Sorín: "En un tiempo en que deslumbra la riqueza, la corrupción es inevitable"

Sorín:

En "Tres segundos es una eternidad" Daniel Sorín construye una compleja trama policial en la que enfrenta a dos comisarios inmersos en una disputa por un espacio de poder y desencadena una batalla de bandos que, como en otra de sus obras, salpica a la misma figura presidencial.

Por Claudia Lorenzón

En ese universo narrativo, que transcurre en la Ciudad de Buenos Aires, aparecerán el inspector Damián Vives, que al ser traicionado por el comisario Bermúdez en la resolución de un hecho que involucra a un asesino serial será desplazado a una dependencia menor para investigar a un hombre que orina en las barras de los bares.

Con un planteo de estratega, en el que no faltan el humor y lo grotesco, Sorín logra una obra cargada de tensión en la que el lector se irá sorprendiendo paso a paso con el desarrollo de la trama que devela aspectos de una sociedad en descomposición.

Autor de "El cerco" y ganador del Premio de Novela de Emecé en 1998 con "Error de cálculo", Sorín cuenta en diálogo con Télam los resortes literarios que emergen detrás de esta novela negra, concebida en 2013 y editada ahora por Vestales. 

Télam: En "El cerco" hay un asesino serial, en esta novela aparece "un orinador serial", por qué te resulta atractiva esa idea para escribir y a partir de qué situación surgió esta historia?

Sorín: Siempre me interesó la "serialidad" por su compulsividad, pero aún más que eso la reacción de la sociedad ante ella. En "El cerco" fue un asesino serial que mataba gente de Gran Hermano, en "Tres segundos" es algo menos trágico. Vivo en una ciudad sin baños públicos, donde los empresarios gastronómicos colocan sin pudor cartelitos que rezan que los baños son para uso "exclusivo" de los clientes. Si los necesitás, pagá. También me molestan que estén arriba o abajo, que haya que subir y bajar una escalera para ir a los baños. ¿Y los discapacitados, los viejos, las embarazadas? ¿Que se arreglen? Buen tema, lo dejo para una próxima novela. No obstante, lo central de la trama es la disputa de poder entre dos comisarios de la Federal. El disparador fue una noticia periodística que leí hace años, y que quedó en mi memoria hasta que escribí este texto.

T: En el libro hacés foco en la corrupción, un delito que llega al propio presidente, ¿por qué te interesa el tópico de que lo ilegal roce la figura presidencial?

S: En un tiempo en que lo único que deslumbra es la acumulación de riqueza y poder, la corrupción no solo es inevitable sino necesaria. La corrupción y el delito pueden estar en todos lados, en un sodero, un presidente, pero lo que a mí más me interesa es la relación íntima entre delito y poder, fuese este político o económico. Un ejemplo: las drogas hacen daño y el tráfico de drogas cien veces más daño. El tráfico se acabaría de inmediato si el sistema financiero no "lavara" las ganancias que produce, y hay una manera de hacerlo, lo sabe todo el mundo: legalizarlas. Claro que si un país las legalizara tendría que vérselas de inmediato con los custodios del capital financiero. Mejor tener a los marines lejos.

T: ¿De dónde surge la figura del ofendido, el orinador, y por qué te interesa jugar o escribir sobre lo grotesco, algo que aparece en otras obras tuyas?

S: La figura no surge de otro lado que de la imaginación humorística. Pero hay algo en lo que trabajo reiteradamente: tomar algo imposible, o por lo menos que muy dificultosamente se produzca, y narrarlo de manera absolutamente verosímil. Este recurso me atrae casi irresistiblemente, me sirve para investigar lo que hace la sociedad con eso "imposible". Cómo reaccionamos ante una persona que, cuando en un bar no le permiten usar el baño, orina en la barra. Quizá, se me ocurre ahora, la vieja historia del chivo expiatorio. Nada más "útil" que un chivo expiatorio.

T: También aparece el periodista manejable, ¿el rol del periodismo en la Argentina te genera una mirada especialmente crítica?

S: Periodistas los hay muy distintos. Muchos son intachables, otros veniales y algunos corruptos, como puede ser un presidente o un sodero. Pero el poder mediático es otra cosa. En un tiempo que vive, como nunca antes, la más intensa y despiadada concentración del capital, los medios están dominados por los adalides de esa concentración de la riqueza. Rupert Murdoch fue la exageración, pero no la excepción.

T: ¿Cómo es construir un policial con tantos personajes secundarios y armar esa compleja trama que parece dirigida como una jugada de ajedrez en la que se enfrentan dos bandos en pugna?

S: Mi forma de trabajo es hacer un guión lo más detallado posible antes escribir. Cuando empiezo a escribir ya tengo la estructura definida, pero con la gracia de un cajero automático. Mi labor entonces es desestructurar la historia. La palabra opera bien en eso, la palabra atrae imágenes, rehúye lo obvio y la simetría. Y el ritmo, la rutina. No se puede escribir un día y volver sobre lo escrito una semana después.

T: Pienso que el mundo que configurás es un mundo de perdedores, que aunque ganen una "batalla" deberán permanecer en guardia para conservar su lugar ¿qué pensás al respecto?

S: Es exactamente así, veo al mundo como un universo de perdedores, sean policías o presidentes. Perdedores que, cuanto más esfuerzo hacen por no serlo, más patéticamente pierden. Los valores reales -los reales, no los que la sociedad declara- conducen inevitablemente a la derrota. ¿Quiénes son eternamente jóvenes, quiénes invariablemente bellos, ricos, inteligentes? En una época en que los anónimos se desviven por tener miles de seguidores en las redes sociales, ahora que cualquier cacatúa cree tener la pinta de Carlos Gardel, es imposible ganar porque el éxito terminó siendo un envoltorio absolutamente vacío. O sí hay una manera: romper la trampa. Romper la trampa no es cosa del género negro sino de todo el arte en cuanto investigación de lo humano. Pero ojo: la trampa, la gran, verdadera y puta trampa, es oculta pero legal.

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