"Hace 10 años que quiero saber dónde está mi viejo para poder explicarle a mi mamá qué pasó"

A horas de cumplirse 10 años de la desaparición, Rubén, hijo de Jorge Julio López, repasa el vínculo con su padre. En una charla con Infoplatense, cuenta cómo sobrelleva la ausencia y afirma que "hay gente que sabe dónde está".

Rubén se llena de actividades para no pensar tanto: hablar con la prensa, organizar muestras, participar de eventos y homenajes. “La semana que viene, el cuerpo pasará factura”, pronostica. El momento crucial será el domingo, el día en el que se cumplen 10 años de la segunda desaparición de su papá,Jorge Julio López, testigo clave en el juicio en el que fue condenado el represor Miguel Osvaldo Etchecolatz.

El 28 de junio del 2006, Jorge Julio López brindó testimonio por última vez en el marco del juicio oral que tenía en el banquillo al ex comisario de la Bonaerense. Su alegato fue clave y llevó a un fallo histórico donde se condenó a prisión perpetua al represor y se reconoció por primera vez el genocidio. López, querellante y testigo, nunca pudo llegar a escuchar la sentencia porque fue secuestrado y desaparecido por segunda vez en la madrugada del 18 de septiembre de 2006.

Con su boina azul descansando en su rodilla derecha, ese 28 de junio “Tito” declaró ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y contó que había sido secuestrado en octubre de 1976 y torturado por Etchecolatz mientras estuvo detenido en la comisaría Octava de La Plata. Además, describió claramente las condiciones que padeció en los centros clandestinos donde estuvo: Pozo de Arana, Comisaria Quinta y Octava, donde identificó a varios compañeros de cautiverio. Luego, relató que fue trasladado a la Unidad 9 donde estuvo 812 días, hasta el 25 de junio de 1979.

En el auditorio estaban presentes sus hijos, familiares y compañeros. Para Rubén y el resto de su familia, fue la primera vez que lo escuchaban contar los tormentos que había visto y sufrido en los centros clandestinos. “Con los juicios lo conocimos un poco más. Comprendimos mejor todo cuando supimos lo que había sufrido. Él nunca nos había contado ni nosotros preguntamos”, cuenta ahora Rubén, a horas de cumplirse los 10 años de su última desaparición. Es cálido pero tajante; claro y conciso, sin sentimentalismos, aunque cada tanto parece que se le fuera a quebrar la voz.

No se saca los lentes de sol, tal vez por la luz que le da de frente en el Museo de Arte y Memoria, donde se organiza una muestra en homenaje a su padre. Tiene puesta la ropa de trabajo, del taller que tiene en Los Hornos, con las manchas de aceite de años impregnadas en los pantalones. Inquietas, curtidas, de uñas desprolijas, las manos parecidas a las de su papá.

–¿Cómo era la relación entre ustedes?

–Yo tengo el taller atrás de la casa de mis viejos así que lo veía cotidianamente. Era un tipo sencillo, que no hablaba mucho ni expresaba demasiado. Nos marcó el compromiso que tomó a partir del ‘79 cuando lo dejan en libertad, el compromiso de recordar, memorizar, para llevar adelante los juicios que tardaron demasiado en llegar. Con los juicios lo conocimos un poco más. Comprendimos mejor todo cuando supimos lo que había sufrido. Él nunca nos había contado ni nosotros preguntamos. Toda la familia es cerrada, no somos de contar ni de preguntar. Por ejemplo, en los cumpleaños de 15 de mis primas, yo era el que escondía detrás de una pared para no salir en una foto ni tener que bailar el vals. A partir de lo de mi papá, me han sacado fotos, filmado. No me gusta pero lo tengo que permitir.

Jorge Julio López se levantaba a la hora que quería, hacía sus mandados y  tomaba su desayuno, sin prisa, en silencio. Después, salía a caminar y pasaba a comprar el diario. La siesta, siempre, como un ritual, y el mate. Muchas veces, ya despabilado, se acercaba a cebarle mates a Rubén mientras trabajaba en el taller. Ambos callados, concentrado cada uno en su tarea, hablando con las palabras medidas. La voz del padre, ronca, cortada; la de su hijo, más suave, más joven. El rostro del primero cuadrado y relleno; el de Rubén muy flaco y puntiagudo.

–¿Cómo convivís con su ausencia?

–Haciendo cosas, pidiendo a la justicia que investigue, en cada aniversario hablando con la prensa y haciendo actividades. En el día a día, pensando siempre en qué se puede hacer o qué se pudo haber hecho para evitar que a mi viejo “presuntamente lo hayan desaparecido”, como dice la caratula. Igual necesitás seguir viviendo. Al principio era un loquero todo el día, ahora sólo de a ratos.

–¿Encontraste alguna respuesta de “qué se pudo haber hecho” para evitar lo que pasó?

–Creo que lo que quiso hacer mi viejo lo hizo con muchas ganas y orgullo. Cuando fue a la declaración y él nos pidió que lo acompañáramos, lo hicimos. Todo el proceso anterior, lo quiso hacer solo y lo dejamos. Lo único que me reprocho es haber confiado demasiado en la Justica. Y no haber pedido mecanismos para proteger a los testigos. Seguramente, si se lo hubiesen ofrecido, igual mi viejo hubiese dicho que no. Porque él no se sentía amenazado. Todos estábamos confiados que la democracia estaba consolidada, nadie pensó que estos secuaces están y conviven entre nosotros, con el poder que siguen teniendo, hoy un poco más envalentonados con ciertos guiños políticos y mediáticos. Siguieron estando siempre, jamás se fueron.

–¿Cómo ves el accionar del gobierno anterior?

–Yo tenía buena relación con muchos funcionarios más allá que en algunas oportunidades yo les planteé que, al no haber una resolución judicial tal vez había que resolverlo políticamente, y ellos me respondieron (y lo entiendo) que la política no se mete en la Justicia. Y ahí quedó todo. Aunque la comunicación con la familia siempre estuvo.

–¿Y de este gobierno?

–Tengo muy poco para decir. Hoy es la primera vez que me comunico con el gobierno nacional, a través del Secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj. Veremos qué tienen para plantear. Supuestamente, la posibilidad de que el gobierno nacional sea querellante. Hace 15 días me reuní también por primera vez con Santiago Cantón, de provincia. Más allá de que el gobierno provincial no es querellante en las causas, se entabló una buena relación para seguir trabajando con la Fundación Construyendo Conciencia.

–¿Seguís con la esperanza de averiguar dónde está tu papá?

–Hay gente que sabe dónde está. En algún momento de la historia, se lo dirán a alguien. Ojalá podamos ser mi vieja, mi hermano, yo y mis sobrinos. También serán juzgados por la historia, no sólo por la Justicia. Si me preguntás, por supuesto que yo quiero saber ahora, hace diez años que quiero saber para poder explicarle a mi vieja qué pasó. Después veremos si se puede enjuiciar a los que lo desaparecieron. Pero mi viejo esperó junto a sus compañeros casi 30 años para que los juicios se lleven adelante; creo que lo menos que yo puedo esperar son 30 años. Todo llega a su momento. Mi única meta es que alguien me diga qué pasó, saber dónde está mi viejo y encontrar a los culpables.

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