Son tiempos de reflexión obligada. En estos días es común pensar, “cómo saldremos de esta”, “cuándo” y, muy especialmente, “cómo la Argentina se pondrá de pie” luego de que, Dios mediante, superemos este escenario con elementos similares al de una guerra que hoy nos tiene en vilo.
Hoy, Dia del Ambiente, cabe quizás poner una mirada sobre cómo en nuestro país valoramos y aprovechamos los recursos naturales que tenemos para desarrollarnos y ser una sociedad más justa. Somos un país extraordinariamente rico y potente en estos (y otros) recursos. Lo tenemos todo: agua, minerales, suelo, clima. Lo que hagamos, lo que no hagamos, y cómo lo hagamos, define nuestro presente y el futuro de nuestros hijos.
Con la reforma constitucional de 1994, la Argentina dispuso la protección jurídica más importante para sus recursos naturales. Lo hizo específicamente a través de su artículo 41 en el que expresa el derecho “…a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras…”.
En la acabada comprensión de este artículo, y su conjugación con otros presentes también en la Carta Magna, está atada buena parte de nuestro destino como país. Me refiero, en este caso, a la aparente competencia o rivalidad que a veces se plantea entre desarrollo y cuidado del ambiente. Ambos, están inescindiblemente unidos. Sin el cuidado del ambiente y sus recursos naturales para las generaciones futuras, no tendremos éxito. Sin desarrollo, tampoco.
El tan ansiado “equilibrio” no podrá existir si no tenemos una visión de país respecto de lo que queremos y hacia a dónde vamos. Menos aún si nos planteamos posiciones ideologizadas (en ambos extremos).
La falta de respuestas ante reclamos de la gente y el crecimiento desordenado o descontrolado de actividades y obras en distintos lugares del país, generan la reacción intuitiva de miles de personas que genuinamente quieren proteger lo que ven en peligro, como resultado de una clase política que no está a la altura y no encuentra el cauce.
Reaccionan los políticos con nuevas leyes, que se posicionan sobre los extremos: “ambientalistas” o bien “pro desarrollo” según sopla el viento (o los intereses que los animan).
En todo caso, debemos con premura cuidarnos de salir de los extremos. Ambos son inventos que compramos empaquetados y serviles a poderes externos. ¿A quién le conviene el capitalismo salvaje? ¿A quién le convendría hacer minería sin pagar los costos del cuidado del ambiente? A los grupos económicos y países poderosos. Pero a no confundirse: ¿A quién le conviene tener una de las mayores reservas de agua, de recursos y de biodiversidad, totalmente intacta? Los beneficiarios siempre son los mismos. Sino, pensemos quiénes en el mundo financian todo el movimiento ecologista.
Las preguntas más relevantes tal vez no sean esas, sino reflexionar con inteligencia ¿Qué nos conviene? ¿Qué decidimos hacer como sociedad? ¿Qué país queremos? Y ¿cómo lo vamos a hacer?
Pensando por ejemplo en el caso mendocino, ¿sería factible hacer minería? Quizás. Pero con reglas de juego claras, cuidado del ambiente y beneficios para los mendocinos. Que sirva para financiar nuevos embalses y presas, duplicar la superficie irrigada, impulsar la cadena de valor de 75.000 productores, generar trabajo y realizar las obras que sean necesarias para el desarrollo de la provincia.
Debemos encontrar las respuestas sin ideologías ni oportunismos. Pensar y reconstruir la Argentina con patriotismo. Los tiempos que vienen nos lo exigirán más que nunca.
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