Más torcidos que derechos

Por Enrique Pinti

Hubo épocas en las que la inmensa mayoría de los seres humanos no teníaderechos que hoy en día, con todos los reparos que pueden hacerse, no pueden ser negados a nadie. 

 De ahí, a que se cumplan de manera real y concreta, hay un largo trecho. Pero al menos cuando esos derechos son prohibidos por los distintos poderes gobernantes, hay uno que nadie puede parar: el derecho al pataleo.

Los múltiples medios de comunicación de que dispone la inmensa mayoría de los pueblos favorecen que, ante situaciones límite de avasallamientos inhumanos y salvajes, todo el mundo pueda enterarse en forma muy rápida y tratar de poner coto al horror mostrando con imágenes y millones de mensajes esas barbaries.

 

Pautas morales, tradiciones religiosas, diferencias abismales entre razas diversas y otros fenómenos sociales son fogoneados desde que el mundo es mundo por codicias

 

Es claro que ese hecho por sí solo no arregla esos problemas y que muchas veces los comentarios e imágenes se estrellan contra el muro del autoritarismo, las trampas de la ley o se transforman simplemente en conveniencias políticas, económicas o estratégicas de los Estados y sistemas que permiten esos abusos. Pero la difusión rápida y documental de esas realidades ayuda a que una parte de la humanidad sea conciente de su existencia y trate de influenciar con manifestaciones y reclamos diplomáticos a esos poderes que esclavizan, maltratan o exterminan a minorías perseguidas y marginadas.

Desde los más elementales derechos a elegir su destino personal hasta los fundamentales que reglan la subsistencia: trabajo, vivienda, salud, educación y seguridad, todos esos derechos han sufrido y sufren los avatares de una historia mundial de avances y retrocesos, revoluciones y contrarevoluciones, juicios y prejuicios y demás situaciones que cambian y crean conflictos en la existencia de millones de personas.

 

En medio de ese mar embravecido, los derechos elementales son prohibidos, permitidos, tolerados, exaltados, despreciados, relativizados o ignorados en aras de situaciones ajenas a nuestra individualidad

 

Pautas morales, tradiciones religiosas, diferencias abismales entre razas diversas y otros fenómenos sociales son fogoneados desde que el mundo es mundo por codicias. Es decir, la invasión de territorios por sus riquezas naturales; la ambición de dominación de inmensas regiones del universo, incluyendo en el último medio siglo al espacio sideral, Marte, la Luna, Urano y lo que se les cruce.

Estos han sido los avatares por los que los seres humanos hemos tenido y seguiremos debiendo atravesar. En medio de ese mar embravecido, los derechos elementales son prohibidos, permitidos, tolerados, exaltados, despreciados, relativizados o ignorados en aras de situaciones ajenas a nuestra individualidad. No todo es retroceso, no todo es negativo, pero la lucha por obtener un poco de paz y felicidad sigue siendo, parafraseando a nuestro gran Discepolín, cruel y mucha.

Hoy, mirando hacia pasados lejanos, una gran parte de nuestras sociedades ha dejado de comprar esclavos, pero se sigue reclutando ciudadanos para abusar de ellos sin pagarles ni siquiera un salario insuficiente. Tampoco se venden hijas casaderas al mejor postor como se hacía más o menos disimuladamente hasta las primeras décadas del siglo veinte; pero se sigue maltratando esposas legales y traficando con menores de edad para obligarlas a prostituirse contra su voluntad en lugares muy lejanos a sus países de origen. En algunas sociedades se prohíbe el maltrato a los animales, mientras las riñas de gallo y las peleas entre perros siguen haciendo las delicias de públicos formados por verdaderas bestias salvajes con apariencias corporales humanas.

En 1805 el Virrey Sobremonte presenciaba en el Teatro de la Ranchería una representación de la "polémica y audaz" comedia de Moratín titulada El sí de las niñas, donde una joven se negaba a un matrimonio de conveniencia. Cuando le informaron que las tropas inglesas invadían la ciudad, Sobremonte huyó. ¿Por los ingleses o por la audacia de Moratín? Puede que haya sido por ambas..

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