Por Felipe Yapur
No son pocos los comunicadores de los grandes medios que afirman, ante cualquier advertencia por parte de un dirigente del FPV sobre lo que puede ocurrir en un eventual gobierno de Mauricio Macri, que se está intentando “meter miedo” al elector del próximo 22 de noviembre.
Lo dicen casi horrorizados ignorando o eludiendo su participación solidariamente responsable del temor “inducido” que pregonaron, sin solución de continuidad, durante años y, sobre todo, antes de los comicios de octubre. Sobreactuaron los supuestos detalles maléficos de los gobiernos kirchneristas logrando ocultar con eficiencia los avances sociales que tuvo la Argentina. La oposición política no fue menos y contribuyó con entusiasmo no ya en un cambio de gobierno, algo lícito en el juego democrático, sino fundamentalmente en una más que probable destrucción del nivel de vida, de salud, educación y de trabajo de las grandes mayorías de la Argentina. Eso es, de fondo, lo que está en juego.
Los derechos revalorizados, recuperados y los nuevos que se reconocieron forman parte de una lista valorable pero nada garantiza su permanencia por los siglos de los siglos. Los años noventa son un ejemplo de la finitud que puede tener un derecho o un grupo de ellos. Es cierto, no es la misma coyuntura que la de esos años. También es verdad que se sobrevivió a base de mucho esfuerzo y resistencia que incluyó vidas que se perdieron.
Lo que está en juego no es un simple gobierno, es un modo de vida donde el Estado participa y protege a los más humildes, a los frágiles y desposeídos que, frente a lo que puede avecinarse, puede ser cualquiera.
En aquella película El secreto de sus ojos, uno de los personajes, representado por Guillermo Francella, realiza un monólogo que puede traspolarse al momento político que vive el país. Allí ese personaje decía que se puede hacer cualquier cosa para cambiar. Se puede cambiar de cara, de casa, familia, novia, religión, de dios pero no se puede cambiar de pasión. Y Mauricio Macri puede disfrazarse de populista, de simpático, de mal bailarín, de republicano y ¡de peronista incluso! Pero seguirá siendo un liberal que considera innecesaria e inconveniente la justicia social, la salud y la educación pública y el derecho de los trabajadores. Las pruebas están ahí, a la vista de todos. Se puede afirmar, sin temor a la equivocación, que el 95% de las leyes laborales que aprobó el Congreso en estos 12 años fueron rechazadas por el macrismo. Ahí no hay disfraz ni globos ni música estridente. Ahí el PRO se muestra tal cual es.
Veinte días restan para una definición sustancial. Son días que pueden cambiar el país, que pueden ser el inicio de una saga de malasangre, desventuras y de pérdidas o la continuidad de un modelo de vida que le permitió al trabajador recuperar su condición de ser humano con derechos. No es lo mismo uno u otro modelo. El macrismo no fue más allá en la Capital Federal porque estaba encorcetado por el modelo estatista que desarrolló el kirchnerismo. Ahora existe la posibilidad de que la fiera se libere y eso no son globos de colores.
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