El cuarto supuestamente oscuro

Por Enrique Pinti

Las cifras oficiales u opositoras en épocas preelectorales llueven cual tormentas de información llenas de operaciones, mezcladas con verdades mentirosas y mentiras verdaderas.

Índices de inflación, cantidad de indigentes, crisis habitacionales, niveles de pobreza, obras públicas, presupuestos e inversiones en salud, educación y seguridad son los ítems más mencionados, discutidos y documentados. Las discusiones elevan su tono hasta convertirse en confusos griteríos plagados de insultos, agravios, ventilación de vidas privadas y batallas de archivos visuales y auditivos que muestran las contradicciones, estrategias y maquiavelismos del subdesarrollo. En ese laberinto de pasiones, de recriminaciones y de remisiones al pasado donde tal o cual candidato dice todo lo contrario de lo que está sosteniendo en su lucha para llegar al poder. Todo esto viene con la actividad proselitista como un ¿valor? agregado, a la política ¿democrática? Vaya uno a saber.

Mientras tanto el votante no tiene otra más que ver su realidad, esa realidad que le tira en la cara cuanto le cuesta vivir, educar a sus hijos si los tiene, caminar por sus ciudad con tranquilidad o con miedo, curar sus enfermedades, conseguir medicinas y tratamientos adecuados para su calidad de vida, transitar por su barrio más o menos seguro y sentirse comprendido e incluido socialmente por las leyes vigentes y su aplicación correcta o equivocada. O sea el votante oye, piensa y decide pero nadie niega la importancia que las estadísticas, encuestas y debates televisivos tiene para la opción final en la poca claridad del cuarto supuestamente oscuro.

 

Algunos aristocratizantes reclaman el voto calificado y no obligatorio para que solo sufraguen los que tienen "criterio" pero ¿cuál sería el tal criterio?

 

Pero además de las encuestas y spots publicitarios están las convicciones de cada uno y aunque cada vez hay menos fanáticos puros y la falta de seriedad y coherencia ideológica de muchos tránsfugas que van de un partido a otro a veces diametralmente opuesto han destruido la mística peronista, radical, socialista o conservadora, todavía quedan fidelidades partidarias que fogonean más allá de los datos supuestamente reales el apoyo a determinados líderes y a ciertos principios programáticos de plataformas del pasado que en el votante más veterano, por no decir viejo que queda feo, han echado raíces profundas.

En el momento de la decisión los jóvenes tienen menos prejuicios, no se sienten demasiado atados a historias remotas y a veces en forma superficial y coqueta se quedan con lo exterior, lo próximo y las simpatías o antipatías llamadas generalmente "cuestiones de piel", sostenidas por conceptos algo frívolos y banales de carisma, comunicación, tonos de voz o aspectos físicos. Los obsecados por un lado, los superficiales por otro y en medio de esos extremos una gran cantidad de matices que van desde la conveniencia absolutamente individualista, a la bobería snob de juzgar al candidato por su condición social y su aspecto físico, forman las turbulentas aguas de lo que llamamos genéricamente "pueblo".

Algunos aristocratizantes reclaman el voto calificado y no obligatorio para que solo sufraguen los que tienen "criterio" pero ¿cuál sería el tal criterio? Es tan difícil determinarlo sin caer en un clasismo marginador que puede a la larga o a la corta fomentar resentimientos sociales que pueden estallar en puebladas y rebeliones en busca de la imprescindible igualdad democrática.

El problema no es menor pero la solución no se vislumbra fácilmente y no queda otra más que escuchar las cifras de los gobiernos, las de las oposiciones y compararlas lo más objetivamente que cada uno pueda con los datos de la realidad de nuestro entorno, optar por lo menos malo según nuestro saber y entender y elevando los ojos al techo del cuarto supuestamente oscuro pedir al señor que nos coja confesados..

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