Pez gordo

Uno de esos que jamás son pescados. Se tata de Oscar Poletti, ex titular de la firma Estrella de Mar, vinculada a la Operación Langostino. Ayer en quiebra con un divorcio insolvente, hoy dueño de un imperio nuevo en Entre Ríos. No hay quien consiga una presa de este porte, porque no conviene.

Una de las razones de queja generalizada de la población es la certeza de que el poder económico y los numerosos "palenques donde rascarse" son y serán perfectos pasillo de salida de cualquier responsabilidad delictiva, y enredos de los más variados calibres. Cualquier hijo de vecino podría pasar años de su vida pagando juicios millonarios a empleados que no haya podido indemnizar oportunamente. La justicia lo obligaría a pagar aun con su coche, si fuera necesario. Nobleza obliga. Ahora, si se trata de un pez gordo, todo se vuelve tan relativo como las declaraciones de bienes patrimoniales. La historia de los peces gordos se escribe en la arena, se borra y se reescribe tantas veces como sea necesario. Un pez gordo no tiene más trayectoria que la de los éxitos. Y para muestra basta un botón, o un pez, que jamás será un pescado.

Todo el mundo recuerda la Operación Langostino, la más famosa en la historia de los contrabandos de drogas por barco con destino a Europa. En aquel momento sorprendía la destreza con la cual la cocaína podía disimularse en cajones de mariscos de exportación, que se embarcaban en contendedores sellados. Las voces de la calle sacaban cuentas, y adivinaban que todos los controles habrían sido tenidos en cuenta, y convenientemente incluidos en el negocio para que nada fallara. La firma exportadora de pescado comprometida fue Estrella de Mar, propiedad de Oscar Poletti y Héctor Antonio, dos nombres resonantes en el empresariado local.

Claro que cuando se cae desde muy arriba se hace ruido, pero sólo por un rato. Por eso, si bien la firma terminó acusada de una quiebra fraudulenta, que perjudicó de manera letal a cientos de trabajadores, se habló mucho pero se hizo poco. En paralelo a esta causa, la justicia penal los acusaba de una estafa prendaria contra el Banco Nación: se habían desbaratado los derechos sobre una garantía. Aunque parezca mentira, todo quedó en la nada.

Porque un pez gordo tiene redes a su medida, y abogados notorios, con apellidos de jueces. Roberto Falcone y Mario Portela, del Tribunal Oral Federal, habían sido defensores en estas causas, representando a Héctor Antonio y Oscar Poletti.

Langostino

Ya en 2004, Oscar Poletti se divorció de su esposa Stella Maris Miralles: consta en la causa que se declaraban ambos insolventes y carentes de todo bien ganancial que estuviera sujeto a esa separación. Stella Maris había sido aconsejada en tal sentido, ya que teniendo en cuenta que Poletti estaba aún envuelto en complicadas cuestiones judiciales, era preferible esperar que se despejaran las causas para así luego arreglar el asunto.

Luego es nunca jamás. Poletti, cinco años después, sigue siendo insolvente a los fines solicitados, ya que no hay a su nombre ningún bien que justifique formalmente que su situación económico financiera se ha modificado desde aquella inhabilitación comercial. ¿Qué pasó?

El divorcio incluía el compromiso de que, a pesar de todo, Poletti entregaría a su ex esposa mil pesos por mes en concepto de alimentos, y que no había división de bienes gananciales. En noviembre del mismo año, Poletti contrajo matrimonio nuevamente con una ex empleada suya, Mirta Susana Triñanes. Y para ese momento, ya había comenzado a extender sus dominios mudándose repentinamente a Victoria, Entre Ríos, donde desde hacía años tenía un frigorífico, hoy principal exportador de pescado de río. Grave peligro en puerta. ¿Cuántas cosas se pueden esconder adentro de un bloque de dorado?

La sociedad en cuestión, Epuyén S.A. no es nueva, sino que el pez gordo la tenía en pleno funcionamiento desde el ‘90, y había ido modificando lentamente su capital. El experto en maniobras la había constituido haciendo figurar en los cargos de presidente y director suplente a dos ex empleados de su planta, a los que se llevó a Victoria como testaferros. Se trata de Juan Domingo Gómez y Alberto Neri Pereyra, quienes aportaron a la construcción de la firma las exiguas cifras de seiscientos pesos cada uno. El primero de ellos se habría vinculado familiarmente con Poletti a través de un matrimonio más que conveniente, y permanecería vinculado a la firma. El segundo, ex empleado de Moscuzza, está de vuelta en Mar del Plata con la carroza convertida en calabaza: de empresario de frigorífico a la realidad concretísima de ser nuevamente peón de planta.

En la documentación correspondiente al año 2003, previa al divorcio, ya figura "la nueva", Mirta Triñanes, como apoderada de la firma. En el mismo año se denuncia la oportuna pérdida de libros de actas de asambleas, registros de acciones y cambios en el directorio. Caramba. Cosas que sólo suceden en los cardúmenes de peces gordos.

Colombiano

El frigorífico del insolvente Poletti tiene ya un capital en crecimiento continuo. Sólo a manera de ejemplo: cuenta con cinco camiones, un acoplado y una camioneta Toyota Hilux. Pero, ¿de dónde salió el nuevo imperio? Se sabe que ninguno de estos bienes figura a nombre de Poletti, como corresponde a un pez gordo que jamás hará frente a la AFIP, ni a un viejo acreedor, ni a una ex esposa reclamante. Pero recomenzó utilizando dinero, maquinarias, motores y grupos electrógenos que pertenecían a la firma Estrella de Mar, la misma que estaba en quiebra. La misma cuyos empleados – operarios y embarcados-todavía acampan frente al palacio de tribunales, y esperan una respuesta de la justicia que obligue a que se haga efectiva su paga en carácter de indemnización, porque sus vidas han quedado suspendidas en el tiempo desde aquel momento.

Las malas lenguas no sólo hablan, sino que consiguen buenos documentos. Hoy existe el testimonio escrito de que la actual señora de Poletti, Mirta, gasta por mes una suma en tarjeta Visa del Banco Santander Río cercana a los $15.800, más algunos dólares. Y Poletti paga. No sólo ésta, sino que paga además una tarjeta de monto similar de su hija Mariela, la que tuvo con Miralles. Un pez quebrado que asume bastantes costos fijos.

Se dice por ahí que cada vez que llega a Mar del Plata, a aquerenciarse en sus antiguos pagos, se aloja en el Hotel Sheraton con una comitiva de veinte personas que vienen a jugar al golf. Cada bolso de palos permite calcular rápidamente cuál es el importe que ellos están preparados a invertir en recreación de la buena.

Y hay también un empleado de SENASA que vive en Santa Fe, Víctor Di Pascuale, de quien se sostiene estuvo asociado a otra de las empresas de Poletti. Gracias a su buena influencia, veranea todos los años en esta ciudad, específicamente en el Hotel Bisonte. El funcionario muestra su destreza en el mentado frigorífico. Y todos vienen a ser vistos, a enrostrarle a la sociedad local que un pez gordo, camping más o menos en la puerta de los tribunales, siempre es intocable, porque excede cualquier red.

Hoy ya se habla de las conexiones entre el Frigorífico Epuyén y algunos comerciantes colombianos, ya que la empresa exporta hacia aquel país la parte más importante de su producción. El actual encargado sería de nacionalidad colombiana, un tal Nelson, que según afirman las fuentes confiables, habría llegado a la Argentina únicamente a revisar mercadería exportable y fue tentado para permanecer a cargo de la planta. Seguramente detrás de un negocio conveniente.

Así son las cosas. Así es la vida de los peces suculentos. Los que pueden salir de una causa penal por narcotráfico, fraude prendario o quiebra fraudulenta manteniendo capitales importantísimos que se multiplican en menos de una década. Las víctimas de sus acciones son los que quedan en el camino, parte del daño colateral de su navegación. Stella Maris Miralles sigue siendo aquella que se divorció de un insolvente, la que ve cada día a los ex empleados de la Estrella esperando una respuesta de la firma que se fue a pique por el peso del pescado mayor. Y no hay arpón que lo alcance. Continuará.

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