Costos que comen ganancias: cómo la economía asfixia a la fruticultura

Costos que comen ganancias: cómo la economía asfixia a la fruticultura

Con los aumentos de costos que presenta, la fruticultura enfrenta una realidad alarmante: vender ya no garantiza rentabilidad.

La fruticultura argentina atraviesa un momento complejo, marcado por luces comerciales en el frente externo pero oscurecido por una creciente sombra de problemas estructurales internos. En una extensa entrevista con Nicolás Sánchez, presidente de la Cámara Argentina de Fruticultores Integrados (CAFI) y titular del Grupo Prima, emergen claves para entender no solo el presente de una de las economías regionales más relevantes del país, sino también las tensiones entre el campo, la macroeconomía y la posibilidad —o imposibilidad— de una recuperación sustentable.

Sánchez abre el diálogo con un diagnóstico templado: “La cosecha se manejó sobre parámetros normales; volúmenes normales”. Sin embargo, esa aparente estabilidad encierra desafíos. La madurez anticipada de la manzana Red Delicious, por ejemplo, obligó a forzar la cosecha para alcanzar el color deseado, afectando en algunos casos la calidad. “Hay que ver cómo evoluciona eso en el segundo semestre”, advierte, marcando una preocupación que excede lo técnico y se proyecta directamente sobre la rentabilidad.

Un punto que complica aún más la lectura del mercado actual es la fruta de la campaña pasada, que recién fue comercializada en los primeros meses del 2025. “Se terminó exportando más, pero también hubo pera del año pasado que salió en el primer trimestre de este año. Y eso no corresponde a la presente cosecha”, puntualiza Sánchez. El entrelazamiento de campañas, con fruta vieja empujando los precios a la baja, pone al productor en una carrera constante por sostener márgenes.

A pesar de los problemas internos, la temporada se benefició de una demanda internacional más activa. “Los mercados han estado demandantes, y eso ayudó a mover la fruta”, cuenta Sánchez. ¿El motivo? La caída de cosechas en el hemisferio norte. Estados Unidos, con menos pera de lo habitual, y Europa con volúmenes normales, vieron en la fruta argentina una alternativa confiable. Rusia, por su parte, con las fuertes heladas que sufrió Azerbaiyán, demandó un mayor volumen de manzana argentina.

Pero la euforia es matizada por la lógica de costos: “A diferencia del año pasado, en esta temporada el problema no es el mercado, sino los costos internos. Ese es hoy el desafío: que todo lo que vendas alcance para cubrir los costos”. En palabras del empresario, si esta misma temporada se hubiera vivido en un contexto de tipo de cambio real competitivo, “hubiese sido un muy buen año”. Sin embargo, la pérdida de competitividad cambiaria, con un dólar retrasado frente a una inflación en ascenso, hizo que los márgenes se evaporaran. “Vamos a empatar con los costos. Los costos se llevan todo”, sintetiza. Esto no solo afecta a la fruticultura, sino que —como enfatiza— es un patrón que atraviesa a toda la industria nacional. “Ves todos los días cómo caen empresas que parecían firmes. Y el problema es similar en todas ellas: la pérdida de competitividad”, señala.

Al analizar mercados puntuales, Sánchez detalla la situación de Brasil, que estuvo particularmente presionado por la pera Packham’s de la temporada pasada. “Tuvimos tres o cuatro jugadores que cargaron Packham’s del año pasado hasta la semana 10. Incluso los dos primeros barcos a Rusia también llevaron esa fruta vieja”. Eso generó un techo en losprecios que marcó el inicio de la campaña 2025. “El mercado daba para más, pero estaba muy sucio con esa oferta”. El resultado fue que incluso la pera William’s de buena calidad estuvo “muy presionada” en el primer semestre, con precios contenidos por un mercado algo saturado.

En cuanto al futuro inmediato, Sánchez plantea un panorama incierto. Rusia podría seguir demandando algo de pera, pero “no hay el nivel de pera que teníamos para esta fecha del año pasado”. Incluso, afirma que muchos exportadores debieron salir a comprar Packham’s para completar cargas. “No me dan los números de que haya más pera que el año pasado en las cámaras de frío. Al contrario”, dice con énfasis. Otro problema: el mercado interno, que “viene con poca reacción” y continúa retraído.

“Hay manzana, pero hay que ver cómo juega la calidad, y también cómo juegan los competidores, con fruta entrando de otros países”, advierte. La situación se agrava por la persistente recesión, el aumento del desempleo y el estancamiento del consumo interno.

Devaluaciones, costos y espejismos

La reciente mini devaluación del 10%, desencadenada tras un duro informe de JP Morgan, no mejora significativamente el escenario actual. “No nos favorece del todo”, afirma Sánchez. Si bien podría tener un impacto positivo para la próxima campaña, en el corto plazo significa que “vamos a percibir menos dólares por los mismos pesos de venta de fruta” en el mercado interno, clave como destino en este segundo semestre del año.

Para el empresario, el verdadero cambio necesario es estructural. “La Argentina necesita recomponer competitividad. No solo cambiaria, sino sistémica: costos laborales, tributarios, financieros. Necesitamos un país con una competitividad sistémica que va mucho más allá del tipo de cambio del día a día”.

Ante la pregunta sobre una posible nueva ola de inversiones extranjeras, como ocurrió en los años ‘90, Sánchez es tajante: “No lo veo. Los únicos que pueden llegar a comprar empresas son los argentinos”. La falta de seguridad jurídica y la inestabilidad macroeconómica siguen siendo barreras insalvables. “Lo vemos en Vaca Muerta, que es la estrella de la Argentina, y aún así las grandes inversiones externas tardan en aparecer”.

Sánchez asegura que la actividad necesita ganar competitividad mucho más allá de una mejora cambiaria.

Una de las reflexiones más profundas de la entrevista aparece hacia el final. Lejos de un enfoque personalista, Sánchez pone el foco en el sistema: “No diría que el ajuste lo hace el productor. El ajuste lo está haciendo la producción”. La manzana y la pera son las que están absorbiendo el costo del desajuste macroeconómico. “Todos los servicios que rodean a la producción siguen funcionando, pero el ajuste recae sobre la fruta”. La situación se agrava por las diferencias en capacidad de financiamiento: “Una empresa puede endeudarse por un tiempo, pero el productor, por ahí en el primer año, ya no tiene capacidad financiera para soportar la pérdida”.

En este contexto, el círculo vicioso es evidente. Fruta de calidad que se guarda, mercados externos demandantes pero limitados por los costos, un mercado interno deprimido, y un Estado que no termina de resolver las condiciones básicas para la inversión y la planificación a largo plazo.

El testimonio de Nicolás Sánchez deja al descubierto una realidad incómoda: incluso en un año donde los mercados acompañaron, los números no cierran. La fruticultura, como muchas otras economías regionales, está atrapada en un sistema que castiga la producción eficiente por falta de políticas integrales. En definitiva, la fruta argentina sigue siendo deseada en el mundo. Pero puertas adentro, los problemas estructurales no permiten que ese deseo se traduzca en desarrollo. Mientras tanto, la pera y la manzana siguen ajustando solas. Y la esperanza, como cada año, se posterga para la próxima campaña.

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