Villa 31: la villa que quiere ser barrio, y no la dejan

Villa 31: la villa que quiere ser barrio, y no la dejan
La villa más emblemática de la ciudad no se urbaniza por falta de voluntad política. Un equipo de técnicos elaboró el proyecto final en base a una ley de la Legislatura que no se respeta. Treinta mil personas a la deriva.
En el barrio Padre Carlos Mugica, mejor conocido como Villa 31 y 31 Bis, vi­ven más de 30 mil perso­nas. Eso era a fines de 2009. Pero las casas crecen para arriba, pues a los costados ya no hay lugar, y cada día predios del ferrocarril antes inutilizados se convierten en preca­rios asentamientos. Todos los días, un trabajador agrega un ladrillo a su casita, para levantar una pieza que luego albergará a un hijo, un nieto, un hermano.

Ese movimiento constante, pri­mero de chapas, luego de ladrillos, es el alma de la villa más vieja de Buenos Aires, nacida en la década del 30 al pulso del crecimiento de la actividad ferroviaria y portuaria. Y su gente sale todos los días de esas casas precarias camino a sus tra­bajos en la ciudad. Son en su ma­yoría obreros pintores, trabajado­ras domésticas, operarios, pero hay maestros y también médicos y abo­gados, aunque sólo representan un tres por ciento de la población, por la falta total de oportunidades.

Ese barrio nacido en los albo­res de la industrialización empe­zó como un puñado de casas pre­carias con pioneros italianos, que nombrarían a ese pedazo de tierra Barrio Inmigrantes. El imponente edificio Kavanagh, el primer rasca­cielos de América del Sur, se inau­guraría pocos años después, en el 36. El Rulero (o edificio Prourban), otra emblemática torre del barrio de Retiro, se erigiría recién a prin­cipios de los 80. ¿Es necesario ex­plicar el porqué de las efemérides? Bueno: los habitantes de la villa es­tán allí desde antes que cualquier vecino de Retiro se pudiera horrorizar con la visión de la pobreza des­de la Autopista Illia (construida a mediados de los 90). El barrio y su gente están allí. En condiciones de vida indignas. Es eso lo que hay que cambiar, no su existencia.

Integración es la palabra funda­mental que rige el proyecto de ur­banización de la Villa 31. Un plan en el que trabajaron decenas de profe­sionales y vecinos y que partió de una ley, la 3.343, sancionada en la Legislatura porteña el 3 de diciem­bre de 2009, que no deja lugar a dudas: "Dispónese la urbanización del polígono correspondiente a las villas 31 y 31 bis, comprendido en­tre Calle 4, vías del Ferrocarril Gral. San Martín, prolongación virtual de la Avda. Pueyrredón, Calle 9, Avda. Pte. Ramón S. Castillo y prolonga­ción virtual de la Avda. Gendar­mería Nacional". Esa ley, sanciona­da por todos los bloques políticos, daba plazo hasta el 31 de mayo de 2011 para que la Mesa de Gestión y Planeamiento Multidisciplinaria y Participativa elaborara un plan. Ese plazo se cumplió (con una prórroga de dos meses). Ahora queda poner manos a la obra, pero la nueva Co­misión de Vivienda no se expide y a fin de año el proyecto pierde esta­do parlamentario.

Desde entonces, la Mesa de Trabajo creada para hacer realidad las palabras escritas y sancionadas por los representantes del pueblo en la Legislatura trabajó para con­cretar ese designio. La Universidad de Buenos Aires, la Legislatura, y los funcionarios de dos ministerios por­teños y dos de Nación se pusieron de acuerdo y trazaron el proyecto en 14 meses. No queda más por di­señar. Es tiempo de hacer. Pero no se hace.

"No hay voluntad política", se­ñala Javier Fernández Castro, el ar­quitecto a cargo del proyecto in­tegral de urbanización que fuera interventor del barrio designado por la Justicia. "Falta crear el orga­nismo ejecutor, el ente coordina­dor, destinar los fondos y armar la junta consultora", puntualiza.

Fernández Castro señala el li­bro impreso con el trabajo realizado por la Facultad de Arquitectu­ra y Diseño de la UBA: "Está todo ahí. Hay más de 100 delegados de los nueve sectores del barrio elec­tos democráticamente, preparados para ayudar. Pero el problema es político. Creo que muchos acom­pañaron este plan porque era patear la pelota para adelante. Apos­taron a que la Mesa no iba a poder. Pero todos los técnicos, los de Na­ción y Ciudad, y los de la facultad, más los vecinos, aportaron y traba­jaron en forma ejemplar. Ahora que está todo listo, todo se frena", rela­ta con indignación.

Las similitudes con el Elefante Blanco de Villa Soldati, cuya historia se hizo película, son muchas. Exclu­sión, pobreza, viviendas precarias, falta de oportunidades. Pero, hay que decirlo, la 31 tiene todo para dejar de ser un gueto. "Urbanizar un barrio no es más que asumir que esas 30 mil personas viven, es­tudian y trabajan en la ciudad. Mu­chos se horrorizan con la idea de que todos esos pobres vivan en Re­tiro. Habría que decirles a esas per­sonas que la villa tiene 80 años, que hay cuatro generaciones, y que con tapar el problema no va a despare­cer, si no agravarse", dice Fernán­dez Castro.

Rocío Sánchez Andía es legisla­dora porteña por la Coalición Cívi­ca. Integra la Comisión de Vivien­da y trabajó la mayor parte de su tiempo para hacer realidad el pro­yecto de urbanización. "Mañana mismo se podría empezar a urba­nizar. Pero no hay voluntad ni del PRO ni del Frente para la Victoria. El gobierno porteño tiene que eje­cutar, pero Nación debería ceder los terrenos e impulsar el proyec­to. Tiene la potestad de hacerlo. El mismo discurso que el gobierno nacional plantea para el país tiene que bajarlo a la Ciudad", arreme­te. "Los equipos de los dos ministe­rios trabajaron muy bien en toda la etapa previa a lo que viene ahora, que es ejecutar el plan. Pero la de­cisión política de Mauricio Macri es no avanzar. Pintar paredes o poner adoquines no es urbanizar", agrega la legisladora.

Mientras Macri decide qué ha­cer con la 31, trascendió que Na­ción prepara un desembarco en cuatro villas de Capital para inter­venir desde los ministerios de Segu­ridad, Desarrollo Social, Educación, Defensa, Salud, Interior y Trabajo.

En los pasillos dela villa se comenta

El barrio Padre Carlos Mugica, nombrado así en honor al cura vi­llero que dio su vida por ayudar a los más pobres, es un enorme orga­nismo vivo en constante crecimien­to. Sus casas son en gran mayo­ría de material, construidas por los mismos obreros que trabajan en los nuevos edificios de la Capital. Por eso, y porque no se conocen casos de derrumbes como sí los hay en el resto de la Ciudad (basta recordar los seis obreros heridos por el de­rrumbe de una obra en Caballito el martes 29), nadie en su sano juicio plantea demoler todo y empezar de cero. El plan habla de una planta baja y tres pisos como máximo. El 80 por ciento de las viviendas son recuperables. Es decir que faltan arreglos como conexiones cloaca­les, de electricidad y apuntalamien­to en el peor de los casos. Pero no es necesario tirar abajo y construir, lo que abaratala operación.

"No es caro hacer esto. No hace falta un presupuesto que ahorque las finanzas de la Ciudad, de por sí el distrito más rico del país. Pero si alguien como Santilli viene y pinta unas casitas y luego pone adoqui­nes en una calle que no tiene cloa­cas y que se va a tener que romper más adelante para su colocación, entonces nos están tratando de es­túpidos", señala Mario, maestro de vocación (el nombre es ficticio, por temor a represalias), mientras com­pra una gaseosa en uno de los mu­chos almacenes de la villa.

En un descanso del picadito armado en la cancha que es cora­zón y punto de acceso de la villa, a pasos de la estación de ómnibus de Retiro, Amílcar se prende un ci­garrillo y señala la autopista. "Nos demonizan por cortar la calle para reclamar por un transporte esco­lar. ¿Sabés por qué pedimos co­lectivos? Porque no tenemos es­cuelas adentro del barrio, como tampoco un hospital. ¿Vos te pensás que con mis changas de pintor puedo llevar a tres chicos a la escuela? Yo arranco a las cin­co y media para llegar a una obra a tiempo. Llego a mi casa cuando ya es de noche, la mayoría de las veces caminando", cuenta.

Van dos días de lluvia y las ca­lles se anegan entre el agua y las bolsas de basura. Oscureció de re­pente a las tres de la tarde. Algu­nos chicos se refugian en el come­dor Padre Mugica. Un grupito de adolescentes más allá toma cerve­za. "No hay laburo, Gringo. ¿Qué querés que hagamos? Cuando te presentás en un laburo tenés que mentir y decir que vivís en otro lado, porque a los patrones les da miedo que seas villero".

Fernández Castro se acomoda en su estudio, mientras atiende a los alumnos de la UBA por teléfono. "La oportunidad, en plena re­construcción del Estado, es increí­ble. No urbanizar sería una postura ideológica, no económica. Porque abrir el barrio e integrarlo favorece a todos. La seguridad y el delito se contrarrestan con proyectos como éste", dice.

"Acá hay un trabajo que nos precede, de años. Con ejemplos como el del brasileño Jorge Jáure­gui, responsable de la urbaniza­ción de la Rocinha en Río de Ja­neiro. La 31 se puede comenzar a urbanizar mañana mismo. No se hace porque no hay interés", resu­me Sánchez Andía.

Pero mientras esos 7.500 ho­gares que ya nadie puede tapiar para no ver como quiso hacer la Dictadura sigan siendo la Villa 31 y no el Barrio Padre Carlos Mugica, los patrones seguirán rechazando a los pibes por su pertenencia, los vecinos de Retiro pensarán que allí adentro sólo hay delincuencia porque nunca entrarán, las am­bulancias no van a atender emer­gencias y las casas seguirán cre­ciendo hasta tocar el cielo.

La villa en números

-La Villa 31 y 31 Bis tienen 100 manzanas. Hay 7.950 hogares, se­gún el censo realizado en 2009. En 2001 había 3.244.

-En 2009 vivían 26.403 personas. En 2001 eran 12.204.

-De la población en edad escolar, el 70% dejó la escuela. El 2,7% terminó estudios superiores.

-El 23% de las casas tienes más de dos pisos, el 35 sólo planta baja y el 42% PB y primer piso

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