Los tristemente célebres Mansero y Soy Cuyano, hace 20 años, mataron a 29 personas. Muchos de los que se salvaron quedaron ciegos. Comercialmente, el caso marcó el fin de la damajuana.
Por más de dos meses, a medida que se iban sumando nuevas víctimas, la noticia desbordó los medios de comunicación de todo el país. Así, las breves se transformaron en cientos de titulares: “Siete intoxicados en Huinca Renancó están en el Hospital de Urgencias”, “Nueve muertos en el Gran Buenos Aires y Entre Ríos”, “Intentan encontrar los 25 mil litros de vino adulterado que siguen en circulación”, “Menem clausuró la bodega sanjuanina”, “Suben a 19 los muertos”, “Mansero y Soy Cuyano ya mataron más que el propóleo”, “Son 27 los muertos”.
El llamado “caso Torraga”, por el apellido del dueño de la bodega sanjuanina donde se adulteraron los vinos, trascendió las fronteras del país: hubo intoxicados en Montevideo y hasta en Polonia se investigó la supuesta distribución de una partida.
En Córdoba, la intoxicación con las dos marcas de vino blanco en damajuana alcanzó fundamentalmente a las ciudades ubicadas a la vera de las rutas 35 y 7, bien al sur. En Huinca Renancó, por ejemplo, se decomisaron 600 envases y hubo una veintena de afectados. Los casos más graves, siete, fueron trasladados a Córdoba e internados en el Hospital de Urgencias. Ninguno murió.
Sin escrúpulos. Si bien los casos se registraron en Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones entre febrero y marzo de 1993 –con un saldo de 29 muertos (27 en esos días y dos más en meses posteriores) y un centenar de damnificados (ceguera y daños neurológicos severos)–, la “bomba” había sido puesta mucho antes, en la ciudad de Caucete, San Juan.
Fue cuando a fines de 1992 Arnaldo Mario Torraga, el dueño de la bodega Nietos de Gonzalo Torraga, agregó alcohol metílico en los vinos que comercializaba en damajuanas bajo las marcas Mansero y Soy Cuyano. La intención era que al “estirar” el producto con agua, mantuviera la graduación alcohólica mínima autorizada por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV). Esto se comprobó tres años después, en marzo de 1996, durante el juicio oral en la ciudad de San Juan.
Cuando se comenzó a advertir la magnitud del problema, la bodega fue clausurada por medio de un decreto del entonces presidente Carlos Menem y fue intervenido el INV, que era el organismo responsable de controlar la producción y distribución de vino en todo el país.
Víctimas. Los intoxicados que se salvaron contaron que le sintieron “un olor demasiado fuerte” y un color “más oscuro que el habitual” para los vinos blanco. Algunos los devolvieron a las despensas y, otros, los tomaron. Cada damajuana costaba 3,50 pesos, por lo que se ubicaban entre los más baratos del mercado. No extrañó entonces que la mayoría de las víctimas fueran personas de muy bajos recursos. “Estábamos tomando unos tragos con unos amigos. Bah, un litro y medio me tomé, y me agarró un dolor muy fuerte en el hígado. Mis amigos ya murieron”, le contó a Página 12 un hombre de 50 años que estaba internado en el hospital porteño de Vicente López, el martes 23 de febrero del 93.
Petrona Fontana, una mujer de Lanús que tenía 52, le contó a Clarín que el negocio donde iba a comprar estaba cerrado el domingo, por lo que fue a otro en el que le vendieron vino suelto. “Delante mío abrieron la damajuana y me llevé un litro para tomar con mi marido”, publicó el diario el 26 de febrero. A las horas, si la hija no los llevaba al hospital, se morían.
Ningún complot. El caso puso en jaque a la industria vitivinícola de las provincias cuyanas. Los gobernadores de San Juan, La Rioja y Mendoza se reunieron varias veces para analizar las posibles consecuencias y los bodegueros denunciaron sustanciales bajas en la venta de vino, especialmente de los vendidos en damajuanas.
Un dato interesante es que como Torraga, luego de estar prófugo de la Justicia un par de semanas, apareció y denunció que todo era un complot del INV para perjudicar a San Juan en beneficio de las bodegas mendocinas, gran parte de la opinión pública sanjuanina lo apoyó. La estrategia desbarrancó cuando antes del juicio se conoció que el propio Torraga tenía una condena previa de cuatro años de prisión por falsificar cupos de vinificación dictada en 1990.
Durante el juicio se conocieron detalles impactantes: que tanto el dueño de la bodega, como su hijo, el gerente, el enólogo y el capataz conocían de la adulteración; que Torraga compraba el metanol en Buenos Aires, a un amigo suyo que tenía una droguería; y, lo más grave, que con el alcohol metílico encontrado en los envases se podría haber matado a 10 mil personas.
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Litro a litro
»Dónde. Las intoxicaciones se produjeron en febrero de 1993 en Buenos Aires, Córdoba (ciudades del sur), Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones. En Córdoba, no hubo víctimas fatales.
»Marcas. Los nombres de los vinos adulterados eran Soy Cuyano y Mansero. Desde ese momento, sinónimos de bebidas de mala calidad. Los producía la bodega Nietos de Gonzalo Torraga, en Caucete (San Juan).
»Vino blanco. El vino adulterado era “blanco de mesa”, la variedad más consumida entonces en el país. Ahora, gana el tinto.
»Precio. Las damajuanas se vendían a $ 3,50, cuando el promedio era de $ 5. Por esto, afectó principalmente a gente de bajos recursos.
»Producto. Los adulteraron con alcohol metílico (también llamado metanol o “de quemar”). Lo agregaban para subirle la graduación al vino, previamente “estirado” con agua. Encontraron hasta 200 veces más de metanol que el permitido.
»Síntomas y daño. El primer síntoma de la intoxicación con alcohol de quemar es la ceguera (muchos de los que murieron, antes, quedaron ciegos), porque el producto lo primero que ataca es el nervio óptico. También provoca daños neurológicos irreparables.
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Las condenas
La Justicia Federal sanjuanina condenó a Arnaldo Mario Torraga a 15 años de prisión; y al enólogo Armando Ribes, a 10, al ser considerados responsables de los delitos de “adulteración de vinos” y “adulteración de sustancias alimenticias en forma peligrosa para la salud, seguida de muerte reiterada de 10 ó más casos”.
Por su parte, Guillermo Sergio Torraga (hijo del bodeguero) y el gerente del establecimiento, Horario Barbero, fueron condenados a seis años, como partícipes secundarios.
También fue condenado a dos años el capataz de la bodega, Pedro Tobares, y tres empleados del INV. Por su parte, Carlos Alberto Blanco, señalado durante el debate como el distribuidor en el área metropolitana de los vinos sanjuaninos, logró eludir a la Justicia durante varios años, pero finalmente fue detenido en la Capital Federal, en 2002.
En 1998, Torraga y su hijo fueron favorecidos por la ley del “dos por uno” y consiguieron permisos para salir en libertad.
La última novedad del caso “Torraga” es que en 2010 la Cámara Federal de La Plata confirmó un fallo de primera instancia y condenó al INV y a la bodega (ya quebrada) a pagar medio millón de pesos a los familiares de una de las víctimas. Hay otras 24 demandas más en el mismo sentido.
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El principio del fin de la damajuana
Los años 80 eran los tiempos de gloria de las damajuanas. Sin tetra-brick con el que competir, los envases de vidrio de cinco litros (con canastita de plástico y manija para cargarla) estaban en prácticamente todos los hogares. Sin embargo, como le pasó a los dinosaurios, de un día para el otro, todo cambió. Muchos le echan la culpa a la sombría dupla sanjuanina del ‘93: Mansero y Soy Cuyano.
El hoy gerente de desarrollo comercial en Córdoba de Oeste Embotelladora, Alberto Mariño, en ese tiempo trabajaba para una firma relacionada con la venta de bebidas y recuerda muy bien el caso. “Todos los bodegueros con los que teníamos contacto estaban muy preocupados por el tema y nos decían que los había perjudicado terriblemente”, contó a Día a Día quien hoy es el responsable del desembarco de la marca Talca en esta provincia. “En la industria, las ventas no sólo de damajuanas, sino de vino en general, empezaron a caer desde el caso de los vinos sanjuaninos adulterados”, agregó.
En números: de 9 millones de hectolitros de vino en damajuana que se vendían en los primeros años de la década de 1990, se pasó 770 mil en 2009, según publicó el diario mendocino Los Andes el año pasado. “El desplome que sufrieron varias etiquetas se frenó recién a partir del 2000, pero la damajuana entró en una meseta de la que no salió”, puntualizó. Por ejemplo, la Cooperativa Primera Zona de Maipú, que hace 20 años vendía 50 mil damajuanas al mes, “dejó el formato porque ya no es negocio”.
Hoy, según el informe de 2012 del INV, las damajuanas representan apenas el 5,37 por ciento del total de vino despachado para consumo interno. “Todo lo que hoy se vende en damajuana son vinos buenos, varietales malbec o torrontés, por ejemplo”, explicó Mariño.
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