Así se vivió la final en el barrio de Messi

Las sensaciones de los vecinos de General Las Heras, al sur de Rosario, donde creció La Pulga.

Las calles del barrio General Las Heras, en el sur de Rosario, están más despobladas que un domingo cualquiera a la hora de la siesta, si es que acaso eso fuera posible. No pasa ni siquiera un desprevenido en bicicleta. Hasta los perros callejeros, que un día normal se cuentan de a varios, parecen haber abortado sus planes de revolver cuanta bolsa de basura encuentren para buscar un televisor perdido en el cual ver el partido. Sobre Estado de Israel, entre 1º de Mayo y Juan Manuel de Rosas, se respira más tensión que en cualquier otra parte de la zona. En la cuadra donde nació, se crió y se hizo amigo inseparable de la pelota Lionel Messi, la final entre Argentina y Alemania se vive –y se sufre– de manera especial.

En el barrio humilde, de casas bajas y calles angostas que se cortan y continúan sin demasiado criterio arquitectónico, las horas previas al encuentro transcurrieron entre la ansiedad y la expectativa. “Tranquilos que se va a despertar nuestro amigo”, auguraba desde su bicicleta Rubén, mientras pasaba frente a la casa ubicada en Estado de Israel 525, la que vio crecer a la Pulga y que todavía es propiedad de los Messi, aunque nadie viva ahí actualmente (la factura del cable satelital al pie de la puerta, de todos modos, demuestra que la construcción no está abandonada a su suerte). “El que dice que no apareció en el Mundial, no entiende nada. Igual, lo va a demostrar en el Maracaná”, lo defendía Alejandra desde la ventana de su hogar. Su sobrino de dos años de edad se ilusionaba con gritar un gol de “Tali”, como bautizó el chico al Diez, vaya uno a saber por qué cuestión de su infantil fonética. 

No hay grandes reuniones en General Las Heras. La plaza José Hernández, donde un mural realizado por los chicos de la Escuela Primaria Nº 66 (a la que asistió la Pulga en su niñez) le recuerda a todos los que pasan por ahí –como si alguno no lo supiera– que Messi es el hijo pródigo del barrio, no tiene pantalla gigante. En el sur de Rosario, el partido se ve en familia. O no se ve, como en el caso de Clara Quiroz, la vecina de enfrente de los Messi, que se encierra en su cuarto durante el tiempo que dura el encuentro, como hizo durante las anteriores seis presentaciones del equipo de Alejandro Sabella en Brasil, porque los nervios son demasiados para tolerarlos frente al televisor a sus 77 años. 

Javier Mascherano se rompe el alma en el campo de juego del Maracaná. Ezequiel Garay agiganta cada vez más su figura de líder de la defensa. Gonzalo Higuaín pierde una chance que no se puede desperdiciar en una final del mundo. Y Messi, más allá de algún arranque vertiginoso, no consigue hacerse dueño del ataque. En General Las Heras lo alientan, le piden que se acuerde de sus orígenes, de cuando le decían Liobol porque siempre tenía una pelota al alcance de la zurda. Pero el gol de Mario Götze derrumba las ilusiones de todos. La alegría del barrio se apaga. Las calles por las que el pequeño Lionel caminaba siempre descalzo pierden el color. El pasto del campito de la esquina donde el Diez esquivaba las patadas de sus amigos hartos de que los gambetee tanto, parece marchitarse. La idea era salir en banda rumbo al Monumento a la Bandera para celebrar, pero no hay ganas de nada. 

Sin embargo, no todos piensan igual en la ciudad santafesina. A los pocos minutos de finalizado el partido, miles de personas comienzan a llegar al Parque España para rendirle tributo a la actuación de la Selección en Brasil. No están ni cerca de ser los 50 mil que desbordaron las previsiones luego del triunfo en la semifinal contra Holanda, pero se hacen sentir. Los 4000 policías afectados al operativo de seguridad controlan que nada salga de sus cauces, para evitar que se repitan los incidentes que el miércoles habían terminado con 30 detenidos y destrozos varios.

Un grupo de pibes sostiene una bandera que reza “Simplemente gracias”. Más allá de la tristeza, ese es el sentimiento que reina en las calles de la Chicago argentina. Porque este equipo de Alejandro Sabella consiguió unir a todo Rosario detrás de una misma camiseta. La ciudad que respira de dos maneras distintas, según se hinche por Central o Newell’s, durante un mes se olvidó de la rivalidad. Y fue toda de Argentina.

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