El negocio de la grieta

El negocio de la grieta

Son enemigos, pero hace 16 años que se alternan en el poder. Cuándo y dónde nació la división. Pensadores y estrategas políticos responden un interrogante: ¿Se puede salir de la división?

 

¿La grieta? La grieta es como la droga. Todos saben que hay un negocio detrás, que hace mal, que destruye, que no te deja crecer, pero nadie se atreve a cortarlo. Sería un riesgo para los partidos que hoy se disputan el país: la grieta les permite vallar el escenario. Clausurarlo.

Lo dice un viejo operador peronista, de esos que perduran en los sótanos de la política y son consultados con reverencia aunque los gobiernos vayan cambiando de color y las identidades culturales puedan ir migrando. Un dirigente que supo saltar a tiempo del menemismo al duhaldismo y más tarde al kirchnerismo, y hoy trabaja en las sombras para el regreso del peronismo al poder. Admite que la confección de dos bandos le permitió gobernar y ser reelegida a Cristina Kirchner y que también podría beneficiar a Alberto Fernández en las próximas elecciones. Lo dice convencido: "Hay mucha gente que odia el apellido Macri. Y ese odio hay que incentivarlo".

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Pero, por supuesto, la frontera que delimita la sociedad no es solo un negocio peronista ni potestad exclusiva de Cristina. También es un negocio del Presidente de la Nación. Lo ayudó a conseguir adhesiones impensadas en el camino hacia 2015 -desde el plano dirigencial podrían citarse a Elisa Carrió y a algunos actores de paladar negro de la UCR- y fue vital en 2017 para derrotar a la expresidenta en la contienda legislativa. La fractura deriva siempre en polarización electoral. De eso se trata, acaso. De un pacto implícito entre las principales figuras políticas de los últimos 16 años: los Kirchner y Macri.

La grieta suele ser un atajo demasiado tentador para diseñar un discurso, para trazar estrategias de campaña y, al cabo, para ganar elecciones. Los bunkers de los candidatos pasaron de priorizar la metodología tradicional de medir intención de voto a sondear sobre una cuestión que les resulta más efectiva: cuánto representa el "techo negativo" de su adversario. Esto es: quiénes no lo votarían por nada del mundo.

Esa información es primordial para un país en el que la carrera por la presidencia contempla el balotaje y hay que llegar al 50 por ciento más uno de los sufragios si antes ninguno alcanza más del 45% de los sufragios u obtiene entre 40 y 45% y le saca más de 10 puntos al segundo. Por eso algunos estrategas de campaña aseguran que si un postulante a presidente tiene un índice negativo muy alto es mejor que no se presente, "que no tire la plata" porque nunca podrá ganar.

En ese sentido, 2019 podría ser una rareza de las últimas décadas. Si bien Macri y Cristina -y, por ende, también Alberto- son dueños de un "voto duro" importante, cosechan a la vez un fuerte rechazo. El camino de ambas fuerzas está allanado en buena medida por el "blanco o negro" que domina el clima de la época: en las condiciones actuales parece imposible el surgimiento de una tercera vía con posibilidades reales de conseguir la presidencia.

La célebre y ahora desechada frase de la avenida del medio que tuvo como protagonista a Sergio Massa dejó tanto heridos que muchos que cuestionaban al macrismo y al kirchnerismo por agigantar las diferencias terminaron arrimándose a esas orillas. El propio Massa y Alberto Fernandez pegaron la vuelta al kirchnerismo, y Miguel Ángel Pichetto abandonó al peronismo alternativo para integrar la dupla presidencial de Juntos por el Cambio.

El director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Rosendo Fraga, advierte que en las urnas se plantearán este año "cuatro grietas simultáneas", es decir, no todo podrá circunscribirse a "kirchnerismo y antikirchnerismo".

Miguel Angel Pichetto se convirtió inesperadamente en el candidato a vicepresidente de Mauricio Macri.

Las describe así: "Paralelamente está la social, donde de la clase media hacia los sectores populares predomina el voto por Fernández-Fernández, mientras que de la clase media hacia los sectores de mayores ingresos predomina el voto Macri-Pichetto. La tercera ruptura es la generacional: en los jóvenes es mayoritario el voto por la fórmula de la oposición y en los adultos eligen el voto por el oficialismo. Por último, está la grieta entre celestes y verdes. Políticamente es menos terminante, pero por lo menos en los candidatos hay más más celestes en el oficialismo y más verdes en la oposición. Se trata de fenómenos propios. No va a ser fácil superar estos antagonismos con una elección hiperpolarizada y una campaña que será cada vez más dura".

Los planes de gobierno de quienes se preparan para conducir el país estarán, como ahora, atravesados por el enfrentamiento. Esos obstáculos irrumpirán  al otro día de la elección o -en rigor- tras la jura, cuando llegue la hora de pasar a la acción. Construir mayorías se les hará cuesta arriba y, a medida que avance la gestión, cuando el proceso de deterioro de la imagen del primer mandatario experimenta los primeros retrocesos -les pasó a todos los gobiernos- podría volverse dramático. Sobre todo si les toca gestionar con minoría en el Parlamento, como le sucedió a Cambiemos desde el inicio de su administración.

Alberto Fernández logró que Sergio Massa volviera al kirchnerismo para ser candidato a diputado.

Muchas de las reformas profundas que el macrismo había imaginadoni siquiera llegó a plantearlas en proyectos concretos para no exponerse a una derrota. ¿Cómo hará en un eventual segundo período para avanzar con sus propuestas de reforma laboral, tributaria y previsional? Es una pregunta que merodea a los hombres designados por el primer mandatario para trabajar en el diseño de un nuevo Gabinete y en el plan 2019-2023. 

El día de su primer discurso ante diputados y senadores, el Presidente había propuesto tres objetivos. Uno de ellos era unir a los argentinos, una propuesta que había entusiasmado a importantes sectores de las clases medias durante la campaña. No tardó demasiado en comprender que su misión era imposible.

Las investigaciones de Jaime Durán Barba le advirtieron cuando todavía no se había terminado de acomodar en la Casa Rosada que la derrota electoral que le había propinado al kirchnerismo no cerraría ninguna herida. El asesor ecuatoriano se desentiende de quienes lo acusan de fomentar la división para sacar réditos en las urnas. "Cristina no es una señora que excava zanjas en el jardín ni Mauricio alguien que las profundiza", piensa. 

De tanto en tanto, Macri insinúa que si los argentinos vuelven a confiar en él convocará a sentarse en una misma mesa a toda la dirigencia con representación en los distintos ámbitos sociales para diseñar un programa de políticas a largo plazo que permita una suerte de reconciliación con sectores críticos. Supone que una nueva derrota de Cristina la dejará completamente marginada de la escena pública y que eso ayudará a generar un mejor clima. 

También Alberto Fernández amaga con un cambio de estilo, más moderado que el que exhibe su candidata a vice. "El juego de la grieta ha dejado gente de los dos lados. Tenemos que parar", propuso días atrás. Aunque enseguida señaló que estaba "harto de los trolls del Gobierno". Su juego de equilibrios es complejo.

Mauricio Macri y Cristina Kirchner, en una de las pocas fotos que tienen juntos. El era jefe de Gobienro, ella presidenta. Foto: Reuters / Marcos Brindicci/

El kirchnerismo nunca mostró predisposición por terminar con el antagonismo. Al contrario. Pueden repasarse los discursos que daba Cristina en la pelea contra el sector agrario -"los piquetes de la abundancia"- y los ataques y escraches que se realizaban en los medios públicos contra opositores y periodistas, que incluían el ámbito profesional pero también la vida privada de las personas.

La grieta no es un fenómeno reciente. Lo que es relativamente nueva es su denominación, que fue patentada por Jorge Lanata en un discurso que dio en 2013 en la fiesta de entrega de los Martín Fierro. "Hay una división irreconciliable en la Argentina y es lo peor que nos pasa -dijo aquella noche el periodista al recibir la estatuilla-. Y va a trascender a este Gobierno. A esa división yo la llamo la grieta. Ha separado amigos, hermanos, parejas. Esta historia del que está en contra es traidor a la patria. La última vez que pasó fue en los años 50 y duró 50 años". 

Jaime Durán Barba, el día de la recepción a Bolsonaro. Foto: Maxi Failla.

Hay historiadores que remontan su origen a la disputa entre unitarios y federales y trazan un hilo que sigue con los enfrentamientos entre yrigoyenistas y conservadores y más tarde entre peronistas y antiperonistas.

Esa fractura irrumpió con fuerza en el gobierno de Cristina entre kirchneristas y antikirchneristas -en especial desde la pelea del Gobierno y el campo, en 2008, cuando la sociedad quedó completamente fracturada y se mantuvo así incluso después del voto "no positivo" de Julio Cobos que tumbó la resolución 125- y hay pensadores que entienden que empieza a adoptar la misma fisonomía ahora entre macristas y antimacristas.

El antropólogo Alejandro Grimson cree que hay una polarización estigmatizante. Foto: David Fernandez

"No hay democracia sin conflicto, pero lo que llaman grieta se plantea como un conflicto equivocado. Hay una polarización estigmatizante que no va al fondo de las ideas, de los datos, de la información, de los grandes problemas del país. Todos los procesos de estigmatización plantean riesgos para la cultura política democrática. Hay que reconocer al otro", opina el doctor en antropología Alejandro Grimson.

Autor de varios trabajos en los que ha explorado sobre culturas políticas, movimientos sociales, procesos migratorios y recientemente sobre "¿Qué es el peronismo?", Grimson apunta que la historia argentina "está atravesada por dicotomías" y sostiene que "se necesitan superarlas para un proyecto de país con desarrollo justo". Y se pregunta, por ejemplo, por qué "si Cristina no es la candidata a presidente el oficialismo la toma como si lo fuera".

Jesús Rodríguez trabajó con Raúl Alfonsín. Hoy apoya al Gobierno de Mauricio Macri. Foto: Néstor García.

Jesús Rodríguez, exministro de Raúl Alfonsín y hoy enrolado en las filas oficialistas, adhiere a la idea de que las fisuras vienen de lejos, aunque advierte: "Ahora están recargadas porque los cambios sociales y la crisis de representación llevaron a una fragmentación mayor. No debería preocuparnos salvo que uno de los polos tenga una actitud de suma cero. Es decir, el triunfo no puede suponer la idea de poder como conquista en lugar de la idea de poder como construcción. Esa cosa de 'yo tengo poder y vos no tenés nada'. Eso es el 'vamos por todo'".

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