Las heridas que causaron los saqueos no cicatrizaron

Las heridas que causaron los saqueos no cicatrizaron

Comercios devastados, policías autoacuartelados, calles con barricadas y ciudadanos con miedo. Fueron 48 horas de furia las que vivió Tucumán el 9 y el 10 de diciembre del año pasado. Pasaron 12 meses desde aquellos días violentos y algunas de las heridas sociales todavía no cerraron: hay comercios que nunca más abrieron sus puertas y terror de que aquello se repita.

La pequeña figura de Wan ya no es parte de la cotidianidad de los vecinos de Villa Luján. En la noche del 9 de diciembre de 2013, el propietario del supermercado chino “El Cóndor” fue el último en abandonar el arrasado local comercial. Los saqueadores se llevaron hasta la ropa de su familia, que vivía en el lugar. En San Juan 3.391 ya no está el supermercado y Wan se mudó de barrio.

El imponente galpón de 2.800 metros cuadrados está cerrado y vacío. Adentro corretean a su gusto algunos perros y cada tanto aparece algún encargado que abre las puertas, mira y vuelve a irse. En Roque Aragón 162, alrededor de las 22 del lunes 9 de diciembre, una turba de personas arrasó con el inmenso depósito de Tersuave. Se llevaron 300.000 litros de pinturas, escritorios, equipos de aire acondicionado, pintaron las paredes e intentaron incendiar lo que quedaba. El depósito de Tersuave ya no funciona en ese lugar, hoy desierto y abandonado.

En las peatonales del microcentro, el mes pasado una decena de comerciantes encargó y colocó rejas en sus locales de ropa. Son los que no habían tomado esa precaución el año pasado, pero que este diciembre sienten el mismo temor que hace 12 meses. Confían en que no pasará nada, pero están nerviosos. Lo mismo hicieron la mayoría de las cadenas de supermercados, que además ya contrataron más personal de seguridad privada.

Son apenas algunas imágenes de las heridas aún abiertas de una sociedad que quebró varios pactos de convivencia en aquellos días convulsionados de diciembre pasado. Todo había comenzado en las primeras jornadas del último mes de 2013, con los policías que comenzaban a protestar en reclamo de una recomposición salarial. El 8 dejaron prácticamente las calles desprotegidas y un día después, alrededor de las 15, la ola de saqueos comenzaba en una distribuidora de lácteos ubicada -paradójicamente- en la avenida Néstor Kirchner. A partir de allí, estalló el descontrol social: decenas de comercios de todo tipo eran saqueados, mientras los vecinos se armaban dispuestos a defender lo suyo. Las calles, en los cuatro puntos cardinales, fueron ocupadas con piquetes detrás de los cuales vecinos empuñaban armas blancas y de fuego. El rugir de las motos, en las que se movilizaba parte de los saqueadores en banda, era el ronquido que regaba de rumores y gritos la noche. “Ahí vienen”, vociferaba uno y estallaba el griterío. Ocho muertos confirmados, cientos de heridos y una batalla entre tucumanos fueron el saldo de las descontroladas noches del 9 y 10 de diciembre.

El 11 llegó el acuerdo salarial con la Policía y efectivos de la Gendarmería, pero no la calma. Las actividades comercial y hasta escolar fueron casi nulas. No lo fueron el malestar social. “Esto es culpa de ustedes”, increpó una mujer, en plena peatonal, a un par de policías que cruzó a pie a su lado. Otros transeúntes se sumaron al reclamo. “Aquí no se atiende a policías”; “su aumento fue conseguido con sangre”, fueron algunas pintadas en paredes o en carteles de comercios que sirvieron de muestra de una bronca en ebullición.

El punto de hervor de ese enojo social se alcanzó a la noche de ese mismo día. De a decenas, tucumanos indignados comenzaron a copar la plaza Independencia para repudiar la revuelta policial y la inacción del Estado provincial para evitar aquellos dos días violentos. La reacción de Gendarmería y de la Policía echó más leña al fuego: represión y civiles heridos.

“Aquí vinieron a robar, no a buscar mercadería por necesidad” (vecina de avenida Ejército del Norte al 3.200, zona en la que arrasaron con comercios medianos); “destruyeron todo y aún tenemos miedo” (empleados de la distribuidora de lácteos Sancor, que fue devastada); “la Policía no puede haber actuado de esa manera” (monseñor Alfredo Zecca, que ofició de “mediador” entre policías rebeldes y Gobierno). Pasó un año, pero las frases actuales de este puñado de testigos directos de aquellos días tristes muestran que sólo años por venir de Fiestas en paz podrán volver a unir las piezas de un maltratado rompecabezas social tucumano.

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