Eterno problema para EE UU en las cumbres americanas

Por Fernando Del Corro

Por razones diversas, a lo largo de una más que larga centuria, fue la Argentina la que mantuvo una definida oposición a los proyectos estadounidenses.

Con motivo de la realización este fin de semana de la Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano, surge en el inmediato recuerdo el rechazo al intento del gobierno de los Estados Unidos de América, entonces encabezado por George Walker Bush de constituir el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Algo que ocurriera en Mar del Plata durante los días 4 y 5 de noviembre de 2005 y donde fue clave el presidente Néstor Carlos Kirchner.

Pero no fue la primera vez que la Argentina les puso límites a los intentos de una legalizada colonización continental por parte de los Estados Unidos. Por razones diversas, a lo largo de una más que larga centuria, fue la Argentina la que mantuvo una definida oposición a los proyectos estadounidenses. Primero ligada a la sociedad de hecho con el actual Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y posteriormente a las nuevas visiones integradoras.

El ALCA, tema de debates en la región hasta su rechazo en Mar del Plata, es un viejo proyecto de ese país sobre el resto del continente, cuya primera manifestación data de 1885, que estuvo a un tris de concretarse entre 1889 y 1890, lo que no sucedió por la oposición del gobierno argentino, presidido entonces por Miguel Ángel Juárez Celman, a la que se sumó Chile.

Propiciado como una Unión Aduanera continental surgió de la propuesta de un hombre de prensa, William Eleroy Curtis, designado en 1885 secretario de la Comisión Especial de Comercio con América Latina durante la presidencia de Chester Alan Arthur. Desde ese cargo se dedicó a acumular información y teorizar sobre las relaciones entre los EE UU y sus vecinos del sur. Eso dio lugar en 1887 a su libro Los capitales de América Latina. Sus ideas recibieron apoyo gubernamental y al año siguiente se comenzaron a impulsar sus propuestas para ser implementadas en la Conferencia Panamericana desarrollada en Washington entre el 2 de octubre de 1889 y el 19 de abril de 1890, a la que fue la delegación argentina liderada por los luego presidentes Manuel José Quintana y Roque Sáenz Peña.

Otro libro de Curtis, Transporte y Comercio entre Estados Unidos y América Hispana de 1889, fue básico. Para que no quedaran dudas el trabajo se editó en la imprenta de la Casa Blanca. Ahí se destacó el “enorme comercio exterior” argentino, país paradigma regional. La preocupación expuesta fue la presencia de Alemania en la Argentina vía la apertura de sucursales bancarias, servicios navieros y empresas. Eludió Curtis los frigoríficos y las lanas. Algo central porque entonces la Argentina protestaba contra el proteccionismo lanero estadounidense, como hiciera notar el cónsul general en Nueva York, Adolfo G. Calvo, quién manifestó al gobierno del presidente Grover Cleveland: “Queremos que los Estados Unidos rebajen sus elevados derechos arancelarios actuales sobre nuestra lana.”

En 1889, el panamericanismo recibió otro impulso. Fue en junio, cuando salió el quincenario Export and finance centrado en el comercio con América Latina. Impulsó el continentalismo que defendieron los delegados de los EE UU. Export and finance propuso un estudio más profundo de América Latina, un mayor esfuerzo vendedor, la instalación de una marina mercante subsidiada y la apertura de líneas de crédito para los adquirentes regionales de productos industriales estadounidenses. John A. King, director de la Oficina de Informaciones de la República Argentina en los EE UU escribió que los ciudadanos argentinos requerían un servicio naviero rápido y barato, y la reducción de los impuestos aduaneros.

La cuestión naviera resultaba central. Ejemplo de ello es que Quintana y Sáenz Peña, para viajar desde la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires a Washington, debieron ir primero a Burdeos (Francia) y desde allí a Nueva York. Export and finance salió al cruce de quienes decían que la conferencia marcaba los intereses estadounidenses de dominación sobre lo que se dio en llamar su “patio trasero”.

Aunque en Buenos Aires había síntomas importantes de la crisis que iba a estallar en 1890, pocos creían en ella. Circulaban informes optimistas y, a la par, preocupantes para los anfitriones. El primer semestre de 1889 había dado resultados alentadores en materia de comercio exterior para la Argentina, pero resultaba que un tercio del mismo era con el Reino Unido, un quinto con Francia, un décimo con Alemania y apenas un doceavo con los EE UU.

Juárez Celman dio instrucciones a los delegados argentinos: nada de preferencias comerciales a los EE UU respecto de Europa. De seis temas, en lo único que se debía apoyar era la instalación de líneas navieras, cosa que tampoco se concretó. Las líneas debían recorrer ambas costas oceánicas.

La Primera Conferencia Panamericana frustró las expectativas de los EE UU por la postura argentina, acompañada por los chilenos y, luego, por los bolivianos. La alineación con el anfitrión tuvo como actores al Brasil, Colombia, Nicaragua y Venezuela. Si bien lograron una mayoría en la votación sobre la Unión Aduanera proponiendo un sistema de integración progresiva para concluir en la continental, todo fue dejado de lado cuando la Argentina hizo notar que la cuestión no estuvo en la convocatoria de 1888.

Para Sáenz Peña “tratar de asegurar el comercio libre entre mercados carentes de intercambio sería un lujo utópico y un ejemplo de esterilidad”. Declaraciones reflejadas en el diario La Nación que, vía su corresponsal en Washington, el patriota cubano José Martí, advirtió “que tendría que declararse por segunda vez la independencia de la América Latina, esta vez para salvarla de los Estados Unidos”.

También el tema de la unificación de los aranceles aduaneros dio lugar a una confrontación en la que Quintana revirtió puntos de vista de Chile y Venezuela, mientras Sáenz Peña aclaró que durante el encuentro el anfitrión había elevado los aranceles de bienes producidos por sus huéspedes e incluso les aplicaba nuevos a los que no los poseían. Sáenz Peña fue drástico. Citó a un senador estadounidense que en un debate parlamentario dijera: “Los estados hispanoamericanos comenzarán entregándonos la llave de su comercio, para terminar olvidando la de su política.”

James Blaine, el secretario de Estado impulsor de la convocatoria, propuso unificar la moneda en todo el continente a través del dólar de plata, pero no tuvo apoyo. La delegación argentina llegó a instancias que no esperaban los anfitriones como que Sáenz Peña, rechazando la llamada “Doctrina Monroe”, elaborada por el ex presidente John Quincy Adams, “América para los americanos”, retrucó: “Sea América para la humanidad.”

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