Los oficialistas que traicionan a Milei

Los oficialistas que traicionan a Milei

Por: Gustavo González. Siempre destaqué la dramática coherencia de Javier Milei. Debe ser el candidato presidencial que más se esfuerza por cumplir cuanto antes con lo prometido.

 

En ese sentido, nunca ocultó su intención de destruir el Estado. Incluida en él, la universidad pública y todo tipo de educación estatal.

Detrás de ese objetivo algunos perciben maldad, yo creo que lo guía su genuina concepción anarcocapitalista de la vida y de la sociedad.

Ya lo planteó durante la campaña cuando sostuvo que el Estado debía dejar de subsidiar a escuelas y universidades. Y es lo que empezó a ejecutar desde que llegó al poder con la drástica disminución de recursos destinados a la educación. Un recorte que este año rondará el 72% en términos reales.

Su intención era ir con un ajuste mayor. Tras la marcha del martes, eso le será difícil. Lo que él, con razón, debe considerar una injusticia: se supone que fue votado hace menos de cinco meses para cumplir con lo que prometió.

Por eso entiendo el enojo de quienes no lo votaron. Pero no el de quienes sí lo hicieron.

Fuego amigo. Milei repitió hasta el cansancio su idea libertaria de hacer desaparecer el Estado y de que la educación pública es una peste que “lava el cerebro” de los jóvenes.

Su plan de Gobierno postuló (él lo dijo en infinidad de entrevistas) que, en el camino hacia la abolición total del Estado, temporalmente entregaría vouchers a las familias que lo necesitaran para que ellas eligieran a qué institución enviar a sus hijos.

En la práctica, el sistema educativo público desaparecería, porque ya no recibiría aportes del Estado. Los alumnos irían con sus vouchers a los institutos que quisieran. Como Milei entiende que los privados siempre lo harán mejor, su conclusión es que, sin presupuesto público y con la aplicación del libre mercado, toda la educación terminará siendo privada. Y, una vez llegada a la madurez del sistema libertario, ni siquiera serían necesarios los vouchers.

Ese plan aún no se puso en marcha, pero sí comenzó la desinversión en el sistema público educativo. Se supone que, en pos de cumplir sus promesas, el próximo paso sería llevar a cero esa inversión y reemplazarla por los vales prometidos.

¿Por qué, entonces, quienes lo votaron tras escuchar tantas veces esas propuestas, ahora protestan porque intenta llevarlas a la práctica?  

Sé que el voto puede ser tan volátil como multicausal, pero me llama la atención la velocidad de algunas críticas en un tema central de la campaña de Milei como el fin del Estado.

Incluso hay funcionarios (algunos del área educativa) y legisladores oficialistas que, por lo bajo, siguen defendiendo a la educación pública y se quejan por los ajustes en el sector. También están los periodistas más oficialistas que ahora apoyaron las protestas y reclamaron que el Estado siga interviniendo. Exactamente lo contrario que prometió su candidato.

Dicen que fueron horas duras para los hermanos Milei, que siguieron de cerca las réplicas del fuego amigo, en especial del mediático.

Nada esperan del periodismo crítico, pero las quejas de los únicos periodistas a los que Milei atiende con deferencia cayeron como una suerte de “traición”.

Quienes ocupan el poder de turno deberían desconfiar de los obsecuentes (políticos, funcionarios, periodistas, empresarios). Suelen ser ellos los que, cuando el poder se diluye, se convierten en los peores verdugos.

Manifiesto. Las ideas de Milei sobre la educación se inspiran en las de uno de sus mentores, el economista Murray Rothbard. En su homenaje, uno de sus perros-hijos lleve el nombre Murray.

Resulta muy interesante leer hoy el Manifiesto Libertario de Rothbard (1973) porque, hasta Milei, el libro resultaba una excentricidad económica que sólo podía generar interesantes debates académicos. Pero el intento de aplicar esas teorías por primera vez en un país, lo convirtió en una lectura esperanzadora para aquellas corrientes que se inscriben dentro de lo que erradamente se generaliza como “nueva derecha”.

A tal punto el Manifiesto muestra lo fiel que es Milei a esas teorías, que por momentos, parece que fuera un texto escrito por el propio mandatario argentino.

En el capítulo sobre “Educación”, Rothbard argumenta por qué la escuela austríaca está convencida de que la sociedad no debe gastar un peso en eso. Ni a nivel universitario ni a nivel general. Al extremo de que considera que la educación no debe ser obligatoria: “La propuesta de los libertarios es dejar al gobierno fuera del proceso educativo. El gobierno ha intentado adoctrinar y moldear a la juventud mediante el sistema de la instrucción pública y formar a los futuros líderes mediante el manejo y el control estatal de la educación superior. La abolición de la ley de escolaridad compulsiva pondría fin al rol de las escuelas como guardianes de la juventud, y dejaría en libertad a todos aquellos que están mucho mejor fuera de las aulas para que sean independientes y desarrollen un trabajo productivo. La abolición de las escuelas públicas pondría fin a la carga anquilosante del impuesto a la propiedad...”

Rothbard le reconoce a los vouchers (idea de Milton Friedman) el beneficio de que “posibilitaría la derogación de la burocracia pública educacional, monopólica, ineficiente y dictatorial”. Pero piensa, como Milei, que se trataría de un paliativo circunstancial producto del pensamiento ortodoxo de Friedman, pero que “desde el punto de vista de los libertarios, aún subsisten graves problemas”.

Uno de ellos es que, con los vouchers, el Estado debería seguir gastando dinero y recursos en regular y controlar la operatoria.

El otro problema es que continuaría “la inmoralidad del sistema coercitivo para la educación”. O sea, la obligación de escolaridad.

Batalla cultural. Durante la campaña, Milei también apoyó el fin de ese “sistema coercitivo”: “El problema de la obligatoriedad –explicó en una entrevista con Lanata– es que se quiere controlar a los seres humanos, se les quiere imponer su patrón moral. Y yo creo que vos le tenés que dar las posibilidades y si quieren estudiar, estudian. O sea, yo eso de andar poniéndole pistolas en la cabeza a la gente para obligarla a hacer lo que a mí me gusta… no me gusta.”

Lo mismo dijo hace algunas semanas Bertie Benegas Lynch, ejemplificando que “muchas veces en la estancia no te podés dar el lujo de mandar a tu hijo al colegio, porque lo necesitás en el taller junto al padre trabajando”. “¿Cómo va a ser el Estado el que decide sobre el chico? A mí ni se me ocurre una cosa más invasiva”, afirmó el legislador.

El vocero Adorni dijo luego que: “su opinión no tiene por qué coincidir con la postura del gobierno nacional”. Una muestra más de lo difícil que es para un Presidente y para los que de verdad están consustanciados con su anarcocapitalismo como Benegas Lynch, llevar a la práctica ideas que siguen siendo políticamente incorrectas. A pesar del 56% que votó a quien tan fielmente las expresaba.

Fue el mismo vocero Adorni quien, tras la marcha del martes, hasta llegó a negar la ideología de su jefe y de su gobierno: “Nunca se nos hubiera cruzado por la cabeza resquebrajar la educación pública”.

A Milei no sólo se le cruzó por la cabeza, sino que lo estudió, lo escribió y lo repitió hasta el cansancio. Lo que él prometió y trata de cumplir es acabar con todo lo público. Educación incluida.  

En esto anda Javier Milei, intentando terminar con un Estado que inmoviliza las fuerzas productivas del ser humano y es el origen de la decadencia argentina y la amenaza del capitalismo mundial, según él.

A veces lo logra, otras no.

Por momentos se ve obligado (por “los que no la ven”, por las “lágrimas de zurdos”, por las defecciones internas) a transitar por alternativas minarquistas que demoran la batalla cultural que pregona.

Por suerte para muchos, por desgracia para él y otros muchos, es una batalla que está lejos de concluir.

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