En zona de turbulencia

Por Marcelo Aguaysol

A José Alperovich le queda exactamente un año de gestión. Ni un día más; ni uno menos. Durante los últimos 11 años fue el administrador de la cosa pública en Tucumán. Ha tenido el poder absoluto durante este tiempo, montando una estructura política que ya no es tan sólida como en el pasado. 

El poder financiero de la provincia del 2% del país (eso es lo que significa Tucumán en la mayoría de las estadísticas socioeconómicas) ha sido concentrado en una sola persona, en Alperovich. Por eso, hoy, cuando por pautas constitucionales deba elevar a la Legislatura el proyecto de Presupuesto para el último año de mandato, el nivel de gasto público dirá que, desde 2003 hasta la fecha ha crecido 20 veces hasta llegar a los $ 28.000 millones. En ese lapso, el sector público provincial prácticamente duplicó la cantidad de empleados estatales. Hoy, ese plantel supera los 80.000 cargos.

En este período, signado también por la impronta kirchnerista, Alperovich encontró los atajos para sostenerse en la Casa de Gobierno. La reforma a la Carta Magna le posibilitó ser el único gobernador de Tucumán que pudo sostenerse durante tres períodos consecutivos. Alguna vez dijo que su idea era superar a Celestino Gelsi. La historia se encargará de medir si pudo lograr su objetivo. 

La actual gestión transitó la economía al ritmo del kirchnerismo. Durante la gestión de Néstor Kirchner, fue uno de los distritos más favorecidos. Fueron tiempos de vacas gordas en las que los yerros de la administración se disimulaban con dinero. Alperovich gobernó con holgura y así consolidó el poder político, ese mismo que le obnubiló en aquella elección de 2007 cuando los tucumanos le renovaron el crédito de un modo aplastante. Pero llegaron los problemas, internos y externos, y la gestión declinó al ritmo de la actividad. 

En materia financiera, el Poder Ejecutivo ha tratado de ser un poco más independiente del poder central. Los ingresos propios crecieron casi 10 puntos, al 30% del total de recursos de la provincia, pero a base de fiscalizaciones, actualizaciones catastrales, moratorias y reajustes en la legislación impositiva. La sensación generalizada es que en estos 11 años creció considerablemente la presión tributaria. 

A un año de cumplirse el mandato, Alperovich entra en zona de turbulencias. La sucesión es el tema que más lo desvela. Pide lealtad, continuidad y conservar cierta dosis de poder de decisión dentro de la estructura del próximo gobierno, por si acaso los tucumanos vuelven a votar al justicialismo. 

Las paredes de la provincia ya están mostrando la oferta de temporada: en varias zonas puede leerse el ensayo de una fórmula: Juan Manzur-Osvaldo Jaldo. Sin embargo, hay varios que aún miran con deseo integrar el binomio por el oficialismo. En el Palacio del poder comentan que, pese a que públicamente la senadora lo ha negado, Beatriz Rojkés conserva el sueño de suceder a su esposo. Cuentan, además, que el generoso secretario de Obras Públicas de la Nación, José López, no ha perdido todas las chances de colarse en la fórmula. El tiempo dirá. O Alperovich. O las benditas encuestas. 

Por ahora, en el Gobierno prefieren ir con candidatos instalados. En la sede de 25 de Mayo y San Martín, sin embargo, miran con recelo los pasos del intendente Domingo Amaya. El peronismo es esa suerte de ensaladera que, llegado el momento del banquete, suele mezclarse sin importar el pasado o las diferencias. Sólo quiere ganar elecciones y quedarse con el poder. 

Alperovich cavila. Le teme al fantasma del día después, aunque ese día lo encuentre con el traje de senador nacional por Tucumán. No quiere irse como sus antecesores. La imagen de Julio Miranda saliendo casi por la puerta de atrás al momento de haber entregado la investidura es el espectro que le quita el sueño. 

Once años después existen los mismos miedos. La cuestión ahora es terminar el mandato con la cabeza en alto. Claro que en el camino pueden aparecer decisiones impopulares que afecten la imagen del gobernante. De una u otra manera, la cuenta regresiva ya arrancó: un año más (el último) con Alperovich como gobernador, salvo que medien proyectos hoy considerados utópicos. Quién sabe; al oficialismo siempre le ha gustado refugiarse en aquella frase que dice que la política es el arte de lo posible.

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