Otro más de los supuestos médicos que recetan cualquier cosa, aunque vaya en juego la vida de un paciente. No hay control para el tremendo poder que ciertos profesionales tienen sobre la gente que les cree. Fabricantes de poción mágica a precio de oro, en la industria próspera de la enfermedad.
Cuando una persona sufre una enfermedad, cuando está más vulnerable, cuando su sistema físico o psicológico está a punto de ceder, allí es donde puede encontrarse con un profesional honesto y dedicado, o con un chanta de solemnidad. A veces, cuando se da cuenta de la diferencia, es tarde.
El ciudadano común no sabe de medicina, que es una práctica cerrada -y no una ciencia- que ha hecho lo posible a través de los años para mantenerse en el hermetismo y resguardar su infinito poder en el silencio. Por eso, ante la debilidad que le produce la enfermedad, al paciente sólo le queda confiar, no solamente en las afirmaciones de su médico, sino además en las promesas de su curación.
Si un delivery entrega títulos falsos a cambio de unos tres mil pesos, y lo descubre el periodismo -no la policía, ni la universidad, ni los entes de control de la salud: solamente el periodismo-, uno tiende a cuestionar la veracidad de los pergaminos que penden en las paredes de los consultorios, si no hay suficientes referencias en contrario. Pero hay quienes creen.
Más allá eso, también están los buenos y malos profesionales, porque una carrera se puede aprobar con promedio 10 o con 4. Con una ética intachable o con ninguna. Además, hay que ver qué es lo que hará el graduado con aquello que aprendió. El paciente se entrega, y el médico es dueño absoluto de la situación. No hace falta buscar demasiado, basta revisar las páginas de pequeños avisos de cualquier revista, donde se pueden apreciar soluciones mágicas para casi cualquier cosa.
Un consultorio provisorio, que es poco más que una oficina, ofrece curar en pocos días los males del mundo, casi a la manera de una feria del medioevo: ataques de desesperación y depresión crónica. Crisis de nervios o abandonos de pareja. Psoriasis y mal de ojo. Obesidad, várices, calvicie y mala suerte. Todo se reduce a un cuadradito de color con una foto con el aspecto deseado.
Los mismos trujamanes hacen drenaje linfático, lipoaspiración portátil o a domicilio, rejuvenecen a la mitad de la edad y hacen a la vez que su vida salga del fracaso, porque a través de frases poco felices le hacen creer a más de uno que no le ha ido bien porque tiene líneas en la frente.
Con poca o ninguna seguridad aplican rellenos de metacrilato diciendo que se llaman de otra forma, ponen siliconas truchas a mitad de precio, aplican bótox como si hicieran rizos, y tratan celulitis con electrodos en el mismo recinto que inyectan químicos a prueba. Son mezcla rara de médico con astrólogo, psicólogo improvisado con esteticista, peluquero con cirujano plástico, endocrinólogo con curandero. Así es el panorama médico que asiste a la población cuando nadie controla nada.
Píldoras para soñar
Supongamos que una paciente lucha contra el sobrepeso media vida, y no tiene los elementos para solucionarlo. Obviamente, si tuviera herramientas para hacerlo, no sería obesa.
Supongamos que ella encuentra un volante en la calle que promete soluciones para personas que carecen de obra social, a la vez que reza: “Elija lo natural”. ¿Tentador, verdad? Agreguemos que el slogan del anverso pregunta: “¿Quiere mejorar su salud?”. Por supuesto, ¿quién no? El volante promete además el tratamiento natural con Flores de Bach de ciertas enfermedades a las que este médico habrá ubicado a través del iriodiagnóstico:
“sobrepeso (tratamientos sin anfetaminas), celulitis, várices, alergias, asma, psoriasis, alteraciones menstruales, artrosis, hígado –como si tenerlo fuera una enfermedad-, nervios, depresión, menopausia, osteoporosis, diabetes, colesterol”.
En el caso de los pacientes niños, el genio de la curación Javier Oleszczuk pretende tratar parásitos, inapetencia, enuresis, trastornos de conducta y aprendizaje, o alergias. Como se ve, nada le es ajeno: conocimientos que rodean aspectos de la medicina y de la psicología, que parecen de lo más dispares.
El consultorio en cuestión funciona en una sede central de Capital Federal, en Sánchez de Bustamante 2046, pero la sucursal de Mar del Plata está en Cataluña 6694: hasta noviembre de 2010 no tenía habilitación. Tampoco estaban habilitados los consultorios en los que trabaja periódicamente en Necochea, Bahía Blanca y General Pico, La Pampa. Todos funcionan en domicilios particulares, y atendidos por sus propios dueños.
Consta en la denuncia que en el consultorio de Mar del Plata trabaja Susana Regina, la dueña, con una sala de espera que funciona en un garage. En la cocina hay un pre consultorio donde toman la presión y realizan los controles de historias clínicas. Hay una oficina pequeña que funciona como consultorio. Y son Regina y su nieta quienes cumplen las tareas de secretaría y entregan la medicación.
El supuesto médico exhibe número de matricula provincial y nacional, y cobra una consulta de $40 más la medicación que receta y él mismo vende, la cual ha sido fabricada en una droguería del Gran Buenos Aires, que sería de su propiedad, en sociedad con su hermano Aníbal.
En esos medicamentos no figuran los componentes reales: contienen en realidad anfetaminas, efedrina y mazindol, entre otros. ¿De dónde saca efedrina?
El médico atiende a unos cien pacientes por día, y registra una venta de medicación clandestina de más de $12.000 en una jornada. No hay un recibo legal, ni una factura de honorarios valedera, ya que está inscripto como monotributista en la AFIP.
Ella, la paciente con sobrepeso, se llama Susana P, y cuestionó la atención por las consecuencias que le estaba ocasionando el mazindol, que es un anorexígeno que el médico receta bajo el nombre de fantasía de Sancrex. Tenía hipertensión, palpitaciones, mareos y arritmias. El médico se limitó a decirle que le cambiaría el remedio, e indicarle que lo fuera reduciendo gradualmente. Los síntomas se sumaron a los de la abstinencia, por lo que la paciente se quejó, y dijo que buscaría la atención de otro profesional.
Viendo la posibilidad de una denuncia, Oleszczuk le dijo que la única paciente con la que había tenido problemas era ella. Agregó que él y su familia habían consumido esos medicamentos sin ningún tipo de trastornos. En tono amenazante aclaró que si lo que la paciente pretendía era perjudicarlo, él estaba dos pasos adelante, porque tenía “pacientes en el Poder Judicial y en la AFIP”. Y hasta dijo que alguna empleada del Colegio de Médicos del Partido de General Pueyrredon habría sido su paciente. Le advirtió que si buscaba plata, no la iba a conseguir.
Pero cuando Oleszczuk quiso habilitar su consultorio, se encontró con el obstáculo de una nota de la paciente que solicitaba investigación de la actividad, por lo que le pidió a Susana que la retirara para que no ocasionara una mancha en su carrera. Ella siguió adelante porque se dio cuenta de que el médico le recetaba cualquier cosa a cualquiera, sin siquiera avisarle qué tipo de sustancias estaba consumiendo. El médico, mientras tanto, le respondía que tuviera cuidado porque él estaba en condiciones de pagar mejores abogados que ella. Lo cual, por supuesto, es cierto.
Denuncias en vano
Cuando la paciente llegó al Colegio de Médicos fue recibida por el abogado de esa institución, de nombre Etchegaray. Lejos de indagar demasiado en las prácticas de Oleszczuk, el letrado le refirió los comentarios que él había hecho: le resultaba raro que una paciente se quejara, sobre todo cuando estaba en una situación tan precaria. Él también le sugirió que levantara la denuncia, así el profesional podría habilitar por fin su consultorio de la calle Cataluña.
Ella no aceptó, y siguió buscando cuáles eran los sitios donde un contribuyente común de esta ciudad podía registrar denuncias por irregularidades en el sistema de salud, aunque correspondiera al ámbito privado.
Ya a fines de 2010 llegó a presentar sus quejas en Zona Sanitaria VIII, y en el Colegio de Farmacéuticos de Mar del Plata, ante su prosecretario Luis María Ferrari, único funcionario que se comprometió con la denuncia. Él sí siguió los caminos institucionales y asesoró a la denunciante sobre los trámites a realizar.
Le solicitaron que remitiera las muestras de medicación y la información adjunta al Colegio de La Plata, porque la venta de medicamentos en el consultorio es de por sí un ilícito, más allá de lo que contengan.
Allí comenzó un periplo trabajoso, ya que en el Colegio de Farmacéuticos de La Plata, una tal Evangelina le indicó -meses después y por teléfono- que los medicamentos habían sido enviados al ANMAT para su estudio, y que ya había un informe de respuesta. La denunciante solicitó una copia, y se le indicó que debía esperar.
Sorpresivamente, el 4 de mayo recibió un llamado del abogado de esa entidad, que estaba en esta ciudad para reunirse con ella. Se llama Ricardo Fiol, y junto con otro letrado llamado Domínguez la citaron en el hotel Punta del Este, en la zona céntrica de Mar del Plata. Ellos le hicieron muchas preguntas, pero sobre ella misma, lo cual le dio el indicio de la suerte que correría su reclamo. Hasta la fecha, sólo le han dado en esa institución repuestas evasivas.
Se comunicó también con la Secretaría de Salud de la municipalidad local, donde un empleado le dijo que no les correspondía a ellos investigar. Que hiciera una denuncia por mala praxis.
Sola. Así está Susana P. ante los desmanes que cualquiera con supuesto titulo profesional quiera hacer con la salud de los pacientes. Sola, porque los sistemas de control no existen, y el denunciante debe ocuparse él mismo de probar que dice la verdad, como si ése fuera su trabajo. Mientras tanto, la facturación ilegal por venta de pastillas truchas en un solo consultorio es de más de $12.000 diarios. Haga la cuenta de cuántos silencios se pueden comprar por mes.
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