La balanza comercial volvió a dar déficit y en lo que va de 2025 ya se fueron más de US$4.000 millones. El giro económico iniciado por Javier Milei achicó las exportaciones pero no frenó las compras al mundo.
Juan José Domínguez
En agosto de 2025, la economía argentina cerró el mes con un déficit comercial de US$477 millones. El dato, informado este jueves por el Indec, confirma una tendencia que lleva varios meses: la Argentina está comprando más de lo que logra vender al exterior, y eso significa, en términos simples, una salida neta de dólares.
Lejos de ser un dato aislado, es el tercer mes consecutivo en rojo y se inscribe en una dinámica que se consolidó desde la asunción del Gobierno de Javier Milei. En los primeros ocho meses del año, el déficit comercial acumulado fue de US$4.043 millones, una inversión completa respecto del mismo período de 2024, cuando se había registrado un superávit de US$5.086 millones.
Los datos del Indec muestran que las exportaciones cayeron un 10,6% interanual, mientras que las importaciones aumentaron un 19,8%. Así, en agosto, el país vendió al mundo por US$5.850 millones, pero compró por US$6.327 millones. Esa diferencia negativa explica el déficit del mes.
¿Qué significa esto para la economía argentina? Que hay más dólares saliendo que entrando. Que las reservas del Banco Central se ven presionadas. Y que la pretendida autosuficiencia fiscal y externa que plantea el oficialismo está, al menos por ahora, lejos de cumplirse.
El fenómeno tiene varias causas. Por un lado, la apertura de importaciones permitió a empresas y particulares comprar más insumos, vehículos, combustibles y bienes de consumo. Por otro, las exportaciones no despegan, golpeadas por los menores precios internacionales de algunos productos clave y por la caída de cantidades vendidas en sectores estratégicos.
Entre los rubros que más cayeron en exportaciones están los productos primarios, que retrocedieron 14,1% respecto a agosto de 2024, y las manufacturas de origen agropecuario, que bajaron 13,6%. También retrocedieron los combustibles (–17,7%) y las manufacturas industriales (–1,8%).
Del lado de las compras, en cambio, los datos muestran un fuerte aumento en combustibles y lubricantes (83,7%), bienes de capital (29,6%) y bienes de consumo (31,9%). También se incrementaron las importaciones de autos, maquinaria agrícola, medicamentos, celulares y alimentos.
Entre lo que más se exportó en agosto figuran harinas y pellets de soja (US$752 millones), maíz en grano (US$535 millones), petróleo crudo (US$401 millones) y vehículos para transporte de mercancías (US$162 millones). Pero en todos esos casos, los valores fueron más bajos que en igual mes del año anterior, tanto por cantidades como por precios.
Del lado de las importaciones, el país gastó US$417 millones en gasoil, US$163 millones en naftas, US$131 millones en autos, US$123 millones en teléfonos celulares y US$116 millones en bienes de consumo diversos. En muchos casos, los volúmenes importados crecieron aunque los precios internacionales bajaran, lo que indica una reactivación del canal comercial pese al ajuste interno.
Desde diciembre pasado, el Gobierno buscó impulsar un modelo basado en superávit gemelos: fiscal y externo. La lógica era que, con disciplina del gasto y libertad de precios y comercio, la economía se ordenaría sola. Sin embargo, los datos comerciales muestran una reversión rápida y profunda del saldo positivo que venía arrastrándose desde 2023, incluso en un contexto de recesión.
Agosto fue el tercer mes consecutivo con déficit comercial, tras los US$649 millones de junio y los US$515 millones de julio. Si se mantiene esta tendencia, el año podría cerrar con el peor resultado comercial desde 2018, en plena corrida cambiaria y bajo acuerdo con el FMI.
El rojo externo tiene consecuencias concretas, aunque no siempre visibles de inmediato. Implica pérdida de divisas, necesidad de mayor financiamiento externo, menor poder de maniobra del Banco Central y riesgo de que se altere el delicado equilibrio cambiario, aún con cepo y restricciones vigentes.
La paradoja es que una economía en recesión, con caída del consumo y del crédito, sigue generando un déficit comercial creciente. No es que sobra demanda: lo que falta es oferta exportable competitiva, producto de un modelo productivo que aún no encuentra impulso.
En este contexto, el Gobierno enfrenta un dilema: seguir defendiendo la apertura irrestricta de importaciones, con el riesgo de acelerar la pérdida de reservas, o volver a intervenir en el comercio exterior para cuidar los dólares, a contramano de su discurso de desregulación total.
Por ahora, los números muestran que el ajuste interno no trajo equilibrio externo, sino más bien lo contrario. Argentina gasta más de lo que gana en el mundo, y eso, en una economía bimonetaria como la argentina, siempre tiene consecuencias.
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