Dos voluntarias que solo comían alimentos de la canasta básica debieron abandonar el experimento

Dos voluntarias que solo comían alimentos de la canasta básica debieron abandonar el experimento

Una investigación busca conocer qué produce en el organismo ingerir únicamente alimentos de la canasta que usa el Indec para medir pobreza. A tres meses, dos mujeres sufrieron varios trastornos.

 

Dos voluntarias que comieron durante tres meses alimentos de la canasta básica alimentaria que utiliza el Indec para medir pobreza dejaron de hacerlo para evitar problemas de salud. A 90 días de iniciado el proyecto en el que investigadores cordobeses y un grupo de voluntarios buscan saber qué efectos tiene alimentarse con la canasta que consumen millones de pobres en el país, dos de los participantes abandonaron el experimento. Aumento del colesterol y de los triglicéridos, baja de las vitaminas y de peso, alteración del ciclo menstrual, trastorno del sueño, cambio en la sudoración, sensación de deshidratación constante y mal humor son algunos de los síntomas que presentan los participantes. “Bajaron de peso, una de ellas dejó de menstruar, y le dieron mal los estudios de laboratorio comprometiendo la salud”, dijo el investigador de Conicet Martín Maldonado, responsable del proyecto Czekalinski y uno de los que ponen el cuerpo en la investigación.

El proyecto que busca poner en agenda pública cómo se mide la pobreza en la Argentina y abolir la canasta básica para reemplazarla por las GAPA, (Guías Alimentarias de la Población Argentina, recomendada por el Ministerio de Salud de la Nación) sufrió la baja de dos de sus voluntarias: Florencia Demarchi y Claudia Albrecht.

Ambas integraban el grupo de nueve voluntarios que deben arreglárselas para alimentarse durante seis meses --con 3000 pesos por mes las mujeres y 4000 los hombres-- con los 58 alimentos que integran la canasta básica, conformada por muchos hidratos de carbono, pocas proteínas y poca fibra. Es decir, mucha papa, fideos, arroz, pan, y poca verdura y frutas.

El estudio cuenta además con otros dos grupos de voluntarios: uno que se alimenta con la GAPA, y otro, el denominado grupo control, que no varió su alimentación habitual.

Maldonado, politólogo especializado en pobreza y políticas sociales, explicó a Página/12 que “una de ellas bajó 5 kilos y la otra 3. Una dejó de menstruar. Y los estudios de sangre dieron mal. Se registraron aumentos de colesterol, triglicéridos, insulina y la baja de magnesio y la vitamina B12. A mí me subieron los triglicéridos por encima del límite máximo, algo que nunca me había pasado. Me cambio la sudoración, estoy constipado de tanto comer arroz y fideos, y estoy de mal humor y con sensación de deshidratación constante. Hay que tener en cuenta que comemos cantidades mínimas y de los alimentos más baratos disponibles en góndola". En cambio, señaló que “los que se alimentan con la GAPA bajaron de peso también pero están superbien. Comen bien, duermen bien y mejoraron los resultados de laboratorio: les bajó el colesterol y los triglicéridos y les aumentó la vitamina B12”.

En tanto Albrecht, que es nutricionista, contó a este diario que “inicié la investigación en septiembre con un peso saludable, que fue disminuyendo en mayor medida en el primer y segundo mes. A pesar de que en las últimas semanas este peso se estabilizó, el descenso de peso total me ponía en un límite más cercano al bajo peso. Si bien esto era un criterio de exclusión del estudio, no fue el único determinante para bajarme del proyecto. En mi caso, la decisión estuvo particularmente determinada porque me resultaba inviable, por tiempos, y por aspectos más vinculados a lo emocional que a lo físico darle continuidad a la investigación”.

“Remarco esto porque si bien son muchos los indicadores bioquímicos y antropométricos que se modificaron en estos tres meses, aún resta el procesamiento, análisis e interpretación exhaustiva de los mismos, con lo cual arriesgar conclusiones que no son concluyentes sería imprudente y apresurado”. “Sin embargo, lo que sí está claro y no requiere de mayor profundización es el hecho de que limitarte a un listado de alimentos, no poder decidir qué, cuánto y cuándo comer vulnera el derecho a la alimentación y te afecta emocionalmente, independientemente de que no pases hambre o que puedas, valiéndote de otros recursos, combinar esos alimentos de forma tal que rindan hasta fin de mes”.

Con relación a la baja de peso explicó que “el descenso inicial se debe particularmente a los cambios de hábitos abruptos que implican pasar de una alimentación libre a una restringida tanto en cantidades como en tipo de alimentos. En los últimos meses considero que se suma un factor emocional, en el cual uno prefiere pasar horas sin comer antes que comer esos alimentos que tiene disponibles y que no resultan atractivos (como por ejemplo pan solo). Obviamente esto en una situación de hambre real, fisiológico, obligaría a consumirlos igual e incluso reemplazar los pocos alimentos de mejor calidad nutricional, por otros más 'llenadores'”.

 

En cuanto a cómo se sintió durante investigación con las restricciones alimentarias sostuvo que “las sensaciones fueron mutando, quizás el primer mes fue de una sensibilidad mayor porque te hace presente todo el tiempo a ese otro que no tiene opción y que vive en situación de pobreza real, y que si bien uno no es ajeno a eso, este proyecto te hace cuestionar todo el tiempo y pensar la problemática todo el día”. “Después del primer mes, también pasás por los enojos, las frustraciones, las broncas que te genera no poder elegir qué comer. Además, estuve muy cansada, porque pensar todo el tiempo en comida y pensar qué estrategias implementar para llegar a fin de mes, supone una carga mental extra que se suma a los problemas personales o laborales que cada uno trae”.

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