Nació en St. Louis, se educó en Argentina y vive en Chile. Hasta ahora inadvertida, la obra de Mike Wilson hace del mestizaje su capital.
por WALTER LEZCANO
Siempre que ando por el microcentro me gusta pasar por una librería de usados de la zona de Corrientes y Callao. La atienden dos colorados (hombre y mujer) que no sé si son pareja o hermanos. No me importa saberlo. En todos estos años que fui no intercambiamos palabra salvo cuando pago que me dicen:
—Gracias.
Y yo respondo:
—Gracias a vos.
Eso es todo.
La librería me resulta muy atractiva por sus buenos precios en materia de clásicos y porque siempre hay alguna que otra novedad con cincuenta o setenta pesos por debajo de las demás. Por otra parte, deambular en esa clase de territorios hace que ciertos vectores emocionales y sensaciones dispersas confluyan, se crucen y se forme algo así como una idea endeble. Que luego tomará forma y límites claros, o no. Pero cuando ocurre es un buen momento del día.
Daba vueltas por esa librería y ahí estaba un título que me pareció un clásico pero luego lo abrí y el colofón me decía que era una de las novedades de este año. Es más: acaba de salir. Se llama Leñador (Fiordo) y la escribió un tal Mike Wilson. Parecía un nombre inventado, casi deseado en su certeza fonética. Como cuando Homero Simpson se cambia el nombre y elige ponerse Max Power y su vida pega un vuelco para mejor durante un tiempo. En la solapa no había muchos rastros biográficos pero decía algo que captó mi atención: “Nació en St. Louis, Estados Unidos, en 1974. Se educó en Argentina y Chile, y es autor de cuatro novelas anteriores a Leñador, su quinta obra de ficción con la que se propuso radicalizar su proyecto literario y deformar la definición tradicional de novela para hacer lugar a una reflexión sobre los límites del lenguaje y del conocimiento.”
Chamuyo. Eso fue lo primero que pensé y abrí el libro. Soy una persona débil que se tienta muy fácil. Lo cierto es que lo poco que leí me atrajo como lo hacen esas personas que no sabés si son lo más hermoso o aterrador que viste en tu vida. ¿Por qué? Porque parecía un viaje directo a un mundo que uno imagina perdido: donde los seres humanos solo dependen de sus cuerpos, su fuerza física, su resistencia a las inclemencias del clima. Un espacio pre-internet, pre-iphones, pre-aplicaciones que salven cualquier eventualidad. De terror, ¿no?
Cuando lo leí en casa me di cuenta de que había más en esas páginas: ¿era una enciclopedia? ¿Un manual de supervivencia? ¿Un diario? ¿Una broma?
Quería averiguar más al respecto. ¿Quién era la persona que escribía algo así de inclasificable?
“Sí, nací en St Louis, Misuri, pero me fui a los dos años. Mi viejo es estadounidense y mi mamá argentina, de Mar del Plata. Me crié en Argentina, en Chile y Paraguay. En casa había una mezcla de cultura argentina y yanqui. Regresé a Estados Unidos para la universidad y después me radiqué en Chile. Y sí, cada lugar me marcó de una forma u otra. Mi identidad cultural es un poco complicada, pero es lo que es, ya no intento definirla”, explica Wilson desde Chile, donde vive y se gana la vida como profesor asociado en la Facultad de Letras de la Pontífice Universidad Católica. Y continúa hablando de su formación: “Si hablamos de fútbol, soy hincha de Argentina desde siempre. Pero no sé qué significa eso. Mis años más formativos los pasé en Buenos Aires. Me gusta visitar Estados Unidos, especialmente el oeste, donde están mis hermanos, pero no viviría allá. Chile es dónde vivo hace más de diez años. Es mi casa ahora, donde trabajo, escribo, y están mis amigos. Paraguay, no sé. Viví allá cuando chico durante los años de Stroessner, tiempos oscuros en un lugar bastante aislado. Es distinto, nunca he sabido cómo describir Paraguay en esa época.”
Teniendo en cuenta la radical propuesta de Leñador llama la atención que el nombre de Mike Wilson no hubiera aparecido antes por las mesas de novedades argentinas. A él no le molesta en absoluto: “Me parece que hay algo valioso en pasar inadvertido. Llevo unos diez años publicando y los circuitos editoriales son bastante cerrados. Publicar en Chile es circular en Chile, no es fácil hacerse visible afuera. Aparte de escribir y publicar, hay que querer, hay que moverse, hacer contactos, etc. Y en mi caso, con la excepción de la escritura en sí, ninguna de esas cosas me atrae ni me motiva mucho. Además está el tema de mi identidad, eso de no ser del todo ni de aquí ni de allá, es algo incómodo en el momento de trazar los mapas de la narrativa chilena actual. Aunque escriba y publique acá, no siempre me perciben como un escritor nacional, por lo cual no suelo ser parte de delegaciones chilenas que van a ferias del libro ni entro en antologías ni formo parte de listas nacionales, es estar y no estar en el paisaje. Esto es algo que valoro muchísimo. Antes me preocupaba, quería ser escritor de equis lugar. Ahora veo libertad en esa ambigüedad”.
Leñador, pese a tener una superficie explicativa muy potente con largos tramos donde se desarrollan temáticas de manual como Ranas, Abrigo, Rastreo, Oso, etcétera, posee segmentos narrativos melancólicos (el protagonista está en Yukón, Canadá, viviendo en una comunidad de leñadores) que reflejan el devenir de una voz que se va adentrando cada vez más a un contexto adverso. Cuando Wilson arrancó con la escritura de la ¿novela? no estaba muy bien: “La verdad es que pasaba por un momento difícil y me puse a escribir textos descriptivos para dejar de pensar. La descripción no-narrativa es algo muy lindo en ese sentido, libre de reflexión, y en ese momento de mi vida, por las circunstancias que estaba viviendo, la sobre-reflexión me estaba haciendo mal. Escribir así me hizo bien, sirvió para acallar las dudas, la angustia, salirme de una trinchera nihilista y respirar un poco”.
Esas mismas preocupaciones, lo que busca el protagonista de Leñador, es lo que buscaba Wilson: sentido y certeza. Pero en un plano más literal, no hay mucho de autobiografía. Su padre fue leñador cuando era joven y eso le interesó, pero más que nada porque ese mundo le permitía un espacio y una actividad sobre la cual podía redactar infinitamente, y eso era lo que necesitaba en ese momento: un mundo palpable y a la vez inagotable. En ese momento, la estructura extrema de Leñador apareció: “La estructura se dio sola por un impulso elemental de escribir y describir. Investigué, buscaba fuentes obsoletas, enciclopedias, almanaques, testimonios, ensayos, casi todas la fuentes eran textos en inglés escritas en el siglo XIX, mientras más obsoletas mejor. Disfruté mucho leer ese tipo de textos, hay cierta autenticidad en textos que no buscan ser literarios, sin pretensión, sin la posibilidad de parodia. Escribir así era para mí imposibilitar la parodia por medio de la acumulación, doblegar la parodia, asfixiarla y hacerla agotable, y así poder acceder a algo sin interferencia, sin ser intermediado”.
Por momentos reflexiva, de a ratos puramente explicativa y fría como el clima del norte de Canadá en el que está ambientada, Leñador va creando tensión a su modo luego de que el lector se meta de lleno en su ardua lectura. No es sencillo: “Yo buscaba sentido. La verdad es que no me interesaba transmitir nada porque en su momento, al escribir, era un proceso completamente interno y egoísta. Si me hubiesen preguntado en ese entonces qué transmitía, hubiese respondido que nada, que es ininteligible, no por complejo sino porque era un proceso tan pero tan subjetivo que no pensaba que había suficiente empatía con la posibilidad de un lector. En mi mente había amputado al lector de la ecuación”.
Más allá de todo lo anterior, Leñador como experimento narrativo (los buenos textos son eso) funciona y causa un placer al que cuesta llegar pero que se encuentra en los límites que a veces se ponen los lectores sobre los territorios que les gusta explorar. En escritos como estos no hay lugar para los débiles: “No hay afán de experimentación narrativa, pero sí pienso que escribía en contra de cierta forma de no existir que se ha vuelto ubicua y que me afectaba. Soy parte de una generación que ha sido condicionada por un discurso y una cultura bastante nihilista. Nos han predicado que todo es parodia, que todo es simulación, que no hay verdad, no hay certeza, que todo se reduce a lenguaje e ideología. En fin, que todo es una mentira y una mierda. No soy religioso porque huyo de los dogmas, y por la misma razón este discurso relativista me parece problemático justamente porque flota sobre un nihilismo dogmático sin sentido. Ya ni lo cuestionamos, nos hemos vuelto tan irónicos y cínicos que no somos capaces de percibir lo que siempre ha estado ahí. Y la parodia se ha vuelto un fenómeno tan ubicuo que ya no me comunica nada, es un lugar común que se auto-anula. Quería detenerme y revaluar la forma en que estaba disponiéndome ante la vida. Recuperar sentido”.
Para terminar, ¿qué es Leñador? ¿Qué pacto establecer con sus páginas? ¿Importa? Responde Wilson: “Me parece bien que le digan novela, no me molesta. Pero da lo mismo, esas etiquetas son inventos y cambian siempre, es lo que menos me preocupa, feliz de que le pongan haiku si quieren”.
Sobre el autor
WALTER LEZCANO
Walter Lezcano es docente, periodista y narrador. En Twitter es @lezcanowalter.
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