Quizás ahora Alberto busque una foto con Milei

Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Por fin, el álbum de Alberto está completo: tiene fotos con el Papa, con Putin, con Xi Jinping y, ahora, con Biden en el Salón Oval. El ocurrente Sergio Berni lo ha tratado de “borracho” y “vendedor de autos usados”, pero ya quisiera él tener esa galería. 

El profesor cuenta además con selfies robadas en pasillos de grandes cumbres, a las que asiste sin otra inquietud geopolítica que retratarse con líderes mundiales. Cariñoso, confianzudo, no logra refrenar cierta propensión al toqueteo, lo que le ha ganado entre sus colegas fama de atrevido. En un G-20 se le animó al hombro de John Kerry, enviado de Estados Unidos, hasta que este, visiblemente molesto, le sacó la mano; en esa misma reunión, un video mostró a Merkel esquivándolo, también incómoda. El miércoles fue por otra conquista: el brazo derecho de Biden; la obtuvo, a cambio de quedar definitivamente en los libros de historia como un pintoresco franelero.

Para el profesor, estas citas tienen solo objetivos de marketing personal (“Biden garpa, hermano”, dice, arrabalero). Alguien que lo acompañó a varias cuenta que asiste a ellas preocupado por el color de la corbata, el tiempo que tendrá el encuentro y por colar una frase que después pueda ser ventilada a los medios; tipo: “El Presidente puso énfasis en que el mundo debe ir hacia un nuevo ordenamiento económico y financiero, cuyo norte sean los desposeídos”. No necesariamente lo dirá en la entrevista, o dirá lo contrario, pero jamás permite que la verdad interfiera en sus designios.

Hay otro problema: su inclinación a melonear, improvisar y hacerse el gracioso; en los tres casos, con escaso arte. Viejo frecuentador de bares porteños, a Beto se le da mejor la tertulia, donde despliega anécdotas e historias tan simpáticas como incomprobables. En la Cumbre Iberoamericana del sábado en República Dominicana se la pasó despotricando contra el Fondo Monetario, y a Biden le pidió que intercediera ante el Fondo Monetario para que sea clemente con la Argentina. Es infalible: siempre encuentra un camino seguro para extraviarse.

Cristina, hoy técnicamente más cerca de entrar a una cárcel que al Salón Oval, contempla su creación y se golpea el pecho. Con lo rencorosa que es, debe estar flagelándose. Gente aviesa pone en su boca palabras dolidas: “El error no fue pensar que podía ser presidente; el error fue creer que podía ser mostrado”. Arriba el ánimo, señora: nada que haga usted de aquí en adelante superará ese traspié.

Como para aguarle la fiesta gringa al profesor, que venía de unas alegres vacaciones en Manhattan y se dirigía en auto a la Casa Blanca –corbata celeste, uñas al ras, tres bromas y cuatro lisonjas alistadas en el bolsillo–, Cris subió a Twitter el hilo en el que incluye al imperio en la confabulación mundial para proscribirla; todo porque en el Congreso norteamericano están pidiendo que sea sancionada por haberse demostrado en la Justicia que ella y sus amigos se robaron 85.000 millones de pesos. Inesperada complicación del “luche y vuelve”: ahora hay que ir a luchar también contra la primera potencia del planeta, sin equivalencias con las entusiastas fuerzas de choque de La Cámpora. La consigna acaso cambie de sentido: “luche y vuelve el plan platita”, “luche y vuelve la magia de Massa”, “luche y vuelve Alberto de Washington”, para que no haga más papelones.

Sí, que vuelva la magia, por favor. Más de 18 millones de argentinos chapaleando en la pobreza, con la carga de estigmatización que supone; concursos entre los trabajadores del Banco Central para ver quién encuentra un dólar; supermercados que cierran sus puertas (cosa rarísima: quiebran los malvados que aumentan los precios para obtener ganancias extraordinarias). Galera y varita, Sergio Tomás: no lo hagas por nosotros, hacelo por tu candidatura; hacelo por tus hijos, para que no tengan que ir a buscar trabajo a Qatar; hacelo por Cristina, que te permitió reinventarte como kirchnerista, y por Alberto, que dice que sos un invento.

Peronismo y kirchnerismo sin candidatos es un drama de dimensión universal, especialmente para los que no son ni peronistas ni kirchneristas: de contextos como este han surgido, bajo el reinado de Cristina, candidatos como Scioli, como Aníbal en la provincia, como Kichi. Perdón, vaya olvido: como Alberto.

En configuraciones políticas enrevesadas, confusas, te aparece de pronto un Milei, al frente de una anticampaña: cuanto más escandaliza y más perturbador se presenta, más intención de voto tiene. Peinarse con look fashion despeinado, jurar sobre los Santos Evangelios que va por la casta y vivir con cinco perros le está rindiendo muchísimo; puede hacer la anticampaña porque oficialismo y oposición trabajan para él: le hacen la campaña.

Resultaría gracioso que el traspaso de los atributos de mando a Milei fuera la última foto en el álbum del gran cazador de celebridades.

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