Se reparten el negocio, con complicidad policial. Con intimidaciones, les sacan dinero a automovilistas. Hay barras que manejan grupos o venden las cuadras y les pagan a policías. El mayor botín son recitales, partidos y zonas de boliches y restoranes.
Se los puede ver en el playón del cementerio de Chacarita, el que da al crematorio. Tras el último adiós a un ser querido, al que vaya en auto se le acercará un hombre. No querrá darle pésame. Ni un abrazo. A lo sumo le dirá que lo siente mucho, y pondrá cara de esperar una colaboración .
Los “trapitos” están hasta en el momento más triste. Físicamente, los acompaña un trapo o una franela. Es lo que los diferencia: una cosa es ser “trapito” y otra estar con un trapo en la mano, por más que se los denomine de la misma forma. A estos últimos los acompaña el que los recluta , sin estar necesariamente a la par. Puede ser un puntero; puede ser la Brigada de una comisaría; de una barra brava; puede ser, en la mayoría de los casos, que lo hagan porque no tienen una mejor opción.
En el ambiente “trapito” no se habla de Policía Federal; se habla de Brigada . La Brigada lo hace de guante blanco y la Federal no, si bien son lo mismo. Matías dirigió un grupo de “trapitos” y puede contar los cuatro recitales de Ricardo Arjona en Vélez Sarsfield.
Fue con un grupo de gente. Llegó y se enteró de que Juan B. Justo era de la Brigada de la Comisaría 44. Lo supo tarde; antes, un grupo de su grupo había ido a robar y a echar a los de Juan B Justo. No sabían que sus colegas trabajaban a cambio de $ 150, y cobraban para la Brigada. Entonces la Brigada fue y a dos del grupo de Matías les sacó tres entradas para revender y $ 3.000. Desde ese momento, Matías tuvo un socio en el negocio. “El jueves no gané un peso de todo lo que se llevó la Policía, porque los pibes se quedaron con $ 150 cada uno y nos habían sacado 3.000 de una. El viernes me quedó algo; ahora el 12 de mayo hay recital pero no voy a trabajar. Es trabajar para la Policía que se la lleva toda ”, dice. A cada auto le pedían $ 50. En bruto, habrán recaudado $ 5.000 por noche.
La Brigada pidió $ 100 por “trapito” para dejarlos trabajar; el arreglo fue por 50. Eso con la Brigada; después pasaban los Bicipolicías. Y los patrulleros.
Todos pedían.
Argumentaban que era para una pizza. Otros que les tenían que dar porque sí. A un grupo se les hacía contravenciones. No hay que aclarar a cuál de los dos. Después, quienes no formaban parte de ese grupo ni del de la Brigada se acercaban a Matías. “Venían de Escobar, Morris, Pilar. Me decían que me daban algo para que los dejara cobrar, que ellos trabajaban en estadios. Sabían que no hay manera de trabajar sin dejar algo”.
“Lo de los ‘trapitos’ es un vuelto comparado a los ingresos que tiene una hinchada grande”, dice un barra de River que viajó a los últimos mundiales. “Lo que se suele hacer es darle ese dinero a la segunda línea de la barra, cuestión que el día de mañana tengas un problema y ellos respondan por vos. Con la entrada y algo de dinero los arreglás. No son nuestros. Es gente que trabaja sabiendo que en cualquier momento alguien de nosotros pasa a cobrarles un porcentaje. Lo mismo de la Policía”.
En los estadios de All Boys y Argentinos Juniors están prohibidos los “trapitos” en el sector local. “Cuando ascendimos a Primera quisieron venir unos de Ciudadela. La gente del club los echó. Se permite del lado visitante. A los hinchas de All Boys no los molestan”, dice Juan, un allegado a la barra. Del lado visitante la barra brava concesionó el negocio. Cada partido, cada recital, llega un grupo de “trapitos” hinchas de Huracán.
En Argentinos Juniors lo mismo. Apenas hay en el sector visitante. Los “trapitos” son reclutados por la Brigada de la Comisaría 41. Trabaja gente de un conventillo. A la altura de la plaza Boyacá, sobre Juan B. Justo, gente que sólo conoce la Policía. En ambos estadios el promedio es de $ 20 por auto.
El rubro gastronómico es algo más tranquilo. La Policía es más de pedir colaboraciones en lugar de tarifas fijas. En Puerto Madero, cuenta un taxista que trabaja de noche, hay que pagarle a un capo. Para entrar al negocio también hay que invertir. “Si pagan es porque les deja. Yo a veces hablo con ellos y me dicen que juntan $ 600 limpios por noche”, agrega el taxista.
En Palermo la mano cambia. Es la misma gente de hace años, siempre en las mismas cuadras. El código es ese. Respetar el territorio; respetar los límites de cada uno. En la zona todos afirman lo mismo. Que los que más recaudan son los que trabajan con los autos que dejan quienes van a bailar a Esperanto. Y que lo más riesgoso es dejarlos sobre Juan B. Justo o Humboldt. Dicen, todos dicen, pero nunca nadie los vio en acción, que unos peruanos con pasado en la cárcel de Devoto se la pasan robando estéreos de autos a los que ellos mismos les cobran por cuidarlos. Para el lado de Cabildo, los mismos “trapitos” señalan a sus colegas de la Villa 31. Y más allá, en la semana, cuando es lunes y martes y no todos los “trapitos” vienen, se suman los cartoneros. “Como no les importa, total no vienen los otros días, rompen los autos, se drogan y toman vino”, dice una señora que trabaja en la puerta de la disco Honduras.
Juan tiene una edad cercana a la jubilación, pero nunca podrá vivir sin trabajar. No porque sienta que no pueda estar sin hacer nada en su casa. No tiene ahorros, nunca hizo aportes. Juan es de los “trapitos” verdaderos. No pone un precio, acepta lo que le dan , viaja desde el GBA en dos colectivos. Se ubica sobre la calle del canal América. Anda renegando. Lleva contados seis autos que se le fueron por no llegar a verlos cuando se iban. Algunos le dan cinco pesos; otros dos; de más de uno recibe monedas. “Con esto apenas juntás para comer. La gente que trabaja de esto es buena . Es gente que no tiene otra opción. Si no hubiese que dejar ‘cometas’ a lo mejor se darían el gusto de no cobrarles a los que no quieren pagar. Quieras o no, para poder trabajar, tenés que trabajar como ellos te piden”.
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