Despedida de la mandataria suspendida. La presidenta suspendida dijo que el gobierno de Temer “nace de un juicio político fraudulento”.
Por Eleonora Gosman
“Dilma guerrera de la patria brasileña”. “No habrá golpe”. “Fascistas, golpistas, no pasarán”. Esas fueron las consignas de millares de militantes que, después de viajar días enteros, consiguieron finalmente acompañar en Brasilia a la presidenta Dilma Rousseff, en uno de los días si se quiere más amargos de su historia. Ayer, la jefa de Estado alejada temporariamente se presentó ante la prensa, con el rostro desencajado por las largas horas de vigilia a la espera de una resolución del Senado con resultados que ya se conocían.
Nada fue diferente de como habían calculado, oficialistas y oposición, en los días previos a la votación en la Cámara Alta: 55 parlamentarios dijeron sí al inicio del juicio político; otros 22 vocearon el no. Y apenas uno prefirió abstenerse. Faltaron a la cita apenas 3 legisladores. La “sanción” contra la presidenta, al considerarse que debe ser investigada por presuntos “delitos de responsabilidad” en el manejo de los recursos fiscales, quedó establecida a las 6.30 de la mañana, después de más de 20 horas de discursos de los senadores. A quienes ya habían anticipado que estaban a favor del impeachment, no hubo nada que pudiera convencerlos a modificar esa decisión. Ni siquiera produjo un chispazo la noticia de que el titular de ese cuerpo, Renan Calheiros, podrá ser declarado reo por la Corte Suprema si ésta decide investigar a fondo cuánto de comprometido está este senador en las coimas de Petrobras.
Tampoco tuvo influencia el hecho de que el diputado Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara de Diputados, haya sido apartado de sus funciones y le hayan suspendido el mandato, justo después de que comandara la gran corrida a favor del juicio político ocurrida el 17 de abril pasado.
Todo esto explica el agotamiento de la presidenta brasileña, quien ayer denunció en forma categórica, una vez más, ser víctima de una “conspiración golpista”. En su discurso ante la prensa, y luego ante los millares de manifestantes que la aguardaban afuera, Dilma recordó que ella fue la primera mujer brasileña electa presidenta. Y sin duda dolida, especialmente por lo que ella definió como falta de transparencia sobre las verdaderas intenciones de quienes votaron por su impeachment, sostuvo: “No existe una injusticia mayor que condenar a un inocente”. Agregó: “Ya sufrí la tortura y la enfermedad (fue operada de un cáncer). Y ahora sufro una vez más el dolor innominable de la injusticia. Soy víctima de una farsa jurídica y política. Pero no voy a ceder”.
Para ella, el riesgo mayor que ahora enfrenta su país “es el de ser dirigido por un gobierno de los sin voto”. Esos gobernantes, dijo, “no tendrán legitimidad para proponer e implementar soluciones para Brasil”. Concluyó, también, que el gobierno de Temer “nace de un juicio político fraudulento, que es una elección indirecta. Nunca imaginé luchar de nuevo contra un golpe en mi país”. Si algo quedó claro en la población brasileña es que ella no es corrupta ni jamás recibió coimas. Nadie de aquellos a quienes se consulta en las calles, sean de los más diversos colores políticos, afirma que ella no es honesta. Hay una convicción en ese sentido y es, precisamente, la de su honradez. El problema que mencionan, como la causa de su alejamiento, es su supuesta “incapacidad para continuar gobernando”. Peor aún, este argumento no es esgrimido solamente por los políticos que la desplazaron. Ya caló en la población.
Dilma dijo que ella continuará su lucha para “demostrar que no cometió ningún tipo de delito de responsabilidad”. E indicó: “Voy a usar todo los instrumentos legales que tenga a mano”.
Según algunos sectores del PT, no hay una decisión del partido de ir a la confrontación abierta con Temer. No obstante ayer, la organización pidió a sus afiliados que dejen el gobierno federal.
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