Fin de ciclo K

Fin de ciclo K

Por: Jorge Fontevecchia. La construcción de una Cristina Kirchner omnisciente es útil para asustar a opositores. Los cohesiona y presenta un relato atractivo para el entretenimiento del público masivo. En otras subjetividades puede cumplir el papel del goce masoquista frente a una dominadora sádica.

 

Pero nunca tuvo el poder que se le asigna y por eso precisó disculpar a Sergio Massa, cuyos agravios no fueron menores que los de Macri, y entronizar a Alberto Fernández, también crítico punzante de su presidencia. Y peor aún, de aquel “con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede” de 2019, cuando se le asignaba tener el 30% del total de los votos nacionales, se pasó en 2021 a “ella suma y resta” con posibilidad de llegar a un 2023 en que la frase a aplicar sea “con ella no se puede” y el kirchnerismo deba ir escondido y diluido detrás de intendentes en la provincia de Buenos Aires y de gobernadores más poderes fácticos pejotistas a nivel nacional.

Sus cartas, que son siempre leídas como clave de fortaleza de una diosa que envía a su representante tablas con mandamientos a seguirse esculpidos en piedra, no pocas veces son una demostración de debilidad. La última, una forma de armisticio con potencialidad de rendición, no puede no ser relacionada con la de septiembre, tras la mayor derrota en las PASO. En aquella oportunidad demostró debilidad haciendo público que tuvo que insistir para reunirse con el Presidente, que al no ser escuchada tuvo que hacer renunciar a los ministros más cercanos y, cuando temió que aceptaran sus renuncias, tuvo que escribir esa carta echando el resto para, como Pirro de Epiro, vencer en una contienda al costo de mandar a la muerte a todos sus soldados.

Al revés del cuento que mereció ensayos de Lacan y Derrida: La carta robada, de Poe, donde un ministro roba a la reina una carta comprometedora para manipularla, en el caso de Cristina es la propia reina quien asume los costos reputacionales haciendo públicas sus cartas.

La metamorfosis de Cristina se podría resumir en el tránsito de disciplinadora a disciplinada. Cada año pierde una parte de su fuerza sin poder traspasarla a sus discípulos. Probablemente, su prospectiva más imaginable sea hacer su último servicio electoral acompañando como senadora de la provincia de Buenos Aires la boleta de su hijo Máximo como candidato a gobernador, quien hoy tiene dificultades hasta para asumir en el Partido Justicialista bonaerense.

Los intendentes del Conurbano se arrogan la remontada de votos entre las PASO y las elecciones de noviembre y, lejos de interpretar que el mejor caudal electoral obedeció a que se les hizo caso a los cambios que demandó Cristina, en el oficialismo se cree que hubieran remontado más y hasta ganado en la provincia de Buenos Aires si ella no hubiera creado la crisis de la semana posterior a las PASO.

Hoy todo el Frente de Todos y el propio kirchnerismo tienen solo un plan: encolumnarse detrás de Alberto Fernández y Martín Guzmán rezando para que el Gobierno pueda generar mejoras económicas en estos dos años que restan de mandato y el candidato que los represente sea el Presidente en su intento de reelección. Quedó en el olvido la posibilidad de que un candidato de La Cámpora pueda encabezar la fórmula en 2023, y no sería extraño que tampoco pudiera encabezarla para gobernador bonaerense.

Como en todo juego de suma cero, una reducción del peso específico de Cristina Kirchner y La Cámpora implica un crecimiento de los otros componentes del Frente de Todos. Se puede imagnar un peronismo que gobierna dos terceras partes de las provincias aspirarando a convertirse definitivamente en un partido institucionalizado. El otoño de Cristina Kirchner abre la posibilidad de una primavera para el desvalorizado Alberto Fernández, esta vez con la lapicera en sus exclusivas manos.

Durante estos dos años la imagen más repetida del Presidente ante la opinión pública fue la de ser esclavo de la vicepresidenta. Y más allá de lo desproporcionado de la representación, tomarla literalmente sirve para apelar a la Dialéctica del amo y el esclavo, de Hegel, donde solo el amo podía desear y el esclavo estaba al servicio del deseo del primero. El deseo de Cristina Kirchner era que Alberto Fernández fuera el puente hacia la presidencia de Máximo Kirchner, que sería como serlo ella misma y su propia reivindicación. “El deseo es presencia de una ausencia”, decía Hegel. Es lo que falta;  falta que la vicepresidenta ya deberá percibir o no será subsanada. Al revés, el deseo del esclavo Alberto, si bien difícil, tiene más posibilidades de concretarse y en ese punto se produce la inversión de roles. El sujeto (amo) pasa él mismo a ser objeto (esclavo) y viceversa, haciendo que uno sea medio para el fin del otro.

Alberto Fernández no aceptó la renuncia de esos ministros pero se fueron desdibujando al punto de parecer no integrar el Gobierno.

El centro es el espacio donde el Frente de Todos tendría votos de 2019 para recuperar

Hegel lo explicaba en su dialéctica como el encuentro de dos mentes autoconscientes con sus perspectivas diferentes del mundo en un contexto de poder asimétrico. Cambia el contexto y cambian los roles.

Trascendiendo a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández, el verdadero conflicto reside en la visión del mundo del kirchnerismo en tensión con la visión del mundo del peronismo. A un fin de ciclo K, asumiéndolo como ala izquierda, tendría que operarle la emergencia de un ciclo PJ, el ala de centro. Es el centro el único espacio donde el Frente de Todos podría aspirar a recuperar en 2023 los votos perdidos entre 2019 y 2021.

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