Fin de la era Lagarde en el FMI; Argentina confía en Trump

Prevén en el Gobierno que no se alterará el ritmo de desembolso del dinero pactado en el stand by vigente. De lo contrario, se activará el "teléfono rojo".

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, fue designada ayer como nueva presidenta del Banco Central Europeo, a partir del 1° de noviembre, en reemplazo del italiano Mario Draghi, luego de anunciar su renuncia temporal al cargo en el FMI. “Me siento honrada de haber sido nominada para la presidencia del Banco Central Europeo. A la luz de esto, y en consulta con el Comité de Ética del Directorio Ejecutivo del FMI, decidí renunciar temporalmente a mis responsabilidades como director gerente del FMI durante el período de nominación”, comunicó oficialmente ayer el organismo internacional, en el inicio de una nueva era.

Para el Gobierno nacional, la salida de Christine Lagarde de la presidencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) no debería tener mayores dificultades. Como tampoco la llegada como “acting managing director” del norteamericano número dos del FMI, David Lipton. Desde el Ministerio de Hacienda se asegura que la relación con el organismo financiero internacional quedará ahora concentrada en el director gerente para el Hemisferio Occidental, el mexicano Alejandro Werner; y con el responsable del caso argentino, Roberto Cardarelli. Y que, eventualmente, si surgiera alguna dificultad sería para que el board del organismo continúe liberando los fondos comprometidos en el stand by vigente, siempre quedará el último y, demostradamente efectivo, recurso extraordinario: la llamada a Donald Trump o al secretario del Tesoro norteamericano, Steven Mnuchin.

Así se reflexionaba ayer en la Casa Rosada, al asimilar la noticia conocida públicamente ayer al mediodía de Buenos Aires y que según fuentes oficiales Mauricio Macri ya sabía desde que se reunió con la ahora exdirectora gerente del organismo el fin de semana en la cumbre del G-20 ,en Osaka, Japón. La opinión local es que el rol de Lagarde fue clave y fundamental desde que se cerró el primer acuerdo entre la Argentina y el organismo en junio del año pasado en negociaciones iniciadas en marzo de 2018 cuando la exministra de Hacienda francesa visitó el país. En aquellos días se organizó una cena en el hogar de Nicolás Dujovne, que abrió la alternativa de un regreso del país al FMI. Más importante fue la actividad de Lagarde en agosto pasado, cuando se renegoció el stand by luego de que la Argentina lograra un curioso récord: haber sido el país que más rápido anunció que no se podría cumplir con un acuerdo stand by, a menos de tres meses de haberlo firmado. En aquel mes, Lagarde fue personalmente la que se encargó de explicar las dificultades de la economía argentina al board y lograr un aumento del préstamo y un acortamiento de los plazos de desembolsos. Esto pese al informe negativo de entonces firmado por Cardarelli (y avalado por Lipton), sobre la marcha de la economía argentina. En ambos momentos de apoyo al país, Lagarde se manejaba con convencimiento personal, segura de que un buen acuerdo de regreso de la Argentina al Fondo, sería el broche de oro en su gestión como titular del FMI. Y con su impronta dentro del organismo, y el aval de Washington detrás, obtuvo el apoyo necesario para lograr el préstamo más importante en la historia del Fondo a un país.

Sin embargo, en la próxima crisis que debió enfrentar el Gobierno de Mauricio Macri, demostró que la autoridad de Lagarde no alcanzaría para ayudar a la Argentina. Fue en abril pasado, cuando los mercados locales e internacionales volvieron a azotar al peso argentino; con una nueva corrida cambiaria que amenazó con demoler todo el débil andamiaje cambiario electoral del Gobierno de Mauricio Macri. Desde Buenos Aires se insistía en la necesidad de que el FMI liberara parte de los dólares del stand by para que desde Hacienda y el Banco Central se pudieran utilizar divisas para combatir corridas cambiarias como único mecanismo posible para estabilizar la tormenta local. Eran tiempos en los que el dólar aumentaba al mismo ritmo que caía la imagen del Gobierno en las encuestas. En la sede del organismo en Washington nació una resistencia irreductible: la del número dos en el orden de poder, el norteamericano David Lipton. Este economista, de origen demócrata y heredero ideológico de Anne Krueger (en parte responsable de la baja de pulgar hacia el país en 2001), se oponía militantemente a violentar el artículo VI de la carta orgánica del FMI, donde se explicita que “ningún miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital”. Se habilitó allí el “teléfono rojo” entre Macri y Trump, quien a su vez envió a Mnuchin a presionar a Lipton. Este finalmente firmó la rendición, y firmó el permiso para que el país disponga de unos u$s6.000 millones para contener eventuales corridas cambiarias, con un límite diario de u$s250 millones, inaugurando la etapa actual de nueve semanas y media de estabilidad cambiaria y alza de Macri en las encuestas.

La gestión transitoria de Lipton y su afinidad con el caso argentino podrá se evaluada rápidamente. En días el board del FMI tendrá que reunirse nuevamente, para evaluar el segundo desembolso del año pactado con el país, por unos u$s5.400 millones. Con este dinero la Argentina se garantizará que llegará a las elecciones presidenciales sin problemas de pago de vencimientos. Suponen en Buenos Aires que no deberían haber mayores dificultades, y que para fin de julio el dinero ya estaría en las reservas del Banco Central. Si esto no sucede, sería un cambio radical en la relación entre el país y el organismo.

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