"Ninguna época se representó tanto a sí misma como la actual", señala el crítico e investigador del Conicet y advierte que "los archivos son hoy nuestro medio ambiente". Lo falso, la copia y las fake news.
Por Lautaro Ortiz.
“¿Por qué amamos tanto a nuestros archivos?”, se preguntó alguna vez Claude Lévi-Strauss y el crítico e investigador Juan José Mendoza Mendoza anatomizó el interrogante, es decir, lo hizo un cuerpo de análisis para comprender los modos en que hoy, intervenidos por la tecnología y sus tentáculos, convivimos con la idea de proteger el pasado y al mismo tiempo con la amenaza de que ese pasado pueda ser eliminado.
Repensar la memoria colectiva en la era digital dio pie a su libro ensayístico Los Archivos. Papeles para la nación. Seis años después, Mendoza volvió a indagar en las maneras en que esos archivos son leídos en este siglo, pero ahora haciendo foco en la literatura y el resultado es el reciente Los Archivos II. Lo que la literatura ilumina (coedición entre los sellos universitarios Eduvim de Córdoba y Eduner de Entre Ríos), libro que el mismísimo Horacio González calificó de una “teoría de la cultura” porque va más allá de la simple noción de archivo hasta imponerse como un “modelo de rastreo” de nuestra historia cultural. Docente en la Universidad Nacional de las Artes y director de la Maestría en Humanidades Aumentadas en el Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Rosario, Juan José Mendoza extiende su análisis sobre la memoria para explorar en el laberinto de lo falso, la copia, y las fake news.
--En Los archivos II se afirma que “archivos de diferente orden nos acechan”. ¿Qué representan hoy en nuestra vida y qué peligros representan?
--Los archivos son hoy nuestro medio ambiente. La humanidad es un medio que los archivos tienen para producir más archivos. La nuestra es la época más autorrepresentada de la historia. Ninguna época se representó tanto a sí misma como la actual. El ADN mismo es un archivo: una estructura material que almacena información biológica. Las bases nitrogenadas A, T, C, G son como letras de un alfabeto mínimo. El peligro actual es que el lenguaje humano está dejando de ser la casa del ser. El lenguaje se está mudando a los dispositivos y a las máquinas. Las máquinas están pasando a ser ahora el nuevo medio que los archivos tienen para producir más archivos.
--¿Vivimos entonces en una etapa del olvido?
--Olvidar es una forma de habitar en el futuro. Una época como la nuestra, tan propensa a los archivos, es al mismo tiempo una época marcada por la amnesia y el olvido. Estamos “tirando” la historia a los dispositivos. O dicho al revés: los dispositivos son la papelera de reciclaje de la Historia. Las máquinas se alimentan de nuestros datos. La información está pasando a ser leída por máquinas. Cuando comprás una computadora o un celular una de las preguntas clave es cuánta memoria tiene.
--¿Qué revelan esos archivos al espejarlos con este escenario político?
--El Ministerio de la Verdad, una de las instituciones clave del estado totalitario que se describe en 1984 de Orwell, se ocupaba de administrar la mentira, manipular y destruir la verdad. Su función principal era el control de la información, la gestión de la historia y el lenguaje. El Ministerio de la Verdad reescribía el pasado, modificaba documentos y capítulos de libros para que estos pudieran coincidir con la versión oficial del partido gobernante. Si el partido cambia de postura, el registro histórico de un hecho se reescribe. Cualquier semejanza con el mundo actual es mera coincidencia. En la era de las fake news y de la posverdad, las inteligencias artificiales nos brindan todo el tiempo versiones tocadas de pasado. En las “fábricas de pasado” de hoy se tunean versiones de la historia para que calcen justas, como trajes a medida de políticas de turno. Allí donde hubo eventos trágicos, podemos leer ahora datos fríos. El asesinato de Patrice Lumumba --líder de la Independencia del Congo-- nunca existió. La masacre de Casas Viejas tampoco. Muchos hechos del pasado son volados, borrados. Otros sucesos, en cambio, son tergiversados o se nos presentan como nubosos. La estética del videoclip de los años 90 ya nos volvía testigos de una historia en pedazos. Pero todo lo que antes se hacía en el terreno del arte y de la música, ahora se hace con la historia. Se inventan hechos históricos que no ocurrieron. Por eso esta es también la era de los Djs de pasado: que samplean memoria. Todo el tiempo algún fragmento del pasado es recortado o alterado. Youtubers y streamers se transforman en Djs de la memoria actual. El jardín de los senderos que se bifurcan podría ser el título de un relato ambientado en la ESMA.
--Se alteran las percepciones...
--Sí. Y se estetiza el mal. Se producen burbujas de realidad. Las teorías de la conspiración y los terraplanistas de la vida son los agentes sueltos del nuevo ministerio de la verdad. Hay patovicas e insufladores de aire para las burbujas. Atacar a las universidades y al sistema científico tiene un sentido claro: minar el centro de discusión y de debate en torno a lo que es decible o no en las sociedades contemporáneas. La mentira es un virus que se propaga mucho más rápido que los enunciados “reales” o “verdaderos”. El miente-miente-que-algo-quedará se ha transformado en un mantra para viralizar videos. Un streamer puede citar a Joseph Goebbels sin recibir sanción. Y si la recibe, resulta que le están haciendo bullying. La banalidad del mal está en el centro de la escena. Una vez que nada es claro, las ficciones se viralizan solas. Llegan a ser mucho más grandes que la “realidad”.
--Y así es como se guardan...
--Es que al parecer alguien le ha dicho a nuestra época “Archívese”. Una pregunta podría ser: ¿quién ha dado esa orden? La bomba atómica dio esa orden. El artículo de Vannevar Bush, director del Proyecto Manhattan, encargado de las investigaciones para el desarrollo nuclear, “Cómo podríamos pensar”, aparece el mismo año de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. Aquel texto fue el primer ladrillo de ese nuevo mundo que es hoy Internet. En 1945 se destruyeron dos ciudades para crear un nuevo mundo. Es dramático pensar ese origen común --científico y militar-- que comparten Internet y la carrera nuclear. La imaginación del desastre creó redes de descentralización de archivos. Bush en ese artículo se interroga por los modos de preservar información en caso de que un nodo central de documentos sea víctima de ataques. La agenda internacional de aquellos años se reactiva.
--¿Qué designan “El Remodernismo” y “Las transiciones” conceptos usados en su libro?
--El Remodernismo nombra formas de reaparición de debates inconclusos de la modernidad. Es la instalación de un guion político-literario, de ficción-real, que perteneció a la modernidad y que ahora se reedita en el siglo XXI. El programa de restauración supremacista blanco neoconservador, por ejemplo, podría formar parte de ese proyecto remodernista. Pero las formas de leer en términos de derecha/izquierda --con categorías de la modernidad después del fin de la modernidad--, es también una forma del Remodernismo. La idea original de Remodernismo era pensar la historia de la literatura en el siglo XXI. Pero fue creciendo.
--Algunos críticos señalaron ese período como de una nueva vanguardia...
--Sí. Podemos miniaturizar este cuarto de siglo, poner la historia en un laboratorio y hacer zoom sobre pequeños momentos. Notamos que las vanguardias históricas de los años 20 del siglo pasado regresan en la primera década del siglo XXI. La fase de arte experimental va de 2001 a 2011. Hay textos literarios que experimentan con tecnologías, con el zapping, la contestadora automática o la bandeja de entrada del correo electrónico, etc. Hay intentos en el arte de “restauración” remodernista. Pero luego la experimentación pasa al terreno de la sociedad. El año 2020, por ejemplo, es de un gran experimento psicológico global. Internet 1.0 ya había sido un experimento. Ahora son las redes sociales. La pregunta más importante es cómo un proyecto como el de la modernidad, que con las vanguardias había comenzado teniendo una inmensa idea de futuro, hacia su propio fin termina teniendo una inmensa idea de pasado. Es como que la historia de sí, el recuento de su propia historia, termina siendo el último proyecto de la modernidad.
--¿Y en términos políticos?
--La restauración historicista anula la imaginación de futuro. El futuro es el gran ausente en los programas políticos actuales. Adelgaza la idea de futuro y entonces las políticas solo ofrecen identidad: archivo. Se nubla la imaginación del futuro.
--¿La teoría de “las transiciones” es hija entonces de esa inercia?
--Las transiciones nombran una sensación de época: a partir de la pregunta acerca de si la nuestra no es entonces una era del “cambio permanente”. Todo es transitorio y pendular, oscilante. Se va de un extremo a otro. Toda la historia del siglo XX acontece en dos décadas y media del XXI. Dejan de existir las políticas de estado. Si todo el tiempo asistimos a cambios, la nuestra es una época de transición permanente. Es nuestra propia subjetividad el blanco de los experimentos psicológicos. Las subjetividades son alteradas. ¿Qué hay si la idea de estabilidad que instauró la modernidad fue entonces también algo ilusorio? ¿La idea de una belle époque a la que se puede regresar es una fantasía de la imaginación archivística? Los personajes de Casablanca dirían que ya no tenemos París. O sí: y París entonces es un archivo, una postal de la belle époque. El arte es un reino de lo anacrónico. La biblioteca y los archivos son un antídoto para las fake news. Pero con eso solo no alcanza.
--¿Qué otros componentes deberían formar parte de ese antídoto para no terminar siendo únicamente olvido?
--En la UNR, junto a jóvenes investigadores de Conicet, creamos una maestría en Humanidades Aumentadas. Las humanidades son una respuesta. La historia puede iluminar el presente.
--“Desidia archivística” y falta de “conciencia documental” son conceptos fuertes en su libro. ¿De qué manera ambos resuenan en el terreno político?
--Hay bibliotecas populares, pero no hay archivos populares. Eso muestra la falta de conciencia documental. Es una falta de conciencia histórica. Otra forma de verlo es en las aulas. Antes, la educación primaria formaba empleados para las fábricas; los colegios secundarios formaban empleados administrativos; las universidades formaban cuadros para empresas o el estado. Hoy ya no hay fábricas --los obreros ya no son el sujeto de la historia--. Al parecer estamos dejando de tener estado. Y la antigua función de la escuela --en su versión decimonónica, sarmientina, de formar lectores de la ley para crear ciudadanos o de formar lectores de publicidad para crear mercado--, es reemplazada por las cámaras de vigilancia y por Instagram. Las tecnologías “alfabetizan” por default. Dependiendo del estrato social, muchos nativos digitales son nativos “(red)alfabetizados”. La educación es un gasto porque ya no se necesita de la escuela para hacer cumplir la ley o formar consumidores. Las cámaras de vigilancia criminalizan a los cuerpos. Y las fotos en red --seriadas, ripeadas, como recortes de un viejo cuaderno escolar-- enseñan a seleccionar productos en catálogos personalizados por algoritmos de tendencias. Las fotos virales de ahora participan de eso a lo que Pierre Bourdie llamaba “la formación del gusto”. Antes hacían falta varias generaciones para alcanzar la distinción. La “distinción” ya no es un valor. Si los archivos de vigilancia y las imágenes gourmet que se sirven en el fastfood de las redes sociales no son acaso una política de archivos: ¿qué son?
--¿Existe cierta inocencia general respecto a estas amenazas?
--La falta de “conciencia documental” nombra la “inocencia” con que la escuela convive con la misma cultura audiovisual que la destruye. La falta de “conciencia documental” funciona del mismo modo en que funcionaba la falta de una “conciencia de clase”. Las políticas ambientales --en sentido en que los archivos crean un medio ambiente--, las políticas académicas y culturales están quizá entre las políticas más importantes que debemos darnos. Por encima de las políticas sanitarias incluso. Sin un verdadero debate en torno a la cuestión ambiental, la industria farmacéutica o la industria alimenticia, hasta la defensa del Garrahan deja de tener sentido.
--¿En qué medida una nueva historia de lo falso no sería también una nueva historia de lo verdadero? ¿Qué hay de verdad en una sociedad que creó a un personaje como Milei?
--El proyecto es que arriba, en la superestructura, haya Silicon Valleys y Ciudades Shenzhen. Y que abajo estén los cuerpos, las subjetividades. Y que en el medio no haya nada: que dejen de existir las instituciones y los estados. El proyecto es que sean las redes sociales y los influencers los que hagan la interfaz, hagan de conectores entre las superestructuras y los cuerpos colonizados de las infraestructuras lisas: dóciles portadores de subjetividades sometidas. Detrás del achicamiento del estado, el proyecto es la balcanización de las naciones. El consumo es una forma de domesticación. De allí que el cuerpo sea un campo de batalla. Pero la batalla de fondo quizá no sea cuerpos binarios vs. no-binarios. Esa puede terminar siendo solo una grieta en la interna humanista. Los partidarios de los cuerpos binarios también son presa de la conquista técnica de la carne. Desde cierto punto de vista, estar en contra de la interrupción del embarazo, pero a favor de la donación de órganos disipa la tensión. Y revela que lo importante es que los cuerpos sean el yunque, que el intervencionismo triunfe. Los partidarios de los cuerpos binarios por algún lado caen. Con implantes, prótesis, cirugías, violencia obstétrica, bypass o alimentación sintética. Algunos son adictos a la botulina. Usar celulares con auriculares inalámbricos o mirar autos en revistas con diseños ergonómicos ya nos hace presa de la conquista técnica. Los cuerpos de los defensores del binarismo también son híbridos: desde los años 60 vienen siendo colonizados por la técnica. Para el proyecto de conquista de los cuerpos quizá no haya grieta de pañuelos verdes vs. celestes. Hay exjefes de estado verdes y celestes con tobilleras. Y jefes de estado celestes que posan con los mismos chalecos policiales que se usan en traslados de detenidos. La tinellización y la instagramnización de las sociedades reduce la democracia a mero entretenimiento: crea personajes farandulescos que publicitan espejismos; sujetos farsescos y vedettistas en el pan-y-circo romano de la era digital. La idea de “batalla cultural”, de hecho, se lleva bien con la idea de Coliseo. Que el panelismo haya pasado a ser una arena consagratoria de la política actual debería ser cuestionado. La democracia --y esto es algo que se tiende a menospreciar-- debe garantizar la buen acalidad institucional. La política debe oficiar de interfaz entre las instituciones y las nuevas subjetividades. Por eso las universidades, los museos, los archivos y las bibliotecas son claves para la continuidad de la democracia en el mundo. La universidad es una institución medieval, muy anterior al nacimiento del capitalismo y los estados modernos. Por eso es más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin de las universidades. Si todo acaba, puede que las universidades y las bibliotecas pasen a ser la línea de reserva, bolsones librescos en medio de la barbarie, lo poco de bueno de lo que quizá nuestra especie pueda jactarse.
--¿Somos, entonces, una sociedad de lo falso?
--Hay Cavernas de Platón con pantallas en las paredes. Y sujetos encadenados viendo sombras en movimiento. Y hay que comprender que, para una mayoría, lo falso es la idea de una democracia participativa. La democracia generó un sistema de partidos-cartel. La cartelización de la política creó organizaciones que pugnan por el acceso al erario público. Como dice Robert Mitchel: la tendencia a las oligarquías es la ley de hierro de las organizaciones. Eso desmoviliza a los ciudadanos; los vuelve cínicos. En el lado opuesto, se consolidan las plutocracias --el gobierno de los más ricos--. El resultado de estas dos tendencias extremas es la des-democratización de nuestras sociedades. La nuestra es hoy una sociedad fallida. Y eso es así por un error de demanda. Se le pide a la democracia que materialice ideales de realización de mercado. La democracia no puede ser reducida al cumplimiento de seriados sueños de consumo. El debate en torno a la calidad de nuestra democracia quizá sea más importante que el debate estado vs. mercado.
--¿Y hay salida?
--Sí. Quizás no sea por donde muchos están pensando.
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