción y exhibir un CV favorable al indigenismo, diversidad sexual, calentamiento global o lo que parezca políticamente correcto en ese universo tan propenso a la moda de las minorías. 

Así debe entenderse su escandalosa e insólita defensa por la preservación de su honestidad, contrariando a un ignoto participante de la tele que se atrevió a calificarlo de “coimero”, simplemente porque conocía a un íntimo de Alberto, el legislador capitalino Ferreño, hombre que cultiva al mandatario hace décadas en el minikiosco del PJ porteño. Para muchos, además, la exaltación de su presunta virtud obedece a la confrontación con la enciclopedia de venalidades atribuidas a CFK, una diferencia esencial que lo distancia de su Vice y ahora se preocupa por destacar. 

Sorprende que la vocera de Alberto denostara la televisiva imputación, justificara acciones legales al protagonista y al canal y, en cambio, desconociera la mención en un libro (“El Presidente que no quiso ser”, de Silvia Mercado) de un supuesto contrato por 30 millones de dólares que le prometieron a Fernández por ser inquilino de la Rosada. Más aberrante aún el caso: la solícita Cerruti se molestó con la autora no por la denuncia del contrato sino porque en algún capítulo tildó a Fernández de consumidor de abundante whisky. 

Variable Scioli. Para seguir con la religión, a la diestra del Señor se encuentra el embajador que ahora va y viene a su sinecura brasileña esperando los resultados electorales del próximo domingo: Scioli todavía alienta la constitución de un fracasado swap o una convergencia de las dos monedas, ofrece consultas en ese sentido a Redrado (quien escribe sobre el tema y se anotó para la porfía 2023), supone que el nuevo jefe de Estado (para él, Bolsonaro sería mejor interlocutor a pesar de conservar buena relación con Lula) contribuirá a resolver la crisis económica argentina. Aunque no debe olvidarse lo que confesó hace años el ex canciller Celso Lafer: “Argentina es demasiado grande para que Brasil se haga cargo”. A la espera de esa contingencia electoral, Scioli evalúa si colabora con Alberto cuando se vaya Manzur y lo reemplace. Optimista, como siempre, cree que esa designación será un energizante para su candidatura. Lo mismo creyó cuando le obsequiaron un ministerio y luego llegó Massa para exiliarlo de nuevo en Brasilia.  

En la sublevación a Cristina ahora descubrió Alberto que, por ejemplo, Pablo Moyano hace la doble: lo amenaza con paros para aplicar un aumento en las paritarias que ni su padre avala, pero al mismo tiempo le lloriquea para que atienda a la viuda de Kirchner. “No pueden estar separados”, ruega por orden de Máximo, el más sacudido por el divorcio en la cúpula. La Cámpora a su vez brama para que no haya divisiones, por la reconciliación de la grieta que ellos han provocado objetando la gestión de Massa. Se preocupan los ex jóvenes por el barullo interno que Alberto les generó en el santuario cristinista bonaerense al alentar ciertos movimientos que desconocen a los camporistas. 

Hasta debieron asumir el obligado cierre entre Cristina y Kicillof por el cual éste intentará renovar su mandato y no se presentará como candidato presidencial en 2023. Una patada en los genitales a Máximo, quien pretendía quedarse para uno de sus elegidos con la residencia de La Plata. Hábil la jugada de Kicillof, quien alguna vez ante las pedradas camporistas le reconoció al Presidente: “Vos hacés y decís lo que querés, yo no puedo”. Hablaba de ella, claro, quien hoy le confía la supervisión de las andanzas de Massa y su equipo económico, también la conveniencia de repetir el mandato gracias a que en la Provincia no hay segunda vuelta.

Alberto, con retraso, se empoderó de la responsabilidad que le endilgó Kicillof y “harto de estar harto”, como dice la canción, le advirtió a interlocutores variados (se lo había insinuado a su ex amigo Eduardo Valdés cuando decidió despedirlo como correveidile con su vice) que iniciaba un camino propio, con menos imposiciones y que tiene una lapicera.

Si Alberto persigue su fantasía de reelección, al menos para completar su actual mandato, y consagra su simpatía en Scioli –a pesar de que hablan de un pacto con el gobernador Alberto Rodríguez Saá, quien es capaz de cualquier desatino contra su hermano Adolfo, hoy confidente de CFK–, queda margen para otra aspiracion en el universo oficialista. 

Por un lado, Massa insiste con su mandamiento presidencial desde el complicado Ministerio de Economía y, al mismo tiempo que pugna ante la inflación, el dólar o el estancamiento, participa de inauguraciones, entrega obsequios del Estado, recorre la Provincia, hace campaña propia, medios, saluda y da besos. Habrá que reconocerle esfuerzo, también una voluntad formidable para realizar dos emprendimientos al mismo tiempo. Casi imposibles como se le reclama al santo Judas. Ahora puede decir que subió en las encuestas, logro que jamás hubiera obtenido desde Diputados. 

Para su desgracia, su proyecto no es compartido por Alberto, menos por CFK, quien hasta le pide que cambie las normas constitutivas del FMI. Lo que ella no pudo se lo exige a otros. Mientras, deshoja su propia margarita: no quiere ser candidata, no le complace que sus adherentes la envíen a la parrilla humeante con el cántico “Cristina Presidenta”, entiende que ni ella ni nadie de su fracción tiene posibilidades de imponerse el año próximo para gobernar el país. 

Lo más probable es que evite su sacrificio (el posterior sería peor a la derrota: la pérdida de fueros), ni se le ocurre lo del hijo (a veces le cuesta percibirlo como un animal político como el padre o ella), se asombra por la endeblez de La Cámpora y ensaya otro desafío: encontrar una figura menos contaminada por la política o la “casta”, con alguna consideración en otras actividades, intocada en su probidad, cercana en lo posible. Cuesta encontrar a ese elemento en la cuestionada elite de la dama. Pero hay un perfil a contemplar que ella evalúa, al menos como modelo: el titular de YPF, abogado, ex diputado y ex senador, vicegobernador de Santa Cruz, nyc y kirchnerista: Pablo Gonzalez, 55 años. A san Judas también rogando.

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