Miguel Gargiulo disertó sobre derechos humanos en la Feria del Libro

Miguel Gargiulo disertó sobre derechos humanos en la Feria del Libro

El sociólogo bolivarense Miguel Gargiulo se presentó el sábado en el auditorio del Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires, en el marco de la Feria del Libro, por el concurso de la Dirección de Cultura local que dirige Santos Vega. En la ocasión planteó una desagregación de lo que entiende son algunas de las dimensiones del imperativo histórico de los Derechos Humanos.

DIMENSION ETICA

El olvido me violenta, cercena una dimensión sin la cual no soy enteramente. No somos. Somos, eminentemente, colectivo andante. En tal sentido somos trayecto. Es decir, para ser en plenitud necesitamos la conciencia del trayecto. Sin un segmento de él no somos. No soy. Este es el primer anclaje, general, del imperativo ético. Si, además, el segmento que me violenta y me amputa soslaya el drama inconmensurable del terrorismo de Estado, cuestión por la que estamos compartiendo este espacio, queda abierto el camino a la impunidad. Y la impunidad no es sólo la ausencia de castigo. Es también la ominosa continuidad del daño por otros medios y la probabilidad cierta de su repitencia. De allí, de ese carácter multifronte, emerge como ruptura que tenemos que asumir para reparar, el imperativo histórico de la memoria. Aunque sea un lugar común, quiero sumar que en el pensamiento helénico clásico, el antónimo de Verdad era Olvido.

 

IMPERATIVO ESTÉTICO

Aquí hay también en juego una multiplicidad que asumir, respetar, encarnar. Encarnar, sí, porque se pone el cuerpo en esta construcción. Se hace necesario apuntar que tributamos en esta noción de estética que proviene del mundo kantiano, aquella que nos permite el ingreso del mundo en nosotros a través de los sentidos. Cuando nos involucramos en esta construcción lo hacemos con todo el cuerpo. Y en todo el cuerpo nos duele, como un estigma sin misterio. El poder del genocida inscribe el signo de su nombre en el cuerpo del torturado, de los torturados. Ese signo, con un dolor otro, claro, se impregna en la piel del que busca, quiere saber, investiga. El horror, una de las características de ese signo, si no es conjurado por la justicia, viaja en otras pieles.

La verdad, inscripta atrozmente en el cuerpo de las víctimas, tiene su espejo oscuro en las negras almas de los genocidas. Si no hay una respuesta de carácter profundamente ético a este clivaje, ambas fuerzas, empujando para lados opuestos se anulan y favorecen al genocida. Nosotros sabemos quiénes son las víctimas. Todas. Y sabemos de algunos victimarios. Ellos, también saben quiénes son todas las víctimas… pero fundamentalmente saben quienes son todos los victimarios. Entre ese algunos nuestro y todo de ellos, está el trabajo de la memoria como imperativo.

También debemos abordarla en términos de la concepción más vulgar de la estética, lo cual no es menor ni mucho menos. Pienso en los libros de Juan Gelman al respecto y me emociono de saber que fue acaso el exponente más brillante e iluminador que hemos leído sobre el tema. Gelman (y no sólo él, Luis Eduardo Duhalde, Osvaldo Bayer, Horacio Verbitsky y una saga que se extiende) transitó como nadie el tema de la memoria expandiendo con su extraordinaria sensibilidad las dimensiones éticas, estéticas y también técnicas. Nada bueno se puede hacer sin alegría, decía Jauretche. Y agregamos que tampoco puede hacerse nada bueno sin la belleza.

 

IMPERATIVO TÉCNICO

Dos planteos entre muchos, y para ser abarcativos uno de índole empírica y otro de la faz teórica. Ambos centrales en el trabajo con la memoria.

Hace más de una década, y en oportunidad de asistir como orador a un congreso de Derechos Humanos en Concepción del Uruguay, tuve la oportunidad de visitar el monolito que en aquella hermosa ciudad se ha levantado en recuerdo de los desaparecidos. No sin alguna sorpresa me encontré leyendo en el mármol el nombre de Violeta Ortolani. Violeta, bolivarense, también figura en el monolito erigido en la ciudad de Bolívar, Buenos Aires. Esta duplicidad fáctica es explicable porque en Concepción a la bolivarense la reivindican (aunque ese detalle no esté escrito en el monolito) como esposa de un militante desaparecido de Concepción del Uruguay, Edgardo Garnier. Lo explica para nosotros, que tenemos buena fe. Pero con la buena fe no hacemos mucho en el campo científico, y poco y nada en el político. Por el contrario, para el bloque genocida, vigente aunque agazapado, encontrar estas duplicaciones es una oportunidad para el discurseo cínico al que nos tiene acostumbrados desde siempre.

En cuanto al aspecto teórico, podemos sostener que hemos asistido a un cambio tan importante como impensado a principios de este siglo. El parteaguas, claro y distinto como querría Descartes, se sitúa temporalmente en el año 2003. O dicho con mayor precisión, en la llegada a la conducción del Estado de un gobierno que operó en favor de permitir, y promover la expansión de los derechos humanos.

Si revisamos la misma relación con anterioridad al 2003, la memoria era sí el objeto de estudio de organizaciones comprometidas a tal efecto, e investigadores de todo tipo. La memoria era algo a recuperar, a sacar a la luz, a investigar. Investigar: in vestigium. Meterse en los vestigios para recomponer el cuadro y mostrarlo, hacerlo conocer. Lo hicieron y hacen los organismos de DDHH, los investigadores con sus libros, documentales, Etc., cierto sector de la prensa con sus investigaciones,. Nos hicieron saber, nos hicieron conocer. Pero mientras salían a la luz los hechos atroces, y nosotros ampliábamos lo que conocíamos, el Estado, salvo los dos o tres primeros años del gobierno del Dr. Alfonsín, no hacía mucho de nada con ese conocimiento. De ese modo, la memoria quedaba en un ámbito de mayestático respeto, como una entrañable estatua enterrada a la que por el esfuerzo de algunos alcanzábamos a ver. Podíamos saber, pero sentíamos que ese saber no era equiparable a la necesidad de Justicia que liberaba, que producía. Y no era un sentimiento gratuito porque la hechura a contracara que instalaba el Estado eran leyes de impunidad: Punto Final, Obediencia Debida, Indulto. Las banderas de la memoria, la verdad, y la justicia no hallaban viento suficiente para ondear. Solo la memoria cobraba altura en la lucha de los organismos y en trabajo que los intelectuales publicaban por los medios que podían.

Los juicios por la Verdad fueron otra búsqueda y encontraron. Encontraron verdad y también persecución por parte del propio Estado. En algunos casos, demasiados, sofisticada: el poder político (Menem y su séquito) ascendía a los jueces que estaban a cargo de los Juicios por la Verdad y en su lugar colocaba a un acólito que se encargaba de hundirlos en el fracaso. Como sea, con enorme esfuerzo, la memoria y la verdad se abrían paso en busca del tiempo de la justicia.

El ingreso del Estado, positivamente, a la escena en 2003, cambió para siempre la ecuación. Por iniciativa política del gobierno de Néstor Kirchner -cuya continuidad de contenido en la materia se extiende hasta hoy que gobierna su esposa, Cristina Fernández- fueron derribadas las leyes que garantizaban la impunidad, concomitantemente el gobierno dejó de interferir en el trabajo de la Justicia, se acercó a los organismos de Derechos Humanos y con ello modificó sino el paradigma, el modo de concepción de la investigación. De ser objeto de estudio, la memoria pasó a ser una provechosa herramienta. Si se me permite la simplificación, pasó de ser un fin, a ser un medio. De ser una palabra cuasi testimonial a ser una palabra performativa, que interpreta y actúa. Y repara. De este aspecto es que extraemos la noción de imperativo técnico, porque nos remite a una vieja frase siempre vigente: hay que investigar para conocer, y hay que conocer para cambiar. Esta enorme cadena de significantes que ha sido construida por más de 30 años de lucha está vedada a los intentos del olvido por cortarla. Cada significante remite, dialécticamente a otro y el conjunto remite a Justicia. Nada puede haber sin ella, ni libertad. La libertad es, incluso, un producto de la justicia.

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