Convocatoria abierta. Los aparecidos de Guernica

Convocatoria abierta. Los aparecidos de Guernica

Publicamos este cuento como parte de la convocatoria artística en apoyo a las familias que siguen luchando por tierra para vivir, "A dos años del desalojo de Guernica".

Ilustración: Mata Ciccolella

 

A medida que circula de boca en boca por las barriadas de Guernica, se agiganta un comentario que ya se ha transformado en mucho más que un rumor. Son cada vez más quienes aseguran tener pruebas fehacientes de la veracidad de los hechos.

Cuentan que en el nuevo Barrio Privado recientemente construído en la ciudad de Guernica, cabecera del partido de Presidente Perón, a unos 37 km al sur de la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo de la República Argentina, están ocurriendo cosas que por inexplicables y misteriosas ya no se pueden ocultar más.

Unos días atrás en la cola de la verdulería, entre quejas por el precio al que habían trepado los tomates, una señora de batón raído le decía casi en un susurro a otra, mientras se limpiaba contra unos yuyos el barro seco del taco de los zapatos, que le contó la vecina que trabaja por hora en una casa del Barrio Privado que cuando están por dar las cinco de la mañana y antes de que empiece a clarear, en vez de llegar del lado de las barriadas el canto lejano de algún gallo, la brisa del filo de la madrugada trae ensordecedores pisadas de botas, rugido de motores de cuatriciclos y el sonido de hélices de helicópteros como si sobrevolaran los techos.

Anteayer mientras contaba y separaba sobre el mostrador tornillos, arandelas y tarugos, en montoncitos de a diez, sin levantar la vista de la meticulosa tarea, el ferretero comentaba en voz baja a los tres vecinos que esperaban ser atendidos, como invitando a hacer el esfuerzo y prestar atención para ser escuchado, que un muchacho que trabaja haciendo vigilancia en el Barrio Privado le confesó entre una mezcla de temor y desasosiego, que en los charcos que se forman a los costados de las callecitas internas después de las lluvias, cuando uno se asoma no ve el reflejo de su rostro sino los rostros demacrados de niños, mujeres y hombres, enmarcados por los destellos del fuego de casillas ardiendo.

Una mañana en una esquina, quienes aguardaban en la parada la llegada del colectivo local, casi sin darse cuenta, como atraídos por una fuerza invisible comenzaron a cerrarse en círculo: un hombre con ropa de trabajo arrugada, gorra de tela y bolso de cuero marrón ajado, una joven con una camisa a cuadros sin mangas que dejaba ver un tatuaje del pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo y llevaba anudado en su muñeca ese otro pañuelo, el verde; un adolescente con la nuca rapada y un flequillo que le caía sobre los piercings de las cejas y llevaba colgada de un hombro una mochila negra con el logo de los Redonditos de Ricota, y una mujer muy joven sosteniendo de la mano a dos chiquitos con grandes mochilas escolares. En medio de ellos que escuchaban atónitos, como un dulce rodeado por hormigas, una pareja hablaba en voz alta. El hermano de uno de ellos que trabaja de peón de albañil en el Barrio Privado, les había contado que todas las tardes al caer el sol detrás de la arboleda que bordea una gran extensión de parque adornado con flores de colores, se podía ver pasar en las sombras que comenzaban a dibujarse, las imágenes fantasmagóricas de una caravana de familias cargando colchones, chapas, tirantes, llevando en bolsas o carretillas sus pocas pertenencias, hasta desaparecer en el ligustro que envuelve el cerco electrificado en los límites del Barrio Privado.

Las majestuosas residencias que conforman el Barrio Privado, fueron erigidas sobre las tierras que un tiempo antes, tras 60 años de abandono oficial, habían abierto fecundo su corazón a 1400 semillas con forma de sueños, 1400 ilusiones de familias que como otras cientos de miles, día tras día le ponen el cuerpo a la adversidad, cargan en sus espaldas promesa sobre promesa y se sobreponen al infortunio y al olvido, extendiendo sus manos firmes al trabajo y cerrándolas vacías a la hora del pan; 1400 esperanzas de los privados de toda propiedad arrebatadas por la desidia del estado, arrasadas por la crueldad inhumana de sus fuerzas represivas, hechas cenizas en nombre de la defensa de la propiedad privada de los privilegiados de siempre.

Son muchas las apariciones que manifiestan haber observado y vivenciado las trabajadoras y trabajadores que prestan sus servicios cotidianamente dentro del Barrio Privado. Sostienen que a cualquier hora del día pueden cruzarse con imágenes de niños que corren abrazados a sus peluches a esconderse detrás de los árboles, ser sorprendidos por siluetas de mujeres que acurrucando a sus hijos en brazos se pierden entre el humo blanco de gases lacrimógenos, vislumbran sombras de familias enteras que no alcanzan a sofocar con sus lágrimas las llamas que devoran las precarias casitas que habían conseguido levantar, y sin duda se debe a su humanidad, su sensibilidad, su capacidad de empatía, porque de lo que todavía no se tiene evidencia alguna es de que ni uno solo de los habitantes del Barrio Privado hayan percibido algo.

Comentá la nota