Desarrollo sostenible: ¿es un objetivo posible o se convirtió en una utopía?

Desarrollo sostenible: ¿es un objetivo posible o se convirtió en una utopía?

El cumplimiento de las metas en materia ambiental depende de muchos factores que no todos los países están en condiciones de afrontar

 

El interés por la cuestión ambiental y sus urgencias se presenta novedoso ante la difundida suscripción de acuerdos recientes, como el celebrado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-26) en noviembre de 2021, compromiso mundial que ha renovado de algún modo las esperanzas, particularmente en cuanto a la emergencia climática.

Lo cierto es que hace casi 54 años, y en ocasión del informe “Límites al crecimiento” del Club de Roma, se celebraba la primera conferencia en materia ambiental en Estocolmo, oportunidad en la cual Juan Domingo Perón remitió la hoy famosa “carta a los pueblos del mundo”. En aquella ocasión, que tuvo un alto índice de participación mundial (con excepción de la entonces URSS y sus aliados), se resaltó la preocupación por los recursos naturales y, por primera vez, su vínculo con el desarrollo económico. Aquella declaración constó de 26 principios y fue creado el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUD).

Veinte años más tarde, en 1992, se celebró la Conferencia de Río, de la cual surgió la Agenda 21 y una declaración que incluyó el denominado principio precautorio, por el cual la falta de certeza científica sobre el impacto de determinada actividad no debe ser obstáculo para tomar medidas en resguardo del ambiente. Allí también se celebraron acuerdos y compromisos, tal como sucedería luego en Johannesburgo en 2002 y en Río+20 en 2012.

Desde 1994 hay una Constitución que reconoce el ambiente como derecho fundamental y desde abril de 2021 rige para América latina y el Caribe el Acuerdo de Escazú, que consagró los principios de democracia ambiental: acceso a la participación, a la información y a la justicia.

En 2015 se celebró el acuerdo de París (sucesor del Protocolo de Kyoto), vigente desde 2016 al haber alcanzado el número critico de ratificaciones necesarias para entonces y en el marco del cual se celebró la COP-26.

El estado de emergencia mundial que la pandemia expuso al limitar las actividades y en consecuencia su impacto sobre los recursos llevó a la celebración de nuevos acuerdos, como el precitado COP-26.

La pregunta que cabe hacerse entonces es: ¿será esta la oportunidad?

Hay algunos aspectos que en ocasiones no son merituados y que tienen que ver con la transversalidad propia del ambiente. En efecto, el cumplimiento de estos anhelos en materia ambiental (cambio climático, limitación de emisiones y utilización de energías limpias o renovables, entre otros temas relevantes) depende de muchos factores que no todos los países están en condiciones de afrontar.

En primer lugar debe señalarse, para evitar extremismos, que no existe ninguna actividad humana que no genere un mínimo impacto ambiental. En segundo término, que los bienes de la vida, entre los cuales probablemente se encuentren los dispositivos electrónicos, requieren de ciertos insumos que llevan a la realización de actividades altamente nocivas para el ambiente. La tercera cuestión es que todos quieren gozar de los beneficios de dichos bienes pero nadie quiere sufrir las consecuencias de la realización de las actividades, cuanto menos de manera no sostenible. Ese es el fenómeno conocido como “not in my backyard” (no en mi patio trasero). Este aspecto va de la mano de que aquellas economías “en desarrollo” (o cómo se las denomine en la actualidad) son las más expuestas a la realización de actividades de alto impacto, así como también las que más sufren sus consecuencias. En ese mismo sentido, son los países en mejor posición los que pueden cumplir los objetivos en plazos progresivos y razonables.

Pongamos por caso el recurrente “tema Riachuelo” (Cuenca Matanza-Riachuelo) en Argentina. Un recurso altamente contaminado durante más de cien años que en alguna época tuvo la promesa de ser saneado en 1.000 días. Se podrá creer que el problema es solo técnico y que se trata de decidir de una vez sobre la “limpieza” de este recurso. Lo cierto es que el asunto involucra aspectos sociales (muchísima gente reside en las adyacencias de la cuenca, ante la emergencia habitacional de siempre), económicos (las empresas que degradan el recurso y se encuentran registradas tienen mayores costos frente a las clandestinas, que crecen día a día) y jurídicos (en la cuenca hay embarcaciones abandonadas que en algunos casos están embargadas y que además deben retirarse, algo que resulta muy costoso). Todo esto le cuesta diariamente millones al Estado. Así son todos los problemas ambientales y la transversalidad (aspectos económicos, sociales y, en muchos casos, laborales) hace que la sostenibilidad, pensando en actividades que no solo satisfagan las necesidades actuales sino también de las generaciones futuras (tal como pide nuestra Constitución), sea un camino difícil de emprender, máxime cuando las prioridades en países como el nuestro son necesariamente otras.

Para otros ejemplos cercanos hay que pensar en la importancia que tiene la minería como principal actividad económica en Chile o la extracción de gas en Bolivia y su impacto ambiental en términos generales.

En un ejemplo comparativo y diametralmente opuesto, la Unión Europea toma medidas progresivas mediante el denominado “pacto verde”, tendientes a eliminar la dependencia de combustibles fósiles y neutralizar las emisiones de gases de efecto invernadero para el 2050.

Como cierre, debe tenerse en cuenta también que no todos estos instrumentos internacionales y compromisos en favor del ambiente son “vinculantes” sino que, a excepción de los acuerdos y de los convenios del caso (por ejemplo, el Acuerdo de París o el Acuerdo de Escazú), las declaraciones tienen un valor meramente político y no obligan ni responsabilizan a los Estados ante algún incumplimiento. Lo dicho, no obstante, su valor como directriz para los Estados miembros y sus respectivas legislaciones. Un ejemplo claro es la declaración del acceso al agua como derecho humano.

Es por todo esto que, sin perjuicio de encontrarnos ante una situación crítica, ya no solo a nivel local sino también global, deberemos esperar qué acciones concretas y posibles se tomen para saber si nos encontramos ante una posibilidad o frente una utopía.

*Docente de abogacía (UADE)

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