Sólo unas 5000 personas participaron de las marchas en la capital, la mayoría en defensa de Dilma; se había montado un gran dispositivo de seguridad
Por Alberto Armendáriz
BRASILIA.- Quienes esperaban una jornada épica, de acalorados enfrentamientos verbales, coloridas declaraciones y masivas movilizaciones en las calles, se defraudaron con la sesión de ayer en el Senado que definiría la suspensión de la presidenta Dilma Rousseff para enfrentar un juicio político por violación de las leyes presupuestarias.
Brasilia se había preparado para recibir un aluvión de grupos a favor y en contra delimpeachment y, como sucedió durante la votación en Diputados -cuando llegaron unos 100.000 manifestantes-, se había montado un fuerte dispositivo de seguridad, con gran presencia de policía en las calles y un muro de metal levantado en medio de la Explanada de los Ministerios para dividir a los defensores de Rousseff (al Norte) y sus detractores (al Sur), a fin de evitar choques entre ellos.
Al final, la policía militar informó que sólo 5000 personas participaron de las marchas; 4000 en contra del impeachment, con banderas rojas del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), y 1000 a favor, principalmente vestidos con los colores nacionales verde y amarillo.
"Lo que pasa es que se trata de un día laborable, no todo el mundo puede darse el lujo de faltar al trabajo con la recesión que estamos viviendo por culpa de Dilma y venir a manifestarse", dijo a LA NACION el diseñador gráfico Carlos Rocha, 32, quien trabaja por su cuenta y por eso se tomó unas horas para acercarse hasta el Congreso a presionar a los senadores para votar a favor del impeachment. A su lado había más vendedores ambulantes que manifestantes.
Del otro lado de la Explanada, el grupo más ruidoso era el de unas centenas de mujeres que estaban participando de una conferencia en un centro de convenciones cercano, que había sido abierta el día anterior por Rousseff en medio de calurosas expresiones de apoyo. "¡No habrá golpe!", repetían una y otra vez intercalando con gritos de "¡Dilma, guerrera del pueblo brasileño!".
"Creo que no vino tanta gente porque ya nadie confía en estos senadores corruptos que decidieron hace tiempo su voto a favor del golpe del vicepresidente Michel Temer y su política neoliberal", opinó la maestra Larissa Seijas, 55, que levantaba una imagen de Rousseff joven, en sus tiempos de estudiante y miembro de la guerrilla contra la dictadura militar.
En un momento, de la multitud antiimpeachment empezaron a lanzar objetos contra la policía que acordonaba las inmediaciones del Senado.
Los agentes de seguridad respondieron con gases lacrimógenos para evitar desmanes y un par de personas fueron detenidas.
Pero se trató del único incidente en una tarde de mucho calor, donde el malhumor de la mayoría de los brasilienses estaba al tope por los enormes embotellamientos de tránsito que provocaron las medidas de seguridad.
Dentro del pequeño recinto de la Cámara alta, el clima apagado no acompañaba la importancia histórica de la votación.
Durante las largas horas de debate, la mayoría de los asientos de los 81 senadores estaban vacíos, mientras los legisladores salían a hablar con la enorme cantidad de periodistas que cubrían el evento -no cabían en la tribuna de prensa-, se paseaban por los laterales del salón dialogando entre ellos o deambulaban por el plenario entretenidos con sus teléfonos celulares.
Nada que ver con el ambiente caótico, casi circense, que reinó en la Cámara de Diputados el 17 de abril, cuando se aprobó elevar el pedido de impeachment contra Rousseff en medio de banderas, muñecos inflables, insultos, golpes y hasta escupitajos.
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