La madre de todas las batallas

El superávit de los últimos años permitió sostener el saldo positivo de la cuenta corriente, sin necesidad de recurrir al endeudamiento. Sin embargo, la evolución reciente volvió a poner en debate la restricción externa y los mecanismos para sortearla.
El talón de Aquiles

Por Juan Manuel Padin *

Históricamente, la restricción externa operó como un verdadero talón de Aquiles en la economía argentina, imposibilitando el crecimiento continuo de la actividad económica por períodos prolongados. Esta situación se revirtió en la posconvertibilidad. Inicialmente debido a la crisis y el derrumbe de las importaciones en 2002, pero luego gracias al conjunto de políticas aplicadas a partir de 2003, que impulsaron las exportaciones con crecimiento económico y generación de empleo sin precedentes.

A diferencia de lo sucedido en la década del ’90, en la cual se registró un déficit estructural en la balanza comercial, el superávit alcanzado en los últimos años permitió sostener el saldo positivo de la cuenta corriente, sin necesidad de recurrir al endeudamiento externo. Sin embargo, la evolución reciente de esta última volvió a poner en debate la cuestión de la restricción externa y los mecanismos para sortear este inconveniente.

Tal como señalan varios especialistas, para fortalecer la economía nacional ante un shock externo y alejar la amenaza de la restricción es necesario, entre otras cosas, profundizar el proceso de sustitución de importaciones, reducir el grado de extranjerización de la economía y la dependencia tecnológica y redistribuir un mayor porcentaje de los beneficios extraordinarios obtenidos por sectores privilegiados vinculados con la explotación de los recursos naturales. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que la modificación del perfil productivo de la Argentina y de su inserción en el mercado mundial implica una intensa puja político-económica durante la cual, aun acelerando estos procesos, también será necesario implementar una batería de medidas para obtener las divisas que nos permitan sostener el crecimiento y el empleo.

La política comercial tiene un rol fundamental en este marco, si bien es evidente que la tarea no es sencilla y que adquiere mayor complejidad en tanto estamos atravesando la crisis internacional más aguda desde la década del ’30. En este escenario, la creación de la Secretaría de Comercio Exterior y la articulación de sus acciones con la Secretaría de Comercio Interior reviste un carácter estratégico. Por un lado, debido a la importancia de seguir desarrollando el mercado interno en un contexto en el cual los países centrales intentan socializar sus costos colocando sus excedentes exportables –a precio de saldo– en los mercados de los países periféricos más dinámicos. Por el otro, por la necesidad de intensificar el crecimiento de las exportaciones como medio para acrecentar el superávit comercial y la consecuente disponibilidad de divisas.

En este sentido, es preciso tener en cuenta que muchas de las nuevas oportunidades de negocios aparecen en mercados “no convencionales”, tanto por el extraordinario crecimiento que detentan los países periféricos como por el magro crecimiento de los países desarrollados y la profundización de sus tradicionales prácticas proteccionistas, institucionalizadas en un asimétrico y desequilibrado sistema multilateral de comercio. No deja de ser llamativo que los pregoneros del establishment cataloguen de “exótica” la política de promoción comercial intensificada en los últimos meses por el gobierno nacional, a través de la organización de misiones comerciales a países emergentes con economías complementarias. Dicha caracterización niega los efectos de la crisis internacional y esconde aspectos elementales del régimen de comercio multilateral, así como los cambios en el orden económico internacional.

Ni siquiera parece convencerlos el propio FMI, cuando en su última actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial proyecta para 2012 un crecimiento de las economías emergentes del 5,6 por ciento y un incremento de sus importaciones del 7,8 por ciento, mientras estima que los países avanzados crecerán 1,4 y aumentarán sus importaciones el 1,9 por ciento, respectivamente.

Posiblemente, su membresía como parte del “club de los devaluadores” o del “club de los endeudadores” sólo les permite proponer, junto a sus viejas recetas económicas, un tipo de inserción en la economía mundial digno de una colonia.

De todos modos, tal como sucedió en los últimos años, es posible explorar caminos alternativos que nos permitan seguir alejando la restricción externa y consolidando el crecimiento. La implementación de una enérgica política comercial es, indudablemente, uno de los elementos necesarios para conseguir este objetivo.

* Politólogo. Especialista en Economía Política (Flacso).

Un problema esencial

Por Martín Burgos *

La defensa de la industria nacional en un contexto de mejora en la distribución del ingreso es uno de los problemas esenciales que este gobierno buscó resolver desde 2003. En efecto, la mejora de los salarios reales que significa la reapertura de los convenios colectivos de trabajo y las distintas políticas sociales llevadas adelante tienen un impacto económico más importante si es aprovechada por la oferta nacional. Por eso el tipo de cambio alto fue una herramienta clave para proteger la industria nacional frente a las importaciones.

Sin embargo, las distintas etapas de la crisis internacional motivaron cambios en las herramientas de protección utilizadas. En 2008, la especulación sobre los precios de las commodities generó una etapa “alcista” de la crisis que tuvo su corolario a nivel nacional en el llamado “conflicto con el campo” por el reparto de la renta extraordinaria. La derrota parlamentaria sufrida por el Gobierno implicó la imposibilidad política de cambiar la alícuota del impuesto a las exportaciones, y en consecuencia la imposibilidad de subir el tipo de cambio sin afectar los salarios de los trabajadores.

Cuando la crisis pasó a una etapa de caída en los mercados a fines de 2008, la Argentina se quedó sin la herramienta más eficaz para proteger su industria nacional: la devaluación compensada. La recesión mundial generó una cadena de devaluaciones, entre otras en Brasil, a las cuales el gobierno argentino respondió utilizando herramientas más específicas. De esa manera se implementaron las licencias no automáticas y se incrementaron los casos antidumping.

Esas medidas generaron represalias por parte de nuestros socios afectados, como por ejemplo China, en abril 2010. En efecto, el incremento de las investigaciones antidumping contra su país fue el argumento utilizado por China para frenar las exportaciones argentinas de aceite de soja, marcando de esa manera el fin de una política comercial en la cual se llevó al límite la institucionalidad prevaleciente en el marco de los acuerdos de la OMC. En cuanto a las licencias no automáticas, al centrarse en un conjunto de productos puede afectar un bien que no se produce en la Argentina y así provocar una escasez injustificada. Este inconveniente amplifica la cuestión de la desindustrialización vivida en nuestro país y la necesidad de políticas que lo reviertan de manera de poder contar con más productos de origen nacional.

El traslado del epicentro de la crisis internacional hacia Europa en 2012 y el regreso de la restricción de divisas vio la aparición de nuevas herramientas de políticas comerciales: en primer lugar, el aumento de los aranceles a nivel Mercosur, posibilitado por la conjunción de cuatro gobiernos políticamente afines y preocupados por el impacto de la crisis sobre la producción y el empleo. En segundo lugar, el aumento de los aranceles a los bienes de capital que habían sido llevados a cero por ciento por la última administración de Cavallo, permite proteger un sector fundamental para el desarrollo del país. Este sector de pymes es el que provee de maquinarias a los demás sectores industriales, incorporando tecnología nacional en los procesos de producción.

Por último, se implementaron las declaraciones juradas anticipadas de importaciones, que funcionan en los hechos como unas licencias no automáticas generalizadas al conjunto de los bienes. Esta medida, que no se utilizaba en la Argentina desde los años ’80, en vez de centrarse en un origen (como las medidas antidumping) o un producto (como las licencias no automáticas), se centra en las empresas. Esa política por empresa, asociada a la compensación de los intercambios, posibilita cubrir las necesidades de divisas a nivel microeconómico y abrir nuevos mercados. Si bien en un mercado internacional deprimido se dificultan las exportaciones y en consecuencia también se dificultan las importaciones, la recuperación de la economía internacional significaría un mejor balance entre importaciones y exportaciones.

Como lo vemos, combinar una distribución progresiva del ingreso y la defensa de la industria nacional en un contexto internacional variable con la emergencia de nuevos países industrializados con salarios bajos, es una tarea ardua que este gobierno lleva adelante con pragmatismo, pero con objetivos muy claros.

* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación.

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