Grieta o lucha de clases

Grieta o lucha de clases

Por: Jorge Fontevecchia. Carlos Pagni, en su programa de La Nación+, explicó el carácter económico del voto, relacionando que en  la zona centro de la Argentina donde se concentró la mayor parte del 41% del apoyo que consiguió Juntos por el Cambio en las elecciones, con que esa zona también concentra el 85% del Producto Bruto Nacional. 

Simplificadamente: quienes pagan impuestos votan por un partido y quienes reciben los subsidios que permiten esos impuestos, por el Frente de Todos. En su columna del domingo pasado en PERFIL, Beatriz Sarlo explicó que la verdadera grieta es entre quienes tienen y no tienen acceso a bienes de distinta índole: alimentos, salud y educación de calidad, trabajo e inclusión social.Desde el kirchnerismo el planteo escaló, como no es anormal, al paroxismo con Luis D’Elía, al decir que “la grieta es lucha de clases, y yo estoy por la grieta”. Mucho más elaboradamente, el columnista del programa de Víctor Hugo Morales en radio AM 750, Fernando Borrini (ver en: http://bit.ly/columna-borroni-grieta-clases) argumentó con claridad su posición, resumida en “la grieta no es otra cosa que una nueva expresión de la lucha de clases”. Por tanto no es una coyuntura, no es una exacerbación de un estilo confrontativo, sino un carácter episódico que reaparece en nuestra sociedad a lo largo de la historia, manifestándose en función de las condiciones de posibilidad de cada época.

La esencia del peronismo es pluriclasial, la lucha de clases es su fracaso

errar la grieta sería una ingenuidad pacificadora con la que se quiere solapar el conflicto inmanente e irresoluble. Pero Alberto Fernández propuso ser el presidente que cierre la grieta, “el presidente de la unión de los argentinos”, como dijo la locutora oficial el día de su asunción en el Congreso. Promoviendo un nuevo Contrato Social (un acuerdo social y económico) porque la gravedad de los problema requiere de la colaboración de todos, con mejoras que comiencen desde abajo (pero) para llegar también a los de arriba. Un estado burgués pero progresista, reformista pero no revolucionario. Que venga a distribuir la ganancia de la producción y no el capital previamente acumulado, sin romper el orden jurídico estructurado sobre la propiedad privada porque no repartiría el stock (revolución) sino el flujo (reforma).

Es que en la Argentina el cambio social  no se hizo tomando el Palacio de Invierno para derrocar a los zares, sino “metiendo las patas en la fuente” de Plaza de Mayo. Una lucha de clases acotada que nunca sería una guerra desarrollada de manera real sino metaforizada en forma de narrativa política pero suficiente para producir una conmoción cultural y generar una “clase de odiadores” de la que se alimenta la rebeldía frente a ellos: la insumisión.

En sentido opuesto están quienes intentan radicalizar el peronismo desde dentro aunque la lucha de clases sea opuesta a la filosofía del peronismo: para Marx “el estado es un aparato creado para mantener el orden social que favorezca a la clase dominante”, es su aparato de contención. Para Marx “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” y el estado es quien “administra los intereses comunes de la burguesía”. Por tanto, el estado debía ser destruido por la dictadura del proletariado. Inversamente, el peronismo considera al estado como la gran herramienta de redistribución de la renta con su capacidad de intervenir a favor de la clase trabajadora. Desde perspectivas contrapuestas, se puede considerar al estado como el mecanismo redistributivo: para el kirchnerismo el gobierno de Macri utilizó al estado para una redistribución regresiva, en su caso, contra los asalariados y a favor del capital.

La armonía de clases que planteaba el surgimiento del peronismo a mediados del siglo pasado se basaba en una industrialización que permitiera crear la clase asalariada y la alianza entre el capital y el trabajo. Y en su evolución, a la clase media, que es el gran amortiguador social. A esa clase media apuntaron los eslóganes de las dos coaliciones mayoritarias apelando a la palabra “juntos” y “todos” –en los primeros por el cambio, en los segundos dentro de un frente– registrando que el deseo de reducir la grieta es mayoritario y, paradójicamente, transgrieta, porque sirvió tanto para los votantes de Macri como para los  de Alberto Fernández.

Paralelamente, Alberto Fernández al decir en su presentación como presidente “yo soy la continuación de Alfonsín”, pretende también derribar una ontología política que divida el campo político entre progresistas y republicanos, porque Alfonsín era al mismo tiempo progresista y republicano.

Para Bertrand Russell las clases eran “ficciones lógicas” de “símbolos incompletos”, entidades abstractas aunque los miembros que las compongan sea entidades concretas.

Previo a Marx se utilizaba la expresión estamentos, estados o agrupaciones. Preferente alrededor de un orden tripartido: Platon en República clasificaba los grupos en artesanos, militares y guardianes o jefes, con el rey filósofo elegido entre los jefes. En el medioevo los estamentos eran labradores, clérigos y nobleza. Para llegar a nuestros días con clase baja, media y alta. Mientras las concepciones tripartitas son armonizadoras, las bipartitas o dicotómicas son conflictivas: rico-pobre, explotadora-explotada. La aceptación de las categorías depende del poder explicativo que tengan en cada momento.

Marx hablaba de “consciencia de clase”, por lo que otro aspecto a tener en cuenta es la existencia del doble carácter objetivo y subjetivo de clase social, entendiendo por subjetivo cuestiones como la estima, el modo de vivir, el uso del lenguaje, cuestiones psicológicas, culturales y en casos extremos, raciales.

Si la grieta es lucha de clases, Alberto Fernández no podrá ser el anti grieta

Por eso el concepto de lucha de clase social tiene las limitaciones propias de un fenómeno complejo y multicausal que escapa a reduccionismos. Marx creía en una sociedad sin clases, quizás Mao fue más astuto en su visión de que nunca se acabarían las clases.

Finalmente, si se trata de una lucha de clase hay suma cero: el otro es enemigo y solo se puede resolver el conflicto por la fuerza. La democracia se basa en lo opuesto.

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