Durante su juventud, en una recolectora de Mar del Plata, el actual vicepresidente escaló pero conoció la ruina en poco tiempo; una historia de deudas y denuncias por irregularidades
Por Maia Jastreblansky |
Luis Rubén "Chiquito" Venturino fue uno de los empresarios más florecientes de Mar del Plata. Monopolizó durante más de tres décadas la recolección de residuos de la ciudad, con un contrato municipal de más un millón de pesos mensuales. Tenía un hijo y cuatro hijas. En los noventa, las jóvenes estaban en pareja con muchachos sin experiencia en los negocios: Claudia se casó con Juan Ignacio Letamendía, Rosana con Rodolfo Usuna, Verónica -la menor- con Juan Bautista Boudou. Cecilia Venturino tuvo un noviazgo con Amado Boudou.
En sus primeros pasos en la actividad empresarial, el actual vicepresidente escaló rápidamente en aquella firma recolectora, Venturino SA, y llegó a ser su gerente comercial. Pero en poco tiempo la sociedad (y sus dueños) terminarían en la ruina, con enormes deudas y protagonizarían uno de los juicios más importantes que afrontó Mar del Plata, por cien millones de pesos.
La esquina de Matheu y Mendoza aún es recordada por los marplatenses como "la casa de los Venturino", un enorme y distinguido chalet moderno de ladrillo y madera, en el barrio "Los Troncos". Tal fue el crecimiento económico del empresario, que decidió montar en los '80, encima de un relleno sanitario sobre la ruta 88, un complejo recreativo "Waterland", recordado por sus juegos acuáticos, bulgalows y piletas. El lugar se convirtió en un éxito entre los locales y los veraneantes, y allí se abrió la discoteca "Frisco Bay", que supo ser la más convocante de la noche de la ciudad feliz.
Allí, un jovencísimo Amado Boudou se destacó como DJ y organizador de eventos. "Emé [así se lo conocía el actual vicepresidente en Mar del Plata], era el preferido del matrimonio Venturino, incluso aunque no se casó con su hija", recordó a LA NACION un allegado a la familia.
En 1985, el hijo varón de Luis Venturino falleció en un accidente y el empresario se abandonó y desinteresó de la recolectora. Fue entonces cuando sus yernos comenzaron a tener más protagonismo en la firma y, a partir de los 90, tomar la gerencia del negocio.
Cinco años después, Venturino Eshiur SA terminó en la quiebra: tras una auditoría en 1995, la municipalidad de Mar del Plata le revocó el contrato y se inició un extenso litigio con el municipio. Recién en junio de 2011, la Corte Provincial dio por culminado el juicio y falló a favor de la administración local.
Durante el proceso, salió a la luz que la gerencia de los yernos y de Boudou había realizado presuntos movimientos fraudulentos y vaciamiento de bienes. Funcionarios de aquella época, ex integrantes de la empresa y ex trabajadores aseguraron a LA NACION que desde que los jóvenes se hicieron cargo, el negocio se vino a pique, sumido en enormes deudas.
Luis Venturino falleció en junio pasado. Tras la quiebra de su empresa y luego de perder el juicio, debió vivir sus últimos días en un departamento prestado, "un quincho" según la descripción de sus allegados, muy lejos de los tiempos de Waterland y Frisco Bay.
Primeros negocios y encuentros con funcionarios
Cuando Amado Boudou entró a la casa de los Venturino era un estudiante de Economía de la Universidad Nacional de Mar del Plata, militante conocido de la UPAU (brazo universitario de la Ucedé) y un popular animador de la movida nocturna. Su hermano tenía una relación con la menor de los Venturino y él había salido un tiempo con su hermana mayor.
Pero con el paso de los años, la presencia de Luis Venturino en la empresa mermó y, principalmente junto a Rodolfo Usuna, "Emé" consiguió ocupar la gerencia de Venturino SA. "Boudou firmaba los recibos y manejaba toda la operativa de pagos", recordó a LA NACION un ex funcionario de la municipalidad. Usuna, que llegó a ser vicepresidente de la empresa, es uno de los allegados al vicepresidente que en 2010 mantuvo encuentros con funcionarios de la AFIP para conseguir una moratoria excepcional para Ciccone.
"Los gerentes de carrera perdieron protagonismo frente al desembarco de los yernos y dieron un paso al costado", describió un ex integrante de la empresa. " Emé trabajaba muchísimas horas por día, se había metido de lleno en la empresa", agregó.
Con la llegada de los jóvenes a la conducción, la contabilidad de la empresa comenzó a hacer agua: los camiones fueron prendados, crecieron las deudas y la facturación pasó a manos de los acreedores. "La empresa se terminó de derrumbar por la impericia de los yernos. En meses hicieron caer una empresa de 35 años de trayectoria", manifestó a LA NACION otro empleado de carrera de la firma.
Comentá la nota