Un espacio de juegos para soltar por un buen rato los celulares

Es la contracara de la Mardel de los megashows y la hiperconexión. La propuesta es que padres e hijos compartan las actividades recreativas, que son todas no competitivas. En los talleres apuntan a que el proceso sea colectivo.

Los chicos y las nenas corren por el parque. Corren y juegan sobre el césped parejo. Unos hacen malabares o prueban con un aro de hula hula, otros tocan instrumentos o pintan con témperas. También hay algunos pateando una pelota de fútbol o, simplemente, dando vueltas por ahí, viendo qué hacer, con una sonrisa sin apuros. Desde un costado, un grupo de niños aparece con una araña gigante: es un títere hecho con botellas y telas recicladas. ¿Y dónde están los adultos? ¿Dónde están los padres? Están, pero camuflados entre los chicos. Hay que mirar con cuidado para distinguirlos en el parque, mientras sus hijos, y ellos también, la pasan de diez.

La descripción puede sonar bucólica, pero es fiel a la imagen que invade al visitante que por primera vez ingresa el Espacio Unzué, ese oasis de recreación a escala humana en una Mar del Plata invadida por los mega shows y la hiperconectividad. "Si mirás, no vas a ver a ningún pibe con un celular. Es lo lindo de esto, no hay chicos manejando otra tecnología que no sea la más básica, la de usar el cuerpo", describió Rubén Peralta, funcionario del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, el organismo a cargo de esta iniciativa. "Los chicos vienen acá y están todo el tiempo haciendo cosas muy simples. Les dejamos un aro, malabares, pelotitas de tenis… Así se pasa la vida adentro del parque", resumió Peralta. Sin embargo, detrás de esa aparente sencillez de una propuesta que ya lleva tres años, surge una complejidad que llama a repensar al juego y a experimentarlo como una forma de transmitir valores entre los niños y de reconstituir los lazos familiares y sociales.

En 2014, unas 150 mil personas pasaron por el Unzué, con un promedio que en verano no bajó de los 3000 visitantes por día, según explicó su directora, Beatriz Echevarría. "Nos proponemos afianzar los vínculos de la familia, porque en el momento vacacional el padre tiene ese tiempo que no dispone en su casa, cuando está trabajando. Entonces, a través del hacer en conjunto, del hacer del padre y la madre con el hijo, se fortalecen esos vínculos, que para nosotros son la base de la sociedad", destacó Echevarría (ver aparte).

Emplazado en la calle Río Negro y la costa, este espacio cultural y comunitario funciona en la parte recuperada de lo que fue el Instituto Saturnino Unzué, un famoso asilo para huérfanos de principios de siglo pasado. Tras décadas de abandono, hace varios años la cartera que conduce Alicia Kirchner inició la ardua puesta en valor del majestuoso edificio. Pero el cambio no es sólo en los ladrillos: de aquella institución de encierro en la que se practicaba la caridad, se pasó a un lugar abierto a la comunidad, donde los talleres y las actividades recreativas conviven con espectáculos teatrales y musicales, y con una feria gastronómica de precios súper accesibles, cortesía de emprendedores de la economía social. Este año, además, el Unzué es una de las principales sedes de la IV edición de la Bienal Internacional del Fin del Mundo.

Con entrada libre y gratuita, hasta el 28 de febrero el parque estará abierto todos los días de 8 a 22 y, como aclaran los organizadores, "no se suspende por lluvia" porque también hay actividades para cuando La Feliz se pone nublada.

"Hace tres años que vengo. Me encanta, es muy tranquilo, tratan bien a los chicos y son muy cordiales", contó Marina, mientras Paz, su hija de siete años, asentía desde más abajo. "Además, los baños son muy limpios", se encargó de destacar la mamá.

"Los padres están tan chochos que a veces se pasan de chochera. Dejan a los chicos sueltos, y van, y cada tanto estamos 'a ver el padre de este nene'", relató, con una sonrisa, Nicolás Regalbuto, uno de los dos coordinadores generales del Unzué. "Lo que se busca –explicó– es que las políticas de derecho, identidad y diversidad que impulsa el Ministerio se puedan traducir a los espacios de taller." Uno de esos objetivos es romper la barrera del individualismo. "Podemos construir un artefacto: una araña que se mueve, un reloj gigante, pero el trabajo se hace colectivamente porque queremos que los chicos empiecen a reconocer al otro como una parte necesaria de un proceso. Los talleres apuntan a eso, más al proceso que al resultado", describió Regalbuto. Y para graficar la idea, puso el caso de los deportes, donde planteó que el fin "no es un resultado, no es una batalla, sino ese proceso que es el jugar y que muchas veces se pierde".

En concreto, la dinámica del parque es dejar la pelota en manos de los niños, que están en el centro de la escena y con mucha autonomía. Este año, se los invita a que experimenten en cuatro espacios vinculados a "valores elementales": "Aire", donde la libertad se expresa a través del cuerpo, con malabares, acrobacia y trapecio; "Tierra", con las danzas y la percusión como síntesis de la identidad; "Fuego", en el que trabajo cooperativo apunta al reciclado y la construcción; y "Agua", con la pintura como manifestación de diversidad.

Los niños –que tienen un promedio de dos a diez años– se adaptan sin dificultades. "El mayor desafío es que los adultos jueguen. En muchos casos, como papás, no sabemos jugar. Lo que proponemos es que todos estén integrados porque entendemos que este es un espacio familiar. Después, se terminan enganchando todos", contó Peralta.

"Los chicos, que no tienen ninguna traba. Ellos juegan, no les importa ganar. Nosotros, los adultos, les ponemos esa premisa porque les proponemos una competencia. Ahí es donde está la traba", agregó Regalbuto, que junto a su equipo apuntan exactamente en la dirección opuesta. "Se trata de repensarse y creer que pueden hacerse actividades no competitivas, no agresivas y que son divertidas, muy divertidas. Y funciona", aseguró el tallerista.

Como prueba, irrefutable y la vista de aquel que quiera darse una vuelta por el Unzué, alcanza con ver a los chicos que corren por el parque. 

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