Parcelas con olor a bosta

Por Rodolfo Yanzón

El empresario Aguilar y sus vínculos con el Ejército. El repudio al editorial del diario de Vicente Massot.

Domingo F. Sarmiento estaba convencido que, por sobre todas las cosas, el desarrollo de un pueblo dependía de su educación, de las herramientas que podía obtener. Informarse, estudiar, investigar, dedicarse al trabajo, pensar y discutir. Se necesitaba, sostenía, un Estado capaz de volcar sobre todo el territorio miles de escuelas pero también ciudades pujantes donde los periódicos, los libros y la difusión de ideas fueran su motor; donde el trabajo generara riqueza genuina, valor agregado. Su visión de país chocó contra el paredón de la élite de Buenos Aires, estancieros dedicados a la ganadería, comerciantes afines y militares con veleidades de terratenientes. La vaca y los grandes campos inutilizados por la alianza entre ganaderos y militares, que en buena parte se plasmó en la Sociedad Rural Argentina (SRA), con su prensa, el diario de Bartolomé Mitre, La Nación; y mediante la obtención de tierras a expensas de las comunidades indígenas y de la apropiación de los sobrevivientes. 

Las ideas de Sarmiento, aquellas por las que se opuso con vehemencia, en el Parlamento y otros recintos, al reparto impúdico de tierras, fueron arrolladas por los "estancieros con olor a bosta", holgazanes que viven a expensas de grandes parcelas de tierra para el pastoreo, que no generan trabajo ni promueven una nación industriosa, ni necesitan los libros ni el enriquecimiento de las ideas. La fusta y el fusil son suficientes. 

Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra narra la historia de un gaucho, ya no perseguido por la leva y el ejército o viviendo en la frontera con el indio, junto al indio, sino otro, ya sentadas las bases y límites de la nueva Argentina, aclimatado a las labores de la estancia. Ese gaucho, don Segundo Sombra,enseña a un joven aprendiz a quien arrancaron del rancho de su madre para ser criadocon unas "tías" y que desconoce quién es su padre, un rico hacendado. Al morir este, el joven conoce la verdad por medio de una carta.

Estela Barnes de Carlotto y Hortensia Ardura de Montoya dedicaron sus vidas a la educación. Enseñaron a cientos de jóvenes que luego serían estudiantes y trabajadores en La Plata, o peones rurales y trabajadores petroleros y del gas en la Patagonia santacruceña. Las dos abuelas de Guido, el nombre que Laura Carlotto puso a su hijo en las pocas horas que estuvo con él durante su cautiverio. Guido fue arrebatado de las manos de su madre por militares y luego entregado a sus sempiternos socios, los dueños de campos y vacas, una alianza que revive el reparto tanto de tierras como de mujeres y niños indígenas durante los últimos años del Siglo XIX.

Con la muerte del empresario Carlos Aguilar comenzó a correrse el velo de la clandestinidad en la vida de Ignacio, nombre con que anotaron a Guido como hijo propio. Aguilar fue miembro de la SRA de Olavarría, dueño de la estancia donde Ignacio fue criado y presidente del Centro de Equitación de la ciudad, entre otras actividades. Se relacionó con miembros de la caballeríadel ejército, la rama castrense siempre presente en las exposiciones que la SRA realiza en su predio de Palermo –el que Menem le vendió a precio vil–, donde durante años han presentado "la retreta del desierto" una exhibición militar nacida durante la matanza indígena en la Patagonia y que los uniformados presentan como "gesta heroica al servicio de la patria". La Nueva Provincia es el diario afín, cuyo dueño, Vicente Massot, hoy está imputado en una causa penal por crímenes de lesa humanidad. En una editorial el diario de Massot dijo, respecto de Guido,  que su identificación no cambiaba la militancia "terrorista" de sus padres. Omitió decir que esos padres, Laura y Walmir, además de haber sido secuestrados, torturados y desaparecidos, fueron militantes políticos y que jamás fueron imputados de haber cometido crímenes. El calificativo "terrorista" habla más del que lo usa que del que es acusado, evidencia su miedo a perder privilegios y su necesidad de desconocer toda humanidad y derecho a quien ve como el enemigo que los pone en peligro. El mismo método que el aplicado a los indígenas durante el siglo XIX, arrojados a la desprotección absoluta por los hombres en cuyas manos se encontraba el destino del país. 

Si bien los exabruptos de La Nueva Provincia se llevaron las palmas, otras manifestaciones de distinto calibre fueron proferidas por panelistas en programas televisivos y radiales y en las redes sociales, sosteniendo que la alegría del hallazgo del nieto de Estela y Hortensia iba más allá o no guardaba relación con lo que pudieron haber hecho sus padres –así, tan indeterminado, como si el crimen o la militancia fueran lo mismo–, incluso con sus opiniones políticas, lo que demuestra que el pasado continúa en el presente y que, a pesar de todos los esfuerzos, quedan vestigios del discurso que permitió justificar los crímenes de Estado y la persecución política. Los mismos vestigios asoman con el antisemitismo o el racismo, sobre todo contra el indio americano. 

En estos días declararon como testigos en el juicio de la ESMA pilotos holandeses que participaron de la cena en una playa de Bali hace once años, en la que Julio Poch, imputadode haber intervenido en los vuelos de la muerte, describió cómo arrojaban desde los aviones a personas adormecidas. "Tendrían que haberlos matado a todos, eran terroristas y no se merecían nada mejor… las madres no tendrían que haber permitido que sus hijos salieran de noche", contó Tim Weert que dijo Poch esa noche, para sorpresa de todos. No son actos lo que genera terror a esta gente.  Quien tiró personas secuestradas al mar o torturó en los campos de exterminio no es terrorista para Massot y su diario ni para quien goza de privilegios, sino un salvador de la patria, la suya, con olor a bosta de vaca. 

Cuando falleció el empresario Carlos Aguilar diarios locales manifestaron su profundo dolor por quien calificaron como "reconocido y apreciado vecino olavarriense", similar a los recordatorios del diario La Nación al despedir a militares involucrados en la represión ilegal, o a José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Videla y miembro de una familia protagonista de la SRA desde sus orígenes.

Como dice David Viñas, la "guerra de las vacas" en el Siglo XIX tuvo como fin la disputadel terreno sobre el que pastaba el ganado cimarrón, palabra que proviene del marronage de Haití y del cimarronaje de Cuba, que designaban a los esclavos que escapaban a los montes para ser hombres libres. Nuestros estancieros y sus aliados siempre confundieron el ganado con la gente. Y la patria con su parcela con olor a bosta. Sin temores, Guido comienza a salir de noche. 

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