La marcha del año que viene

Por Julián Bruschtein

“Defendamos las victorias y vamos por más democracia” fue esta vez la consigna que encabezó la marcha. En todos estos años, desde la salida de los militares del poder, la palabra democracia fue dejando de ser la esperanza de un país sin dictadura para ir convirtiéndose en algo más.

Para los que están en la marcha, ese cambio estuvo dado por la confirmación de que en democracia está siendo posible juzgar a los represores. Un país con justicia es mucho más que un país sin dictaduras. En cambio, en los cacerolazos, la palabra no fue democracia, sino República. En un sentido estricto tendrían que fusionarse. En el reclamo de más democracia, efectivamente, los dos conceptos tienden a hacerlo. En cambio, los que reclaman República tienden a diferenciarlos. “Ya no se caracteriza la democracia por la sola práctica del voto”, afirman los que critican a los gobiernos populares democráticos que han surgido en Latinoamérica. El argumento se sostiene públicamente en la separación de los tres poderes, pero en el fondo su argumento central es la defensa de la propiedad privada por encima de los demás derechos ciudadanos. Una parte de los iniciadores de la democracia argentina la aceptó en la medida en que las elites no perdieran el control del poder. Por eso se resistieron al sufragio universal, secreto y obligatorio. La idea de una democracia selectiva y con voto calificado estuvo desde el principio. Cuando se impuso el voto universal, secreto y obligatorio, echaron mano a dos recursos: el golpe militar y lo que llamaron el “fraude patriótico”. Para esa concepción, las mayorías son republicanas si se subordinan a las elites del poder económico. Si no lo hacen, son populistas y atacan el derecho a la propiedad. Para ellos, este concepto está graficado en la reestatización de las AFJP o de Aerolíneas, o en la regulación de los mercados. Paradójicamente, ésas son medidas que profundizan la democracia, al democratizar la economía. Cuando un sector del Poder Judicial –que es el único no democrático de los tres poderes– frena estas medidas, genera menos democracia, e interfiere en los otros dos poderes. Si el Ejecutivo o el Legislativo tratan de defender los avances democráticos y critican esta intromisión de la Justicia, los caceroleros dicen que se ataca a la República porque se vulnera la independencia de poderes. El círculo se cierra porque estos argumentos, que se escuchan en los cacerolazos, fueron los mismos que sostuvieron los golpes militares.

Entre los manifestantes marcharon varios ex combatientes de Malvinas, como Ernesto Alonso, Mario Volpe y Edgardo Esteban. Ellos representan a los conscriptos que estuvieron en las islas y han tenido el valor de denunciar los vejámenes y violaciones a los derechos humanos a los que fueron sometidos muchos de sus camaradas por sus propios jefes. La Corte Suprema desestimó esas denuncias por considerar que los delitos no fueron de lesa humanidad y por lo tanto están prescriptos. La guerra de Malvinas es un tema polémico y el maltrato a los conscriptos como regla constituye un tema delicado. Pero ese contexto no puede dejar impune las violaciones a los derechos humanos que se cometieron con los soldados argentinos por parte de sus propios jefes. Es una discusión que no tiene que ver con la disciplina de un ejército, sino con la concepción que tiene ese ejército de su función. Era un ejército destinado a la represión interna, estaba más preparado para maltratar a sus compatriotas que para combatir una agresión externa. El fallo de la Corte deja impune una injusticia de fondo.

Al frente de la columnna de HIJOS había un buitre gigantesco con los nombres de las empresas que colaboraron con la dictadura, como Ledesma, Clarín, Mercedes Benz y otras. Los últimos fallos de la Justicia favorecieron a Pedro Blaquier, a Vicente Massot y al Grupo Clarín. A los jueces les resulta muy difícil juzgar a las corporaciones. Por el contrario, el sistema judicial tiende a condonarlas con el prejuicio de inocencia. Fueron necesarios casi veinte años para que finalmente se pudiera juzgar y encarcelar a los represores de la dictadura y todavía hay resistencias. “Defendamos las victorias y vamos por más democracia” fue el lema y tiene que ver con la Justicia, con los juicios que se lograron y con los que van quedando pendientes. Más un Poder Judicial que mantiene los valores de una democracia con privilegios de la república aristocrática, que es el huevo de la serpiente, la antesala de los golpes y los gobiernos elitistas.

Aunque no se expresaba en carteles ni consignas, las elecciones presidenciales fueron el comentario de los grupos y corrillos. La incertidumbre de quién será el candidato del kirchnerismo y las movidas de los demás candidatos circulaba en forma de preguntas en los reencuentros entre amigos y manifestantes. “¿Cómo será la próxima marcha?”, se preguntaba una veterana de estas marchas. No estaba en las columnas kirchneristas, sino en la de los organismos de derechos humanos. “Con Macri enfrente, no hay mucho para elegir”, le contestó la amiga con la que se había encontrado. Para el público que acompaña el movimiento de derechos humanos, Mauricio Macri es el candidato que más lejos está de sus reclamos y polariza con el kirchnerismo

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