¿Qué pasa cuando el rostro del otro no conmueve?

Notas para pensar la (imprescindible) relación Club y Escuela.

Por Matías Dalla Fontana *

Por Emiliano Fallilone *

Es sorprendente cada mañana que pasa en lo cotidiano de la escuela, la cantidad de llamados de atención y “partes” de disciplina que se aplican: conducta inadecuada, gesto inapropiado, grosería, insulto a un par, falta de respeto a un docente, entre otras cuestiones. Quizás sea un reduccionismo dejar de lado todas las cosas preciosas que ocurren día a día, pero éste recorte nos ayuda a pensar el tema en cuestión. Lo más sorprendente en éstas situaciones, no son los actos en sí mismos, sino lo que acontece posteriormente: adultos solicitando entrevistas y desacreditando el accionar institucional, realizando obstinadas defensas de conductas inapropiadas, justificando faltas de respeto (“seguro se lo merecía”) y prácticas de violencia (“nosotros avalamos y le enseñamos a defenderse así, por lo cual no pensamos retractarnos y firmar el acta”). Adultos intentando relativizar lo que acontece.

Igual que en la educación formal, dos peligros extremos nos acechan en esta misión de formar personas en el deporte como escuela de vida: agazaparnos detrás del refugio de las prohibiciones en un extremo y, en el otro extremo, intentar ser simpáticos negadores del valor eficaz que tienen las reglas para la conquista de la libertad auténtica. Al respecto de esta segunda actitud, el Papa nos expresa: “El relativismo no es la solución. Envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento.” (Fratelli Tutti, 206) Por eso el club aparece como un lugar de diálogo siempre de tres, como mínimo: el yo, el otro y esa realidad existente que intentamos mejorar. Y esa realidad, para no ser meramente ideológica, debe estar ordenada por la naturaleza compuesta del ser humano, un club que sea conciente de su objetivo de ser integral: formando cuerpo, mente y espíritu al unísono. En gran medida los desbordes recientes de algunos ambientes deportivos pueden ser explicados, entre varias causas, por un simple abandono de la integralidad, para caer víctimas de una visión institucional meramente técnicista, casi taylorista y fabril, en el frustrante afán de producir un mesías falso que nunca llegará. Hoy sabemos que incluso desde la óptica del más alto rendimiento, la familia es gravitante en el desarrollo del deportista de élite, porque están en sus manos dimensiones que son determinantes en la performance deportiva: la familia ordena el descanso, la alimentación, inculca rutinas intelectuales, moldea la autoestima y la estabilidad del carácter.

Frente a este relativismo sabemos que no todo cambio es a favor, algunas dinámicas súper aceleradas de la vida actual marcan objetivamente en el deporte un cambio involutivo: las apuestas electrónicas, el dopaje, el consumismo creciente. A menudo escuchamos análisis que diagnostican las fallas de la educación “tradicional”, pero, en rigor, hace varias décadas que el sistema educativo es una mezcolanza de teorías en boga que nada tienen de educación tradicional, al contrario. Similar confusión opera respecto del deporte: el modelo ligado a la “cultura del podio”, como lo denomina el maestro Víctor Lupo, produce descalabros formativos y nada tiene que ver con el sello de autenticidad propia de nuestro virtuoso deporte nacional: el club cultural, social y deportivo, formador de un sentido de la vida.

Hurgar en la etimología de las palabras nos hace profundizar en el concepto de “acontecimiento”. Un acontecimiento es “algo que da a pensar”, que genera una ruptura, una dislocación de lo común, que reorganiza un espacio, lo transforma en tanto ya nada ni nadie será lo mismo luego de su paso. Los acontecimientos irrumpen siempre, pero puede ser una opción viable “dejarlos pasar de largo”, y como haría un réferi que no se hace cargo de su oficio, “siga, siga”. Un interesante acontecimiento que da a pensar y disloca, es la suspensión de las categorías infantiles de la Liga Santafesina de Fútbol a partir de distintos hechos de indisciplina violencia. ¿Qué puede darnos a pensar?

Como educador hay una premisa que se intenta sostener cueste lo que cueste: la alteridad, el rostro del Otro, irrumpe y se vuelve tierra sagrada. En el campo de la filosofía, autores como Emanuel Levinas, Sartre, Husserl, entre otros en el viejo continente, y Juan Carlos Scannone o incluso el papa Francisco desde nuestra tierra, intentan hacer una reflexión donde el otro se erige como criterio ético y político del actuar, donde el otro toca la puerta como extranjero y merece hospitalidad sin contraer deuda, donde el otro es asumido como puro don. El rostro del Otro, con todo lo que significa, en el cara a cara, implica dar paso a lo sagrado: el otro es lo más sagrado, aquello que merece mi más profundo cuidado, aún sin saber su nombre ni su historia. Todo el recorrido académico, literario, histórico, social, entre otras cosas, se topa sin embargo con un inquietante interrogante que desafía la biblioteca: ¿qué pasa cuando el rostro del Otro no me conmueva y no despierta respeto y cuidado? Ese otro rival, ¿es un enemigo? Ese compañero que disputa la titularidad conmigo, ¿es un enemigo? Ese árbitro que permita que el juego pueda realizarse, ¿es un enemigo? Los clubes que hoy se ven enmarañados en una ola de violencia, ¿qué han venido inculcando respecto de estas preguntas fundamentales a lo largo de los últimos años? En categorías infantiles se separa a los “mejores” y los “peores” ni siquiera son citados los fines de semana. Las familias no tienen lugar de participación activa en la gestión de la institución y ven reducida su presencia a la de ser “barra”. No existe compartir con los rivales antes y después de los minutos de juego. Un acontecimiento sedimenta, se prepara sigilosamente y condensa en un momento hasta producirse: ahí las cosas, las bien hechas y las mal hechas, se des-ocultan.

De repente la primera respuesta que se nos viene a la cabeza es “suspender las categorías infantiles de la Liga Santafesina”, porque es inadmisible lo que ocurre… ¿Entre los niños? ¿Ellos son los responsables del accionar violento e inadecuado? ¿Tienen la plena capacidad de una reflexión crítica, ética y política para cada caso o repiten lo que todo el tiempo acontece alrededor de ellos? ¿Y qué pasa en las tribunas? ¿Los “modales” y las “buenas costumbres” se hacen presentes? ¿Qué rol juegan los adultos?

La decisión de suspender la competencia en definitiva, fue tomada por adultos, a costa de problemas que surgen como reflejo también de los adultos. Los perjudicados: los niños. Pensar que el cuidado del Otro, el respeto y el compañerismo se asume a partir de la represión, es carecer totalmente del encuentro diario con los niños: no habitar la canchita ni tampoco los patios. Se suspende la liga, ¿y qué motivación damos a los chicos para seguir corriendo? Ponemos una amonestación, ¿y qué cambios profundos generamos en cada niño? No se trata de carecer de límites en una sociedad que parece transitar una especie de anomia institucional y de referentes, sino de repensar cuáles deberían ser los primeros destinatarios: ¿niños o adultos?

Tanto la escuela como los clubes son lugares donde el protagonismo central lo tienen los niños, pero quienes “marcan la cancha” son los adultos. También, el punto de partida de muchos conflictos resuena en los niños pero tienen su origen en quienes peinan canas. Los niños son el tesoro más sagrado de nuestro bendito suelo, sin embargo, lo hipotecamos a causa de adultos que prefieren relativizar los valores, optan por afirmarse a un deconstruccionismo progresista de escritorio que atenta contra la vida y ni se asoma a la realidad efectiva, resignan su lugar de referentes para cambiarlo por una pantalla, entre otras acciones funestas que derivan en consecuencias irreparables.

El niño se encuentra solo, en la calle, a la deriva, y es el narco (adulto) el que le ofrece respuestas a sus búsquedas. El club suspende sus actividades, la escuela no tiene tiempo para abordar estas cuestiones por el “sistema”, la “burocracia”, entre otros discursos enlatados. El pibe reacciona de forma violenta contra el referí, pero se banca ver en la casa al padre levantar una mano contra la madre como moneda corriente. El pibe se enoja e insulta, ¿pero qué diferencia hay con el padre que insulta al árbitro en la tribuna o con el que “aprieta” al docente?

Si la escuela actual está en crisis (¿la crisis no es un constitutivo de la misma?), a raíz de lo sucedido, podemos afirmar que el club también está en crisis. Quizás sea la oportunidad para pensar que el Club y la Escuela se deben pensar como co-principios, como dos caras de una misma praxis educativa que aboga por una mirada integral del ser humano: ni cerebros, ni autómatas. Pero esta “alianza”, también debería ser la posibilidad de pensar trayectorias compartidas, itinerarios formativos en conjunto, una escuela que también sea club y un club que también haga escuela, que asuman lo diverso como oportunidad, que ofrezcan propuestas donde nadie se queda afuera y la fiesta es compartida. Del mismo modo, producto de una tendencia a desconocer la unidad de cuerpo-mente-espíritu en la persona, se ha producido una tendencia disociativa en las organizaciones de la comunidad y el club se ha distanciado de las redes de salud barrial. Al respecto cabe aclarar que las redes deben ser tramas de búsqueda de lo verdadero para generar soluciones eficaces, sustanciales.

Aparece una de las caras paradójicas de la globalización: todos homogeneizados, todos divididos. La globalización cuestiona creencias populares regionales, propias de cada comunidad, al mismo tiempo que impone nuevos dioses: ¿el sentido del Deporte es económico o hay lugar para la mística, el arte, la gratuidad, la fiesta, el don? ¿Qué tipo de unidad nos ofrece esta globalización? Muchas veces, bajo una cierta prédica de la “articulación”, quedamos presas de artilugios ideológicos o academicistas de un poder que se mira el ombligo pensando que ciertas palabras cambian la realidad: eso es creer en la magia. Asistimos a reuniones “de red” donde la fugacidad está al mando. El club tiene que pensarse en relaciones ciertas, permanentes y más específicas con el sistema de salud, casi considerarse con un pie en el dicho tejido: es un lugar de promoción de lo saludable, si se reconoce como parte de ese todo que es el sanitarismo social. Estas cuestiones hay que poder tomarse un tiempo para verlas, apreciar la situación y resolver con los elementos y recursos en juego. ¡Y actuar! Los pueblos solo quieren vivir bien y aspiran a la felicidad. A lo mejor, solo se trate de dar un paso al costado, de repensar la figura del adulto e invertir roles, para dejar que los pibes y sus ganas de jugar, nos contagien otras cosas y nos recuerden nuestra posición en la cancha, para que asumamos nuestra misión de artesanos en nuevos pactos para la paz.

Por Matías Dalla Fontana *

Ex Puma. Fundador del Proyecto Deporte Solidario. Psicólogo. Mov. Social del Deporte.

Por Emiliano Fallilone *

Profesor de Filosofía, Lic. en Gestión de la Educación y Doctorando en Sentidos, Teorías y Prácticas de la Educación. Miembro de la Pastoral Social.

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