Mauricio Macri y su nuevo liderazgo

Mauricio Macri y su nuevo liderazgo

Por: Jaime Duran Barba. Solo alguien muy torpe podría pronunciar la frase que me atribuyeron hace pocos días de que “Macri fue”. El ex mandatario ocupa en el país y en el mundo un lugar importante, y ya decidirá cómo quiere participar en el proceso de cambio.

Desde los primeros años de nuestra vida, mantenemos relaciones de poder con todo lo que nos rodea. Esto no tiene que ver solamente con la política, sino con la forma en que nos vinculamos con los seres humanos, otros seres vivos y los objetos. Hasta las ultimas décadas del siglo XX usamos máquinas de escribir, las ciencias empezaban a desarrollarse, teníamos poca información y muchas limitaciones para el acceso a los libros, a la música, al cine.

Verticalismo. La política era vertical. Se aceptaba la existencia de una distancia importante de autoridad entre los políticos y la gente, los padres y los hijos, los maestros y los alumnos, los más ilustrados y los “ignorantes”. Hasta la caída del Muro de Berlín las ideologías orientaban la política, parecía llegar el Apocalipsis. El mundo se dividía en comunistas y capitalistas, los soviéticos alentaban a grupos guerrilleros, los norteamericanos a dictaduras militares.

Todo eso se derrumbó en los albores del siglo XXI por el descomunal desarrollo de la ciencia y la tecnología, la interconexión entre las personas y la crisis de los valores tradicionales de Occidente. Vivimos en todos los niveles el enfrentamiento entre el nuevo poder y el poder tradicional, que analiza lúcidamente el libro de Jeremy Heimans y Henry Timms New Power: How Power Works in Our Hyperconnected World–and How to Make It Work for You. El texto es parte de una lista larga de estudios acerca de los cambios en la vida de los occidentales y la democracia representativa, que inundan los medios académicos más importantes del mundo.

Argentina. Estos cambios fueron instalándose en Argentina, en los mismos años en que Mauricio Macri lideró la formación de un movimiento afín con la revolución del conocimiento. El y su equipo se iniciaron en la acción política en el siglo XXI, cuando China y Vietnam ya se desarrollaban gracias a la economía de mercado y la polémica entre “estatismo y libre empresa”, “totalitarismo y democracia” había perdido sentido.

La nueva política

Su liderazgo ha sido distinto al de los antiguos políticos, que fueron en su mayoría abogados o militares que predicaban ideologías. Líderes contemporáneos como Angela Merkel o Xi Jinping son ingenieros con actitudes pragmáticas, que discuten ideas que puedan solucionar los problemas de la gente. La actitud de Macri irritó a ciertos miembros del círculo rojo que vivían en el viejo paradigma, como ocurre en otros países donde está vigente lo que los autores llaman el “old power”: políticos que se dedican a insultar y hablar de sí mismos, provocando un rechazo que se expresa en las elecciones, desde Túnez hasta Austria o México.

En el viejo poder se nombraban funcionarios que podían no estar preparados pero eran “cuota” de alguna organización. Actuaban así dirigentes que “sabían hacer política”, usaban los servicios del Estado y repartían subsidios para que los beneficiados asistieran a sus manifestaciones.

En toda América Latina, debilitadas las ideologías, algunos partidos se convirtieron en membretes que sirven para conseguir empleos para sus dirigentes, parientes y amigos. Cuando llegan al poder se dedican a repartir las “responsabilidades” entre grupos de aliados y no a escoger funcionarios competentes. Pueden designar ministro de Seguridad a alguien que deteste a las fuerzas de seguridad más que a los narcotraficantes, o al frente de empresas públicas a personas que simplemente gritaron con entusiasmo durante la campaña.

Suponer que el crecimiento del delito es problema de los ricos es olvidarse de que cientos de miles de pobres viven confinados tras las rejas de su casa, angustiados porque sus hijos se desmoronan por el paco. Tampoco les importa que crezcan las pérdidas de las empresas estatales: lo solucionan subiendo los impuestos a los que producen para premiar a los militantes.

Creó un movimiento afín a la campaña del conocimiento, cuando la polémica entre estatismo y libre empresa había perdido sentido

Entorno. He permanecido en el entorno de Mauricio Macri durante 15 años, constatando que hacía una política distinta. No entregó obras o repartió subsidios para que sus beneficiarios hicieran piquetes en su respaldo, porque tampoco creía que servían para nada. En la Ciudad y en el país escogió como funcionarios a quienes le parecieron mejores para cumplir con su tarea. Su batalla en contra del narcotráfico y la delincuencia fue exitosa. Bajó el déficit de las empresas públicas, se llenaron muchas vacantes por concurso. Instauró una relación respetuosa con las provincias, a las que entregó sus recursos sin chantajes políticos. Todos saben que tengo un enorme aprecio y respeto por Mauricio Macri, pero pretendo ser objetivo. Esperemos tres meses y comparemos la cantidad de droga incautada en ese período con la que se capturó en los tres últimos meses del gobierno anterior.

Las universidades que estudian la calidad de los gobiernos usan indicadores para hacer comparaciones que estén más allá de las simpatías o antipatías personales. Si tomamos a los cincuenta colaboradores más importantes de Macri y averiguamos si hablaban varios idiomas, habían estudiado en universidades importantes del mundo, tenían publicado algún libro o podían exhibir papeles que acreditaran su solvencia intelectual, y hacemos lo mismo con otros gobiernos latinoamericanos y con otros gobiernos argentinos, encontraremos una distancia abismal entre ellos. Esos son hechos.

Algunos argumentarán que eso no importa, que la preparación no sirve para nada, que lo que importa es el entusiasmo en la lucha contra el imperialismo. Puede ser un criterio respetable pero no lo comparte nadie, ni en la China comunista.

Liderazgo. El estilo de liderazgo de Macri fue propio del siglo XXI. No necesitaba subirse a una silla para que pudieran verlo mientras pronunciaba encendidos discursos o gritaba órdenes. El dirigente moderno conduce desde la horizontalidad, comparte con otros sus puntos de vista, no se cree dueño de la verdad. Eso dio pie al absurdo mito de que Macri no tenía liderazgo. Nadie sin personalidad puede ganar las elecciones tantas veces, fundar una corriente política que dura tres lustros e impactar tanto en el mundo.

Fanatismo y realidad

Es un líder moderno que armó un equipo de gente preparada. A lo largo de 15 años traté con muchos de sus más inmediatos colaboradores. En mis cuarenta años de experiencia en la política, no conocí otro equipo con tanta entrega y tan ávido de formarse intelectualmente. Tenían además algo poco común en estos días: eran seres humanos buenos que no se movían por venganzas, resentimientos. Nunca fui convocado a una reunión para armar causas en contra de nadie, ni para perseguir a otros. Los dirigentes con los que más traté viven como cuando los conocí. No me refiero solo a María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, que son los más conocidos, sino a una larga lista de profesionales formados en el gobierno de la Ciudad y la Nación de los que tanto he aprendido. En otros países, algunos que llegaron al poder muy pobres tienen ahora jets privados. No pasa eso con ninguno de ellos.

Para trabajar en un mundo que se transforma a velocidad exponencial hay que leer a determinados autores. Trato frecuentemente con dirigentes de alto nivel de todo el continente y no conozco a ninguno tan actualizado como Macri. En su casa conocí a Raymond Kurzweil, ha leído y conversado personalmente con autores como Yuval Harari, Steven Pinker y otros indispensables para comprender la política y el mundo contemporáneos. Algunos de ellos fueron entrevistados por Jorge Fontevecchia en PERFIL, pero la mayoría de los políticos del continente no conocen ni sus nombres.

El después. En América Latina es frecuente que los ex presidentes terminen de candidatos a cualquier cargo municipal y no sepan hacer otra cosa que hablar de la política tradicional. Generalmente no los conocen más allá de las fronteras de su país y no tienen oportunidad de hacer otra cosa. Este no es el caso de Mauricio Macri: en ningún periódico importante del mundo leí un editorial felicitando su derrota. Nuevamente me remito a los hechos: contabilicemos cuántos artículos celebraron la vuelta del peronismo y cuántos opinaron que fue un desastre. Si terminara la dictadura militar venezolana habría un estallido de júbilo.

Siendo un personaje con esa imagen internacional fue elegido presidente de la Fundación FIFA, que promueve el fútbol en el mundo. En la mayoría de los países latinoamericanos nuestros ex presidentes no encuentran un lugar respetable para trabajar, como ocurre en Estados Unidos, México, Chile y unos pocos más. Algunos creen que los ex mandatarios no deben salir del país y deben encerrarse a masticar resentimientos y envidias para armar una oposición. No es el caso de Macri. Siempre se dedicó a construir, a combatir el narcotráfico, a luchar para que los jóvenes tengan una vida mejor. Desde esta fundación hará una tarea en favor de sus ideas a nivel mundial.

Eso no significa que se haya ido de la política o de Argentina. Solo alguien muy torpe podría pronunciar la frase que me atribuyeron hace pocos días de que “Macri fue”. Ocupa en el país y en el mudo un lugar importante, y ya decidirá cómo quiere participar en el proceso de cambio.

Está claro que en los próximos años habrá pocos que boten a la basura sus computadoras para comprar máquinas de escribir, los periódicos no volverán a imprimirse con tipos, cada vez habrá más jóvenes que estudien en el extranjero, ciudadanos que viajen por el mundo.

Es poco probable que encuentren países que aspiren ir al falangismo. En conjunto, vamos hacia sociedades más liberales. Hasta en países que pertenecen a culturas distintas, como Irán gobernado directamente por Dios o China gobernada por el Partido Comunista, la gente ha protestado en estos días pidiendo una sociedad abierta. El futuro es del cambio, no de la vuelta al pasado.

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