Ricardo ForsterEstamos frente a un acontecimiento histórico, más allá de la valoración que cada uno pueda llevar a cabo sobre el nombramiento de Bergoglio al frente de la Iglesia.
Hoy Francisco es un personaje universal. Esto modifica nuestra relación con quien era hasta hace poco el arzobispo Jorge Bergoglio, lo cual tendrá sin lugar a dudas consecuencias sobre la vida argentina. Aún así, estoy convencido de que son tantos los problemas que va a tener que enfrentar el nuevo Papa que su relación con nuestro país será, seguramente, la parte más sencilla de todo lo que se le abre como desafío.
Sobre su mensaje de erigirse como el Papa de los pobres, es sabido que la Iglesia siempre tuvo un discurso en el que el necesitado ocupaba un sitio de suma importancia. Sin embargo, no se ha correspondido –en la mayoría de los casos– con una práctica real, con un intento de poner en cuestión el sistema que reproduce la pobreza. Ojalá que en el discurso del nuevo Papa no haya una repetición ya conocida y abstracta de la pobreza ni que se trate exclusivamente desde el lugar de la misericordia, sino que haya una intencionalidad real de encontrar los modos necesarios para generar una sociedad más igualitaria.
Hoy se vive una especia de gran fervor ligado a la elección de un Papa latinoamericano y argentino. Pero vivimos en el interior de una sociedad donde no todos son católicos y donde existe una división establecida entre el Estado y la Iglesia. Está bien que aquel que se sienta interpelado por el Papa lo haga en términos individuales, pero no puede ser una cuestión nacional o colectiva.
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