El jefe de la AFA soporta presión mediática del grupo y del gobierno de Javier Milei desde que declaró campeón a Rosario Central. Negocios detrás de la disputa.
Por Patricia Maidana
Clarín, la AFA y los derechos de televisación del Ascenso quedaron en el centro de un conflicto que reconfigura poder y negocios en el fútbol. La asociación no renovará el contrato con Torneos y, con el Chiqui Tapia en el centro de la agenda del grupo, expuso un reordenamiento audiovisual que amenaza intereses de la empresa y altera el mercado.
En pocos días, el conglomerado convirtió una serie de episodios dispersos en un relato unificado de descomposición institucional. La consagración de Rosario Central como “Campeón Anual”, debatida dentro del propio universo dirigencial, fue amplificada como prueba de descontrol. Ese encuadre opera como dispositivo para instalar la idea de un liderazgo debilitado y justificar una cobertura más intensa de lo habitual.
El tratamiento no es neutro. Tampoco nuevo. Cada vez que los intereses del Grupo Clarín se ven desplazados, el conglomerado activa su ofensiva discursiva, combinando capacidad de instalación, presión política y un estilo heredado del “periodismo de guerra” que marcó su etapa más confrontativa, en aquel entonces contra los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner. Pero ¿por qué ahora? ¿Y por qué con esta intensidad?
Clarín, Tapia y una guerra en Ascenso
El verdadero parteaguas llegó cuando la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) informó que el vínculo con Torneos y Competencias S.A. y Tele Red Imagen SA (TRISA), firmado en 2016 y modificado en 2019, no será renovado. En aquella última renegociación se pagaron $290 millones por la temporada terminada y se fijaron $350 millones anuales por la televisación de la Primera Nacional y la B Metropolitana. Esa cifra, junto con la trayectoria del negocio, explica el nivel de tensión actual.
La evolución de los contratos muestra una curva ascendente muy marcada: del piso de $180 millones anuales pactado en 2007 para Primera, Nacional B y B Metro (con un contrato previo que había llegado a $83 millones tras la renegociación de 2002) a los $290 millones pagados en la temporada 2019 y los $350 millones anuales comprometidos en el último contrato.
Clarín, a la guerra de nuevo.
Ese recorrido evidencia cómo, pese a las crisis y reacomodamientos, el Ascenso se consolidó como un activo creciente y Torneos/TRISA (TyC/Clarín) mantuvo un rol dominante en su explotación.
En este contexto, la AFA insinuó dos movimientos que alteran el statu quo: la posibilidad de lanzar una plataforma propia para transmitir el Ascenso (recuperando control sobre producción, distribución y monetización) y la apertura de la licitación a nuevos jugadores, incluidos gigantes tecnológicos, plataformas globales y servicios de streaming. Ambos gestos interpelan de manera directa los privilegios que Clarín sostuvo durante décadas.
Con la capacidad de definir visibilidad, equipos periodísticos y reglas comerciales, la AFA gana una autonomía inédita justo cuando Tapia enfrenta tensiones internas. El avance sobre un territorio históricamente administrado por Clarín funciona, a la vez, como gesto de autoridad hacia dentro y como desafío externo en un terreno que articula negocios, relato y poder simbólico.
Un ecosistema en mutación
Este conflicto por los derechos de televisación del Ascenso no puede entenderse sólo como una disputa de mercado entre la AFA y un actor dominante, sino como un punto de inflexión en la manera en que Argentina distribuye y consume contenidos deportivos.
El modelo tradicional (conglomerados mediáticos que acumulan producción, distribución y control de agenda) empieza a ser cuestionado por el nuevo contexto tecnológico, por cambios en los hábitos de consumo y por una demanda latente de descentralización de contenidos.
Al igual que en otras industrias culturales (musical, periodística, cinematográfica, radial o del cable) con la irrupción del streaming, el fútbol podría estar ingresando en una etapa en la que el viejo esquema de “paquete exclusivo + señal cerrada” ya no responde a las necesidades de audiencias jóvenes, territorios periféricos o formatos multiplataforma.
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Captura de redes
La estrategia de la AFA de crear una plataforma propia, abrir la competencia y revisar contratos históricos puede leerse como un intento de recomponer el negocio desde adentro: recuperar autonomía, diversificar ingresos y disputar agenda. Si prospera, podría abrir un escenario con mayor accesibilidad, distribución federal y menor dependencia de oligopolios mediáticos. Pero también desafía los intereses de quienes controlaron durante décadas la monetización y la legitimación de los relatos futboleros. Y eso no es gratis.
Javier Milei y la política entran a la cancha
El reordenamiento del negocio audiovisual también movió piezas en el tablero político. La ofensiva de Clarín coincidió justo a tiempo con el interés del gobierno nacional por intervenir en la dinámica del fútbol.
Tras meses de desentendimiento, Milei volvió a subir el tono y retomó la agenda futbolera, fortalecida por la ruptura de la AFA con Torneos/TRISA. En el Gobierno volvieron a explorar una estrategia que parecía archivada: acercarse a Gianni Infantino para impulsar una intervención de la AFA, una idea que tiene como antecedentes los intentos fallidos de instalar las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) y las presiones del inicio del mandato.
Javier Milei y Chiqui Tapia
En este marco, el conflicto por los derechos del Ascenso no sólo incomoda a Clarín, también reabre debates sobre gobernanza, autonomía y conducción del fútbol, con el Gobierno buscando recuperar injerencia en un terreno sensible.
La simultaneidad entre la presión gubernamental, la ofensiva mediática y la redefinición contractual sugiere un escenario en el que la disputa económica no puede leerse por fuera de la disputa política: quién regula, quién controla y quién capitaliza la legitimidad que produce el fútbol argentino.
Una pelea por el control del relato
La confrontación actual condensa una tensión profunda entre negocios, política y poder simbólico. Lo que se discute no es sólo quién transmite el Ascenso, sino quién organiza la conversación pública del fútbol argentino: qué se ve, qué se omite, quién legitima a los protagonistas y bajo qué mirada se narra la cultura futbolera.
En un país en el que el fútbol funciona como lenguaje colectivo, ritual identitario y territorio de legitimación política, la pregunta de fondo es inevitable: ¿Quién tendrá el control remoto del fútbol argentino y quién tendrá la palabra final para narrarlo?


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